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Los programas informáticos de AR (Análisis de Rendimiento) son muy útiles. A menudo me pregunto cómo podían vivir los entrenadores sin una tableta. Las imágenes editadas de los momentos clave del partido en un iPad son una herramienta esencial para cualquier entrenador y me gusta verlas con uno o dos jugadores en el autobús, de camino a casa, porque no siempre quiero hacerlo delante de todo el equipo. Sé muy bien que, para que a un futbolista le quede claro que la ha cagado, no es necesario que vea el error repetido en una pantalla una y otra vez delante de sus compañeros. Sé, por experiencia propia, que puede ser muy humillante. No obstante, en esta ocasión envié las imágenes del iPad a las pantallas de televisión del autocar para que todo el mundo escuchara lo que iba a decir. A veces, un poco de humillación es buena para el alma.

—A ver, prestadme atención —dije por el micrófono mientras el autobús se alejaba del estadio King Power—. Cerrad la puta boca, ¿vale? ¿De qué estáis hablando? ¿De lo buenos que eran? ¿De lo rápido que es el tal Vardy? ¿De lo bueno que es su portero? ¿De lo mucho que se parece a su padre? Que os den por el culo. No hemos perdido por eso.

»Ahí, al oeste del estadio, está el río Soar. Por cierto, estoy señalando a la derecha. Lo digo porque hay algunos que parece que no sepáis diferenciar la derecha de la izquierda, o el culo del codo. Se dice que en 1485, después de la batalla de Bosworth, los Tudor, que se habían alzado con la victoria, arrojaron el cadáver de Ricardo III a ese río asqueroso. Aunque, como es evidente, no puede ser verdad porque no hace mucho que han encontrado su esqueleto debajo de un parking del centro de Leicester. Supongo que el pobre hijo de puta perdió el ticket del parking y no podía salir. En cualquier caso, estoy seguro de que ahora muchos de vosotros sabéis cómo debió de sentirse el bueno de Ricardo. Yo, desde luego, sí. No tiene ni puta gracia perder en la puta ciudad de Leicester.

»Todo sucede por alguna razón y, a veces, la razón no es la hostia de evidente porque actuaciones menores pueden tener consecuencias muy grandes. Es lo que los científicos llaman «teoría del caos». O lo que abogados y filósofos denominan «causalidad». Los historiadores también tienen en cuenta esta mierda. Por ejemplo, la causa del inicio de la Primera Guerra Mundial no fue que al archiduque Francisco Fernando le descerrajaran un tiro en Sarajevo, eso solo fue la gota que colmó el vaso. ¿Habéis visto? Siendo jugador profesional de fútbol también se culturiza uno, joder. Y eso es algo que evidentemente algunos de vosotros necesitáis como agua de mayo. Y yo estoy aquí para ayudaros. Siempre que queráis saber alguna cosa, venid a verme.

»Ser entrenador de fútbol se parece un poco a lo que hacen los profesionales que acabo de mencionaros. Incluso tienes que ser un poco detective si, por ejemplo, tenemos en cuenta que lo que estamos haciendo ahora mismo, en el autobús, es observar el cadáver pestilente del partido en busca de la explicación de por qué hemos palmado. Porque no siempre está tan claro como parece. Pues bien, voy a contaros por qué hemos perdido. Olvidaos del gol en propia meta. Tal y como he dicho antes, eso no ha sido más que mala suerte. Así que vamos a fijarnos en el primer gol que han marcado, el de James Vardy. Ese tipo no se cansa de correr y siempre que juega le quita mucha presión a Nugent. Hoy, a Gary se le ha atragantado Vardy, como a los cuatro defensas. Vardy es delantero centro, pero yo diría que juega de manera más natural por la izquierda, que es por donde ha llegado el gol. A decir verdad, no estaba jugando en su posición, que es por lo que os ha resultado complicado marcarle. Ha sido un buen gol porque le ha pegado bien, pero ha marcado porque todos habéis pensado que no tenía ángulo para disparar. Ahora sabemos que no era así. Ya os lo he dicho en otras ocasiones y tendré que volver a repetíroslo: cuanto más alejados os mantengáis de un delantero como ese, más ritmo coge, y cuanto más ritmo adquiera, más posibilidades tiene de marcar. No pretendáis reaccionar al mismo tiempo que él. No lo vais a conseguir porque él piensa más rápido de lo que se mueve vuestro cuerpo. No hay nada más rápido que el pensamiento. Así que no apartéis los ojos del balón y entradle, hacedle falta y, si es necesario, enviadlo de visita al cirujano ortopédico.

