Читать книгу Mañana azul - Pierce Brown - Страница 13
4 CELDA 2187
ОглавлениеMe escoltan por los pasillos como a un prisionero. Llevo la cabeza tapada con la capucha. Las manos a la espalda rodeadas por unos grilletes sin cerrar. El hermano a mi izquierda y la hermana a mi derecha, los dos sujetándome. La picadura de serpiente me permite caminar, pero no muy bien. Aún siento el cuerpo tan flácido como un montón de ropa mojada, a pesar de las drogas que lo recorren. Apenas me siento el dedo del pie reventado ni las piernas débiles. Mis finas alpargatas de prisionero rascan el suelo. Noto la cabeza abotagada, pero el cerebro me funciona a gran velocidad. Es una paranoia consciente. Me muerdo la lengua para evitar susurrar y recordarme que ya no estoy en la oscuridad como antes. Mi cuerpo se desplaza medio a rastras por un pasillo de hormigón. Avanza hacia la libertad. Hacia mi familia, hacia Sevro.
Aquí nadie detendrá a dos dragones de la Decimotercera, no cuando tienen autorización y la propia Aja está aquí. Dudo incluso de que muchos miembros del ejército del Chacal sepan siquiera que estoy. Verán mi envergadura, mi palidez fantasmal y pensarán que soy algún prisionero obsidiano con mala suerte. Aun así, noto las miradas. La paranoia continúa abriéndose paso en mi interior. «Lo saben. Saben que habéis dejado cadáveres atrás. ¿Cuánto queda para que abran esa puerta? ¿Cuánto queda para que nos descubran?». Mi cerebro repasa a toda prisa los posibles finales. Me deja claro que todo podría salir mal. Las drogas. Son solo las drogas.
—¿No deberíamos estar subiendo? —pregunto mientras bajamos en un graviascensor hacia el corazón de la prisión de la Ciudadela de la montaña—. ¿O es que hay un hangar en un nivel inferior?
—Buena suposición, señor —me felicita Trigg impresionado—. Tenemos un barco esperando.
Holiday hace estallar un globo de chicle.
—Trigg, tienes un poco de caca en la nariz. Justo... ahí.
—Eh, cierra esa bocaza. No he sido yo el que se ha puesto colorado cuando el Segador estaba desnudo.
—¿Estás seguro de eso, muchacho? Silencio.
El graviascensor frena y los hermanos se ponen tensos. Oigo los clics de sus armas cuando les quitan los seguros. Las puertas se abren y alguien se suma a nosotros.
—Dominus —saluda Holiday con tranquilidad a nuestro nuevo invitado, y me da un empujón para que le deje espacio.
Las botas que entran son lo bastante pesadas para pertenecer a un dorado o a un obsidiano, pero los grises jamás llamarían «dominus» a un obsidiano y un obsidiano jamás olería a clavo y canela.
—Sargento.
La voz me araña por dentro. El hombre al que pertenece solía hacerse collares de orejas. Vixus. Uno de los miembros de la vieja banda de Tito. Formó parte de la masacre de mi Triunfo. Me encojo en un rincón del habitáculo cuando el graviascensor comienza a descender de nuevo. Vixus me reconocerá. Olerá mi rastro. Lo está haciendo ahora mismo, no para de mirarnos. Capto el crujido del cuello de su chaqueta.
—¿Decimotercera Legión? —pregunta Vixus al cabo de un instante. Debe de haberse fijado en los tatuajes que llevan en el cuello—. ¿Sois de Aja o de su padre?
—De la Furia en esta visita, dominus —contesta Holiday con serenidad—. Pero hemos servido bajo el Señor de la Ceniza.
—Ah, entonces ¿estuvisteis en la batalla de Deimos el año pasado?
—Sí, dominus. Estuvimos con Grimmus en la nave sanguijuela de vanguardia que se envió para asesinar a los Telemanus antes de que au Fabii los aplastara junto con los barcos de Arco. Este es mi hermano, y le metió un tajo en el hombro al viejo Kavax. Casi acaba con él antes de que Augusto y la esposa de Kavax destrozasen nuestro equipo de asalto.
—Vaya, vaya. —Vixus emite un silbido de aprobación—. Eso sí que habría sido un condenado premio de primera. Podrías haberte hecho otra lágrima en la cara, legionario. Yo he estado persiguiendo a ese perro obsidiano con la Séptima. El Señor de la Ceniza ha ofrecido una recompensa muy generosa para quien recupere a su esclavo. —Aspira algo por la nariz. Parece una de esas cánulas de estimulantes que tanto le gustaban a Tacto—. ¿Y ese quién es?
Se refiere a mí.
El corazón me retumba en los oídos.
