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En Rusia, las cosas nos fueron mal desde el principio.

Primero, el vuelo a San Petersburgo a bordo del avión privado fletado para el equipo por Aeroflot salió del aeropuerto de la Ciudad de Londres después de tres horas de espera en la terminal sin electricidad, sin aire acondicionado y sin agua. Poco después de despegar, el avión sufrió una avería grave que hizo que todos empezáramos a pensar que cabía la posibilidad de que jamás volviéramos a caminar solos, como en la canción. Parecía una atracción de feria, solo que un Ilyushin IL96 era más bien el infierno. Caímos miles de metros antes de que los pilotos recuperaran el control de aquella bañera con alas de manufactura rusa y anunciaran que nos desviábamos a Oslo para «repostar».

Mientras descendíamos hacia el aeropuerto de Oslo, el avión temblequeaba como una caravana vieja, lo que hizo que empezáramos a pensar en el Manchester United de Busby y el desastre aéreo de 1958 en Múnich, en el que murieron veinte de los cuarenta y cuatro pasajeros. Es en eso en lo que piensan los equipos de fútbol cuando hay un problema en un avión, ya sea por mal tiempo o por turbulencias.

Y eso le lleva a uno a plantearse por qué Aeroflot es la aerolínea oficial del Manchester United.

La situación provocó que Denis Abayev, el nutricionista del equipo, intentara dirigirnos una plegaria, lo que solo sirvió para que todos, menos los más religiosos, perdiéramos la esperanza de salvarnos. Denis tiene un montón de diplomas en ciencias deportivas y antes de unirse al City fue consejero del equipo británico en los Juegos Olímpicos londinenses, al tiempo que trabajaba para el Instituto Inglés de Deporte, pero no tenía ni idea de psicología humana y asustó y reconfortó al mismo número de personas más o menos. Después de pasar los veinte minutos más largos de mi vida, el avión aterrizó sin incidentes entre vítores y aplausos, momento en que mi corazón volvió a latir. Ahora bien, en cuanto estuvimos en la terminal de Oslo, cogí a Denis, me lo llevé aparte y le dije que no volviera a hacer aquello nunca más.

—¿Te refieres a rezar por todos, jefe?

—Eso es. Al menos, no lo hagas en voz alta. Aparte de empezar a gritar «Allahu Akbar» y a agitar un Corán y un cúter, Denis, no se me ocurre mejor manera de acojonar a la gente en un avión.

—De verdad, jefe, no lo habría hecho si no los hubiera visto a todos cagados de miedo. Me ha parecido lo más adecuado en un momento así.

Denis era alto, delgado y tenía una mirada profunda, rondaría los treinta, llevaba media melena y una barba incipiente o, quizá, el intento casi fútil de dejarse una (si se le quedara algo de leche en el bigotillo, el gato se la lamería). Era moreno de piel, con los ojos como el ébano y una nariz en la que podrías amarrar un barco. Si Zlatan tuviera un hermano pequeño con pinta de empollón, seguro que se parecería a Denis Abayev.

—Lo entiendo, Denis, pero, si quieres rezar, hazlo en silencio. Antes o después te darás cuenta de que a las aerolíneas no les gusta que la gente empiece a pensar que Dios va a tener que encargarse de aquello que, por lo general, un piloto puede hacer con sus manitas. De hecho, estoy seguro de que no les gusta. Y a mí tampoco. No vuelvas a hacer nada religioso cerca de mis jugadores. Nunca. ¿Entendido? No a menos que vayamos perdiendo de un gol en el Camp Nou, ¿vale?

—Pero ha sido la mano de Dios la que nos ha salvado, jefe. Seguro que tú también lo has sentido.

—Eso es una gilipollez.

El comentario lo había hecho Bekim Develi, que estaba detrás de nosotros y le había oído.

—Ha sido la voluntad de Alá —insistió Denis.

—¿¡Qué!? —exclamó el ruso—. No me lo puedo creer. Es un puto yihadista. ¡Un moro loco!

—Bekim, cierra la puta boca —le ordené.

Pero, después de que hubiéramos salvado la vida por poco, al ruso aún le corría la adrenalina por el cuerpo —a mí, desde luego, aún me corría— y se abrió paso entre nosotros con brusquedad y le clavó el índice en el hombro al nutricionista.