»Pero si nos olvidamos de eso y nos fijamos en lo que sucede un minuto o dos antes de que marque, vemos que Kenny le pasa la pelota rasa a Gary, que luego se la entrega a Kwame, a quien no se le ocurre otra cosa que retrasársela a John y, además, no lo hace con suficiente fuerza como para que sea un pase seguro y John tiene que esforzarse por llegar al balón y su pase a Zénobe es tan impreciso que este no lo va a alcanzar ni aunque se tire un mes viendo el Super Sunday del Sky. Nugent intercepta la pelota y cambia a Vardy, que gira hacia un lado y luego hacia el otro, y al otro una tercera vez, y todos os mantenéis a distancia de él, como si tuviera una puta enfermedad contagiosa, hasta el momento en que pensáis que no tiene espacio para disparar y os relajáis. Solo que sí que tiene espacio, chuta y marca.

»A lo que me refiero es a que, si volvemos a fijarnos, antes de que Vardy haya olido siquiera la pelota, Kenny, ¿no te has dado cuenta de que Prometheus tenía kilómetros y kilómetros por delante en el centro del campo? Ves mejor que un indio comanche y, además, eres uno de los pasadores más precisos de la Liga. Podrías habérsela dejado de maravilla, ¿por qué has pasado la pelota con la mano? Eso solo se hace cuando el delantero tiene cemento en las botas. Pero hoy el nuestro corría como un galgo... No, espera, deja que acabe.

»Kwame, esto no va de pasarse la patata caliente. Cuando haces un pase tienes que pensar qué va a hacer el otro cuando tenga el balón. No habría estado mal si pretendieras crear espacios, pero es que aquí no has sabido qué hacer con el espacio que ya tenías.

»Y, John, tú no estás esperando el balón, eso es evidente, pero ¿por qué? Todos, en todo momento del partido, deberiais estar esperando el balón. E-S-E-P-B. Espera siempre el puto balón. En este caso, como ninguno de los dos lo estáis esperando, lo único que hacéis es intentar deshaceros de él. De ahí que el puto pase al pobre Zénobe sea, como quien dice, a la desesperada.

»Recordad qué os he dicho antes del partido, qué es lo que os digo antes de cada encuentro: el pensamiento creativo en lo referente al balón significa que sabes qué vas a hacer con él antes incluso de que te lo pasen. Y para eso tienes que saber cómo están los jugadores que te rodean. Como si fueran piezas de ajedrez. Tienes que mirar los espacios que los rodean y saber qué pueden hacer mejor incluso que ellos mismos. M-A-L-J y B-E-E. Mira a los jugadores y busca el espacio.

Esperé un segundo antes de sorprenderlos.

—Pero la verdadera razón de que la hayamos cagado y de que Jamie Vardy haya marcado es otra. Y para contárosla he de volver a cuando Kenny le ha pasado el balón raso a Kwame. Un segundo antes de hacerlo, levanta la vista y ve a Prometheus con todo ese espacio por delante y está claro que le va a enviar la bola de un puntapié. Ha encontrado a un jugador con espacio. Pero, de pronto, cambia de opinión. ¿Por qué? Porque con su vista de comanche mira al jugador y ve que le está dando la espalda. Si congelo la imagen y la muevo podéis verlo vosotros mismos. Ahí tenéis a Prometheus. ¿Lo veis? Esa es su nuca y se la está enseñando a Kenny durante ¿cuánto tiempo? Vamos a verlo. Joder, diez segundos.

»E-S-E-P-B. Espera siempre el puto balón. Espera SIEMPRE el puto balón. Pero Prometheus está mirando... No sé qué coño estás mirando durante diez segundos pero, desde luego, el puto balón no. Así que Kenny se pregunta para qué coño se la va a pasar a él, que está tomando el sol. Que está pensando en su hiena, en su mascota. Y va y la pasa por bajo. Porque no tiene otra opción. Y esa, caballeros, es la verdadera historia de por qué ha marcado gol el puto Jamie Vardy.

Prometheus se puso de pie agitando los brazos como un pingüino enfadado. Tenía el rostro tan desencajado que uno de los pendientes de diamantes le brillaba tanto en su oreja que parecía una baliza de emergencia.

—¿Es culpa mía que haya marcado? ¡Pero si yo estaba a kilómetros del abuelo ese!

