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—Peter —me dijo Bekim—. Se llama así por Pedro el Grande, que, cuando era pequeño, también era pelirrojo.

—Así que otro diablo rojo, ¿eh? —comenté—. Como el padre.

Me enseñaba en su iPhone la fotografía de un niño muy pequeño con el pelo de color rojizo.

—Es encantador —me apresuré a decir por miedo a que el ruso se ofendiera porque lo había llamado diablo—. Tienes que estar muy orgulloso.

—Mucho. Para mí, ser padre es una bendición. Puede que algún día tú también tengas hijos. Eso espero. Me gustaría que te sintieras tal y como me siento yo ahora.

Asentí.

—Podría ser, pero, ahora mismo, estoy ocupadísimo con mis jugadores. Lo cierto es que no sé de dónde iba a sacar tiempo para ser padre.

—Sí, es verdad. Eres un poco como nuestro padre. Solo que no tan mayor.

—Me alegro mucho de oír eso.

—A veces somos como críos. Por ejemplo, lo de la pelea entre Prometheus y yo. Debes de pensar que somos idiotas.

—Bekim, no pienso que seas idiota, eso para empezar. Quiero que tengas claro que no te considero responsable de lo que sucedió.

El ruso asintió.

—Y resulta que ahora el alemán se marcha. No me lo puedo creer. Es una pena. Creo que Christoph es uno de los futbolistas más talentosos del club.

—Estamos de acuerdo. No sabes cómo me he opuesto a que lo vendieran. Incluso les dije a Viktor y a Phil que lo harían por encima de mi cadáver. Y va ahora y pide que lo traspasemos.

—¿No puedes convencerle para que se quede?

—Te aseguro que lo he intentado, pero ya ha tomado la decisión.

—Sabes por qué se quiere ir, ¿no?

—Sí.

—Por ese puto homófobo de Prometheus.

—Sí, lo sé.

—Mi agente me ha pedido que haga las paces con él. Que le dé la mano.

—Lo sé. ¿Vas a hacerlo?

—Supongo que sí. Si Christoph va a dejar el equipo no veo razones para seguir así. Por el bien del club, claro, no porque me caiga bien. De hecho, me cae como el puto culo. No me gusta lo que lleva dentro. Pero yo diría que el sentimiento es mutuo. Él también me odia.

No respondí. No tenía mucho sentido que nos pusiéramos a hablar de una enemistad que, con un poco de suerte, ya había terminado.

—Prometheus ha tuiteado que se arrepiente de haber ofendido a los homosexuales —comenté—. Eso ayuda a que este asunto se enfríe, ¿no te parece?

—Lo que me gustaría es que sirviera para que Christoph cambiara de opinión.

—Me parece que no va a ser así. Además, no es que andemos cortos de ofertas por él. El Barcelona ha ofrecido treinta millones de libras.

—Pues debería aceptar la oferta. El Barça es un gran club. Aunque en algunos sitios de España sigue siendo complicado ser maricón.1

Estábamos en mi piso de Chelsea. Bekim no vivía muy lejos, en St. Leonard’s Terrace, en un precioso edificio del siglo XIX que le había costado siete millones de libras, catalogado con el grado II y situado al final de un camino de carruajes privado con unas vistas estupendas a los verdes terrenos de Burton’s Court. En el interior, las paredes y los muebles eran rojos, como cabía esperar de alguien a quien apodaban «diablo rojo». Hasta las flores de los floreros eran rojas.

—¿Has venido a hablar de Christoph, Bekim? ¿O hay algo más?

—He venido a hablar de otra cosa, sí. He oído que vas a viajar a Grecia para estudiar al Olympiacos.

—Sí, el Hertha de Berlín juega uno de sus amistosos de pretemporada contra ellos y me han invitado a ver el partido. También me interesa fijarme en Willie Nixon, su segundo portero. Ahora que no podemos contar con Didier Cassell, vamos a tener que fichar a un portero suplente, y cuanto antes. Como Kenny Traynor se lesione, estamos jodidos.

Didier Cassell había sido el portero titular del City hasta que un accidente le había obligado a dejar el fútbol —se había golpeado la cabeza contra un poste en un partido contra el Tottenham en el mes de enero—. No tardó en salir del hospital, pero le dijeron que su recuperación solo iba a ser parcial.

—Ya sabes que tengo casa en Grecia, en la isla de Paros. De hecho, no está muy lejos del pueblo de Turquía en el que nací, antes de que nos fuéramos a vivir a Rusia.

Negué con la cabeza.

—No lo sabía.