—Mira, tío, por la misma razón, también ha sido voluntad de tu Alá ponernos en una situación en la que tuviéramos que temer por nuestra vida. Eso es lo que os pasa, que os encanta que vuestro amiguito Alá se lleve los méritos de lo que sale bien, pero parece que no queréis culparlo en el caso contrario.

—Por favor, no blasfemes de esa manera —le respondió Denis con calma—. Y no soy yihadista, pero sí que soy musulmán, ¿pasa algo?

—Pensaba que eras inglés —se sorprendió Bekim—. Denis. ¿Qué tipo de nombre es ese para un moro?

—Soy inglés —le explicó Denis sin perder la paciencia—, pero mis padres son de la República de Ingushetia.

—Joder, lo que nos faltaba. ¡Es arabiski! ¡Un puto LKN!

Más tarde me enteré de que «LKN» era una abreviatura y uno de los términos peyorativos que los rusos usaban para referirse a cualquiera que viviera en su frontera sur y, muy probablemente, a todas las repúblicas musulmanas.

—Bekim, cállate de una vez —le dije.

—¿Sabes? Ser musulmán no me convierte en terrorista.

—Eso lo dices tú. Mira, amigo, te lo voy a dejar bien claro: sé que eres el nutricionista del equipo, pero a mí no me des en la puta vida esa carne vuestra sacrificada según los preceptos islámicos. A mí me gustan todos los animales. No quiero comer ningún animal al que le hayan cortado la garganta en nombre de un dios. No me vengas con esa mierda. A mí dame carne de animales que se hayan matado de la manera normal, ¿te enteras?

—¿Por qué iba a daros carne sacrificada de acuerdo con los preceptos del islam? No soy un puto fanático.

—Eso es lo que dices ahora, pero fueron los tuyos los que mataron a aquel montón de niños en Beslán.

—Eso eran osetios.

—Y una mierda.

—Ya basta, Bekim —insistí—. Como digas una sola palabra más te mando de vuelta a Londres.

—¿Crees que quiero ir a algún sitio después de este puto vuelo? —Se llevó una mano al pecho y sacudió la cabeza—. Joder, jefe, no pienso volver a subirme a un avión. Y mira que pensaba que Dennis Bergkamp era un gallina porque no le gustaba volar. Ahora no lo tengo tan claro.

Nunca había creído que multar a los jugadores sirviera de mucho. A veces tienes que hacerlo, pero siempre te queda un mal sabor de boca, como si le estuvieras quitando la paga a un chaval. Siempre es mejor asumir que quieren jugar y ser parte del equipo y hacerles ver que, si no se comportan y tratan a los demás con respeto, será eso lo que les prohíbas. Expulsar a un futbolista del entrenamiento o de un partido suele ser un castigo que surte mucho mejor efecto. Eso y amenazarle con pegarle un puñetazo en la boca.

Agarré al ruso por los hombros y lo miré a los ojos. Era un tío grande, con la barba pelirroja en forma de pala y un temperamento explosivo, que es por lo que lo apodaban «diablo rojo». Le había visto dar cabezazos en la boca a otros jugadores por mucho menos de lo que yo le estaba haciendo, pero yo estaba preparado para devolvérselo si era menester.

—Relájate, ¿vale? Sigues en el aire junto con mi puto estómago. Quiero que te calles y te tranquilices, Bekim. Todos acabamos de pasar por una experiencia aterradora y ninguno de nosotros somos capaces de pensar como es debido. Pero ¿sabes una cosa? Me alegro de que hayamos pasado por esto. Son las mierdas como esta las que nos fortalecen como equipo. Y en el equipo estamos tú, estoy yo y también está él. Sí, Denis también. ¿Me has entendido, Bekim?

Asintió.

—Y ahora, creo que le debes una disculpa.

Bekim volvió a asentir y, con los ojos un poco llorosos, puede que porque acababa de darse cuenta de lo que había estado a punto de perder, le estrechó la mano a Denis y lo abrazó, momento en que se echó a llorar.

Bastante satisfecho de cómo se había resuelto la situación, los dejé solos.

La mano de Dios

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