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La mañana era fría y el cielo estaba despejado. Una fina capa de nieve recién caída cubría los espacios verdes entre los bloques y había placas de hielo en el asfalto de la autopista.

El comisario Jensen se había levantado temprano y a pesar de los atascos y el hielo de la carretera llegó con tiempo de sobra a su despacho. Tenía la garganta seca y persistía en su paladar un sabor mohoso y rancio pese a haber hecho gárgaras y haberse cepillado los dientes. Pidió que le trajeran una botella de agua mineral de la cantina y empezó a leer los papeles de la mesa. Faltaba el informe técnico del laboratorio y los demás no parecían tener interés. El agente de correos no daba con nada. Jensen leyó con atención su lacónico resumen, se frotó las sienes con las puntas de los dedos y marcó el número de la oficina central de correos. No pasó mucho tiempo antes de que el agente cogiera el teléfono.

—Jensen al habla.

—Sí, comisario.

—¿Qué está haciendo?

—Interrogo al personal. Va a llevar su tiempo.

—Sea preciso.

—Dos días más. Acaso tres.

—¿Cree que puede conducirnos a algo?

—No especialmente. Son muchas las cartas con direcciones escritas a base de recortes de prensa. Ya he visto más de un centenar. La mayoría no son ni siquiera anónimas. Cosas que hace la gente.

—¿Por qué?

—Un tipo de broma, supongo. El único empleado que recuerda esa carta en particular es el cartero que la llevó.

—¿Tiene copia de la carta?

—No, comisario. Pero tengo un sobre igual y la dirección.

—Lo sé. Evite los comentarios superfluos.

—Sí, comisario.

—Deje lo que esté haciendo y diríjase al laboratorio técnicocriminal, haga una copia del texto y entérese de qué periódico o periódicos están recortadas las letras. ¿Entendido?

—Entendido.

El comisario Jensen colgó el teléfono. Al otro lado de la ventana el personal de la limpieza trajinaba recogedores y cubos de hojalata.

Cruzó las manos y esperó.

Al cabo de tres horas y veinte minutos de espera sonó el teléfono.

—Hemos identificado el papel —dijo el técnico del laboratorio.

—¿Y?

—Es un papel con gramaje de calidad CB-3. Lo fabrica una de las papeleras pertenecientes al grupo.

Se hizo un momento de silencio. Luego el técnico añadió:

—No es tan raro. Poseen prácticamente toda la producción papelera.

—Vaya al grano —ordenó el comisario Jensen.

—La fábrica en cuestión está hacia el norte, a solo cuarenta kilómetros de la ciudad. Tenemos a un hombre allí. He hablado con él hace cinco minutos.

—¿Y?

—Este tipo de papel se lleva fabricando desde hace casi un año. La mayor parte está destinado a la exportación, pero algunas partidas pequeñas han ido a parar directamente a una de las imprentas que controla el consorcio. Allí han distribuido el papel en dos cortes distintos. Por lo que entiendo solo interesa el de mayor formato. Ahora mismo es todo lo que hemos podido conseguir. El resto es cosa suya. Le he enviado un mensajero con todos los nombres y direcciones. Debería tenerlos ahí en diez minutos.

Jensen no respondió.

—Eso es todo —dijo el técnico.

El hombre pareció vacilar. Después de un breve e indeciso silencio añadió:

—¿Comisario?

—Sí.

—Lo de ayer... Me refiero a la denuncia por mala conducta. ¿Sigue en pie?

—Por supuesto —dijo el comisario Jensen.

Diez minutos más tarde llegó un asistente de la policía con la información por escrito.

Cuando Jensen acabó de leerla se levantó y miró el gran mapa de carreteras. Luego se puso el abrigo y bajó en busca de su coche.

Asesinato en la planta 31. El trampolín de acero

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