—La compré cuando jugaba en el Olympiacos. Está a tiro de piedra de Atenas en avión, a treinta minutos. Es muy tranquilo. Cuando voy, la gente de allí me deja en paz. De hecho, no tengo claro si saben muy bien quién soy. Ni te imaginas lo bonito que es el sitio. Voy varias veces al año. Por cierto, tendrías que quedarte en el hotel Grande Bretagne, es el mejor de Atenas. Y mientras estés allí, que esta es la razón principal por la que he venido, tienes que llamar a una amiga que tengo y llevarla a cenar. Se llama Valentina y es la mujer más guapa de la ciudad, aunque es de origen ruso. Te enviaré un mensaje con su número de teléfono y su dirección de correo electrónico. De verdad, Scott, no te arrepentirás. Hace que las demás mujeres parezcan ordinarias y es una gran compañía. Llévala al Spondi, que es el mejor restaurante de Atenas. Sé que le gusta mucho.

Conocía la fama de mujeriego de Bekim. Antes de conocer a Alex, su actual novia y madre de su hijo, había tenido un rosario de novias muy atractivas y sofisticadas, incluidas Tomyris, una supermodelo de Storm, y la cantante Hattie Shepsut. En una entrevista a la revista GQ, Bekim había admitido que se había acostado con un millar de mujeres, cosa que, de ser verdad, significaba que su opinión sobre su amiga Valentina estaba basada en una muestra estadística muy significativa y que, lo más probable, es que hubiera que hacerle caso.

Volvió a sacar el iPhone.

—Espera, tengo una foto suya en el móvil.

Pasó varias fotos con el dedo hasta que encontró la que estaba buscando.

—Mira. ¿Qué te parece?

—Voy a ver un partido de fútbol, no a visitar las putas locales.

—No es puta. Te lo juro, no te lo perdonarás en la vida si al menos no la invitas a cenar. No te la recomendaría de no ser porque la considero una compañía encantadora. Es muy sofisticada, ha leído mucho. Y sabe de arte. Cada vez que nos vemos aprendo algo.

—Si es tan sofisticada, ¿cómo es que conoce a alguien como tú?

—¿Qué más da eso? Mírala, tío. Es la rehostia. Un rostro así provoca que mil barcos se hagan a la mar, ¿no te parece? —Sonrió—. Alguna vez he leído en los periódicos que los escritores hablan de los secretos mejor guardados de los países. Bueno, pues ella es el secreto mejor guardado del Ática.

—¿Ática?

—La región histórica en la que se encontraba Atenas.

—Ah, vale. Así que cuando esté en el Ática debería quedar con Helena de Troya, ¿no es así?

Volvió a sonreír.

—Eso es. Daño no te va a hacer, ¿no?

—No, supongo que no.

—La vida no solo es fútbol. Ni siquiera para ti. No lo olvides.

—Tienes razón. A veces no me doy cuenta. Pero dos partidos por semana, tres si superamos la fase previa de la Champions, no dejan mucho tiempo para vivir.

—En este deporte nuestro es fácil olvidarse de lo demás.

—Sí, lo es.

—Le diré que vas a ir, ¿te parece bien? Y que te alojarás en el Grande Bretagne, en la plaza Syntagma. El bar y el restaurante del ático tienen las mejores vistas de Atenas. Llévala allí antes de ir al Spondi y cárgalo a mi cuenta.

—¿Por qué no?

Accedí para seguirle la corriente, como si Bekim fuera un niño, y, luego, me olvidé del asunto.

—Pero ten cuidado, Scott —me advirtió—. Y no me refiero a la encantadora Valentina. En el Ática hay dos equipos, el Olympiacos y el Panathinaikos, y son rivales irreconciliables. Se odian. Los griegos dicen que son enemigos eternos. A veces, cuando se enfrentan entre sí, el partido ni siquiera llega al final porque la violencia entre las aficiones es terrible. Cuando vayas a ver al Olympiacos, no te acerques a la Puerta 7, ¿vale? Ahí es donde están los hinchas más salvajes. Son muy violentos. Como los del Glasgow Rangers y el Celtic, pero peor. —Sonrió—. Veo que enarcas las cejas. Supongo que no me crees. Ya sé que eres medio escocés y que piensas que no hay nada peor que la rivalidad entre los dos equipos de Glasgow, pero no olvides que la mitad de los griegos por debajo de treinta años están en paro, y allí donde la tasa de desempleo es tan alta siempre cabe esperar un elevado número de aficionados violentos. Lo mismo que en la Alemania de Weimar. Como en Sudamérica. Y también se amañan partidos porque el crimen organizado está metido en el fútbol. Ser deportista honrado en Grecia es complicado. Y si te entrevista algún periódico, mantén la boca cerrada, porque la gente que habla de ese tipo de cosas sufre accidentes. Tú ándate con cuidado, nada más. Te lo pido por favor, Scott.

En la voz de Bekim había un tono de preocupación real y, en cuanto se fue, me pregunté si no sería aquella la verdadera razón por la que había venido a verme. Habría sido típico de él. Como descubrí más adelante, era una persona muy reservada en muchos sentidos.

La mano de Dios

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