—Igual no has estado atento mientras hablaba. Igual te pasa algo chungo en los oídos, y lo mismo en los músculos del cuello.

—¿Por qué soy yo siempre el que la caga?

—Dímelo tú, chaval.

Sacudió la cabeza.

—No es justo —se quejó.

—Tienes razón. Para los integrantes de este equipo no es justo que los hayas decepcionado así. No se me ocurre de qué otra forma describirlo cuando ni siquiera estás mirando adónde va la pelota. E-S-E-P-B. Espera siempre el puto balón. Puede que tú seas diferente, chaval. Puede que seas la única persona del planeta que tiene ojos en el cogote. Puede que seas capaz de ver la pelota mientras parece que estás mirando en otra dirección. Es un truco de la hostia, pero no sé en qué ayuda eso a tus compañeros. Porque de eso va este deporte.

Prometheus se sentó de golpe y le pegó un puñetazo al asiento de delante que, por suerte, no estaba ocupado.

Hay dos horas entre Leicester y el este de Londres. Esperé hasta que estuvimos a mitad de camino por la M11, al norte de Harlow, para levantarme e ir a sentarme al lado del nigeriano. Olía muy fuerte a loción para después del afeitado y linimento. Estaba echando una partida de Angry Birds en su iPad Air. Llevaba unos auriculares de tapón Monster Beats cuyos brillantes cables rojos parecían hilos de sangre que le salían de las orejas y le corrían por el cuello. Y, desde luego, la fuerte vibración de los bajos parecía suficiente para reventarle los oídos a cualquiera.

Al verme, suspiró, se quitó de un tirón los auriculares como un adolescente aburrido y esperó en silencio la reprimenda que esperaba que le echara cara a cara.

—¿Sabes? La vida está llena de conflictos —empecé—. Eso es lo que la hace interesante. La gente se cabrea cada dos por tres y, dado que el fútbol es un deporte muy intenso, las broncas también lo son. Me acuerdo de cuando jugaba en el Arsenal, de un día en que Patrick Vieira, un tipo grande y capitán del equipo, me cogió por el cuello y me dijo que como no me pusiera en forma iba a tener que llamarme al orden a hostias. Y lo decía de verdad. Es senegalés y en Senegal no se hacen ese tipo de amenazas a la ligera. Si te digo la verdad, jamás he conocido a nadie que jugara mejor que él en esa posición. Tenía mucho talento, mucho más del que he tenido yo nunca. Pero no solo lo admiraba, también me daba miedo, así que el problema lo resolví yo solito. Era justo lo que necesitaba en aquel momento. Alguien como él que estuviera dispuesto a hablarme como mi hermano mayor y señalar mis defectos.

»En la vida, lo importante es que aprendamos de nuestros errores y que, después, sepamos llevarnos bien con los demás. De eso van los equipos. Son como una gran familia donde todos somos hermanos. Mucha testosterona y muchas peleas. Solo que nosotros peleamos y enseguida perdonamos los errores y equivocaciones de los demás. Porque somos hermanos.

»Cuando estábamos en Rusia dijiste que tu madre no sabía quién era tu padre. Te referiste a ti mismo como un negro bastardo. Tengo la sensación de que te lo crees. Creo que esa es la postura de la que partes. Piensas que eres alguien malo. Puede incluso que pienses que serías mejor jugador si fueras más cabrón. Pero estoy aquí para decirte que ese no es el mejor camino. No para un profesional de verdad. Yo he tenido suerte. Mi padre sigue vivo. Pero Patrick no fue tan afortunado. Sus padres se divorciaron cuando era muy joven y nunca volvió a ver a su viejo. A pesar de todo, no permitió que eso le afectara. Te lo aseguro, nunca he conocido a nadie tan disciplinado como él. Con un talento de la hostia, como ya te he dicho, pero aún con más disciplina si cabe.

»Eres uno de los futbolistas jóvenes con más talento que he conocido. Y no creo que seas ni la mitad de cabrón de lo que quieres hacernos ver. Serás un gran jugador en cualquier equipo al que quieras ir. Pero el talento no es suficiente. Vas a necesitar disciplina para sacar el mayor partido de él, como Patrick Vieira. Como nos pasa a todos, la verdad. —Asentí—. Aquí acaba la lección.

—Gracias, jefe.

Le tendí la mano.

Sonrió y me la estrechó.

—E-S-E-P-B —dijo.

Le devolví la sonrisa.

—Espera siempre el puto balón. Eso es.

La mano de Dios

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