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Capítulo 6 EN LAS AGUAS DEL RÍO JORDÁN [17]

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Jesús lavó sus pies cansados en las orillas del Jordán, la corriente de agua más importante de Palestina. Mientras refrescaba su piel recordó los grandes acontecimientos históricos del pueblo de Israel que se habían dado en esas aguas: Josué hizo cruzar al pueblo ese río en seco por la acción sobrenatural de Dios, David lo cruzó huyendo de Absalón y volvió más tarde para recuperar el reino, Elías y Eliseo también lo cruzaron de forma milagrosa antes de que el primero fuera arrebatado en un carro de fuego, Naamán se curó de la lepra por bañarse allí. Y sabía que unos metros más adelante, en el vado a un poco más de veinte millas de Nazaret, Juan se encontraba bautizando como señal de arrepentimiento. Casi podía escuchar sus palabras:

“Voz del que clama en el desierto: ¡Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas!”.[18]

Caminó por la orilla disfrutando de sus pensamientos.

—Padre, este día glorificaré tu nombre. Haremos que se cumpla toda justicia. Seré bautizado.[19]

Su corazón se henchía de alabanza. Podía ver la aglomeración de quienes llegaban de Judea y de Jerusalén a escuchar a Juan, todos pedían bautizarse. Y lo hacían confesando sus pecados. Su primo estaba haciendo un excelente trabajo llamándolos al arrepentimiento. Realmente le estaba preparando el camino. Y ahora él quería identificarse plenamente con ellos.

Se detuvo a unos metros de distancia, examinando lo que sucedía. Allí estaba Juan, su figura era inconfundible. Estaba vestido de pelo de camello y tenía un cinto de cuero alrededor de su cintura, como los antiguos profetas. Su rostro era sereno y austero, toda su persona destilaba autoridad, sobre todo cuando alzaba la voz y clamaba. Jesús alcanzó a escuchar:

—Viene tras de mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar, agachado, la correa de su calzado. Yo les he bautizado en agua, pero él les bautizará en el Espíritu Santo.[20]

Confundiéndose entre la gente, Jesús trató de percibir el efecto de las últimas palabras de Juan. Los hombres se decían unos a otros:

—Habla del Mesías.

—Pero creí que él era el Mesías.

—No, asegura que no lo es, ya lo has escuchado. Descarta toda pretensión hacia su persona.

—Entonces, ¿quién es Juan?

—Un profeta. Acaso Elías que ha regresado, como profetizó Malaquías.

—No lo sabemos, lo cierto es que su apariencia inspira respeto a pesar de la humildad de su servicio.

—Acerquémonos para escucharlo mejor.

De pronto todos los murmullos y las palabras cesaron. Juan había anunciado algo al ver acercarse a aquel hombre:

—He aquí el Cordero de Dios.[21]

Sus siguientes palabras sonaron tiernas:

—Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?

Jesús lo abrazó y le dijo:

—Juan, es necesario que yo cumpla todo que está lo establecido. Tú lo sabes. Bautízame.

Temblorosamente, Juan sumergió a Jesús en el agua. Entonces tuvo la certeza, al ver a la paloma que descendía del cielo y se posaba sobre Jesús. Y escuchó la voz que decía:

—Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.[22]

La gente quedó pasmada. ¿Se trataba de un trueno que anunciaba la lluvia? ¿Qué había sido ese ruido potente que se escuchó desde el cielo? ¿Por qué había cambiado la fisonomía del firmamento? ¿Realmente las nubes se abrieron, o se trató de una alucinación colectiva? ¿Por qué sintieron de pronto ese temor como si algo solemne y terrible hubiera sucedido? Y por cierto que sucedió: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo se unieron en ese momento entre el cielo y la tierra inaugurando la era mesiánica.

El Cristo del camino

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