Читать книгу El Sacro Imperio Romano Germánico - Peter H. Wilson - Страница 53
EL EMPERADOR, DEFENSOR DE LOS JUDÍOS Los judíos y el imperio
ОглавлениеLa historia de los judíos del imperio es muy similar a la del conjunto de la historia imperial: está lejos de ser perfecta, a veces es trágica, pero, por lo general, era más benigna que en otros lugares o épocas. Aunque la mayor parte de fuentes los marginalizan, su trayectoria revela mucho acerca del orden social y político del imperio. Carlomagno revivió el patronazgo de los judíos de la Roma tardoimperial, los cuales mantuvieron reconocimiento legal en la mayoría de los reinos germánicos que aparecieron a finales del siglo V, tras la caída del Imperio romano de Occidente. Los judíos hicieron importantes contribuciones al desarrollo artístico y comercial carolingio, en particular como intermediarios en la venta de cautivos eslavos para servir en los ejércitos musulmanes de Iberia. En el año 1000, había alrededor de 20 000 judíos askenazíes en el imperio al norte de los Alpes, principalmente en Maguncia, Worms y otras localidades episcopales de Renania.65
Las élites carolingias y otónidas mantuvieron una actitud ambivalente, pues eran conscientes de que judíos y cristianos compartían el Antiguo Testamento, si bien solo los primeros podían leer el texto hebreo original.66 La protección imperial era inconstante. Otón II asignó con frecuencia a algunos obispos autoridad sobre los judíos, en el marco de una serie de amplios privilegios cuyo fin era la expansión de las ciudades catedralicias. Por otra parte, las circunstancias adversas podían desencadenar medidas punitivas contra los judíos, en particular con Enrique II, que, decididamente, era menos tolerante. En 1012 fueron expulsados 2000 judíos de Maguncia. No obstante, el decreto fue revocado al año siguiente.67
El paso más significativo llegó en 1090, cuando Enrique IV emitió un privilegio general para los judíos que seguía el modelo de los otorgados a judíos individuales por Luis II, más de dos siglos atrás. Es posible que a causa del importante crecimiento de la población judía de Worms y Espira Enrique adoptara el título de Advocatis Imperatoris Judaica, o protector general de todos los judíos del imperio. Esto implicaba la adopción de una serie de medidas que perduró hasta el fin del imperio, en 1806. La salvaguardia de los derechos económicos, legales y religiosos de los judíos pasaba a ser prerrogativa imperial, que vinculaba el prestigio del emperador a la eficacia de dicha protección. Al igual que otras disposiciones del imperio, su implementación varió en función de las circunstancias y los derechos de protección eran con frecuencia transferidos, junto con otros privilegios, a personajes locales. El cumplimiento de estas medidas se hizo menos constante, pero, con el tiempo, los privilegios judíos quedaron imbricados dentro del entramado legislativo imperial, que concedió a los judíos de la Edad Moderna un sorprendente nivel de protección autónoma.
La tolerancia de la época premoderna no debe confundirse con el moderno multiculturalismo, con la igualdad o con la celebración de la diversidad como algo intrínsecamente bueno. Los judíos recibían protección siempre y cuando aceptasen su condición de ciudadanos de segunda clase. Se rechazaba la diversidad, pero también se reconocía su carácter beneficioso. Los judíos tenían un rol socioeconómico específico, pues se encargaban de tareas que los cristianos no podían o no estaban dispuestos a hacer. También desempeñaban un papel cultural, como «otredad», que reforzaba la identidad de grupo de los cristianos. A menudo, tenían que pagar un precio considerable por ello.