—Un regalo de la pretor Grimmus a cambio de... «el paquete» que va a llevarse a casa —responde Holiday—. Ya sabe a qué me refiero, señor.
—Paquete. Medio paquete, más bien. —Se ríe de su propio chiste—. ¿Alguien que yo conozca? —Su mano roza el borde de mi capucha. Yo me encojo aún más—. Un Aullador sería estupendo. ¿Guijarro? ¿Hierbajo? No, demasiado alto.
—Un obsidiano —dice Trigg a toda prisa—. Ojalá fuera un Aullador.
—Uf. —Vixus aparta la mano como si pudiera contaminarse—. Esperad. —Tiene una idea—. Lo meteremos en la misma celda que esa zorra de Julii. Que se peleen por la cena. ¿Qué os parece, Decimotercera? ¿Os apetece divertiros un poco?
—Trigg, cárgate la cámara —ordeno con aspereza desde detrás de la capucha.
—¿Qué? —dice Vixus dándose la vuelta.
Pop. Se activa un campo inhibitorio.
Me muevo, torpe pero rápido. Libero las manos de los grilletes y empuño mi filo oculto con una mano mientras me despojo de la capucha con la otra. Acuchillo a Vixus en el hombro. Lo dejo clavado a la pared y le propino un cabezazo en la cara. Pero ya no soy lo que era, ni siquiera tomando drogas. Se me nubla la vista. Me tambaleo. Él no y, antes de que pueda reaccionar, antes de que pueda siquiera volver a enfocar los ojos, Vixus saca su propio filo.
Holiday me protege con su cuerpo y me empuja para alejarme. Me caigo al suelo. Trigg es aún más rápido al desenfundar y le mete la pistola de balas directamente en la boca abierta de Vixus. El dorado se queda paralizado mirando el metal del cañón, con la lengua aprisionada por la mordaza metálica. Su filo se detiene a escasos centímetros de la cabeza de Holiday.
—Chissss —susurra Trigg—. Suelta el filo.
Vixus obedece.
—¿En qué demonios estabas pensando? —me pregunta Holiday enfadada.
Respira con dificultad y me ayuda a levantarme. La cabeza aún me da vueltas. Me disculpo. Ha sido una estupidez por mi parte. Me sereno y desvío la mirada hacia Vixus, que, horrorizado, tiene la vista clavada en mí. Me tiemblan las piernas y tengo que estabilizarme agarrándome a uno de los pasamanos del graviascensor. El corazón me repiquetea a causa de los estragos que las drogas están causando en mi sistema. Es una estupidez intentar luchar. Es una estupidez utilizar un inhibidor. Los verdes que lo estén viendo atarán cabos. Enviarán a los grises a investigar la sala de preparación. Encontrarán los cuerpos.
Intento reorganizar mis pensamientos inconexos. Concentrarme.
—¿Victra está viva? —consigo preguntar.
Trigg le saca la pistola a la altura de los dientes para que Vixus pueda contestar. No lo hace. Todavía no.
—¿Sabes lo que me ha hecho el Chacal? —pregunto de nuevo.
Tras un instante de testarudez, Vixus asiente.
—Y... —Me echo a reír. Mi carcajada se prolonga como una grieta en el hielo, se extiende, se ensancha, a punto de ramificarse en mil direcciones distintas, hasta que me muerdo la lengua para frenarla de raíz—. Y... ¿y aún tienes las pelotas de obligarme a preguntártelo dos veces?
—Está viva.
—Segador... Van a venir a por nosotros. Van a darse cuenta de que hay un campo inhibitorio —dice Holiday mirando a la minúscula cámara que sobresale del techo del ascensor—. No podemos cambiar el plan.
—¿Dónde está? —Retuerzo el filo—. ¿Dónde está?
Vixus emite un siseo de dolor.
—Nivel veintitrés, celda 2187. Sería inteligente que no me mataras. Podrías meterme en su celda. Escapar. Te diré cuál es el mejor camino, Darrow. —Los músculos y las venas que tiene debajo de la piel del cuello culebrean y se hinchan como serpientes bajo la arena. No tiene ni un gramo de grasa corporal—. Dos pretorianos traidores no te llevarán muy lejos. Hay un ejército en esta montaña. Legiones en la ciudad, en órbita. Treinta Marcados como Únicos. Montahuesos en el sur de Ática. —Hace un gesto con el mentón en dirección a la pequeña cabeza de pájaro que lleva en la solapa del uniforme—. ¿Te acuerdas de ellos?
—No lo necesitamos —dice Trigg, que toquetea el gatillo de su arma.
—¿Ah, no? —Vixus suelta una risita, recuperando la confianza al ver mi flaqueza—. ¿Y qué vais a hacer para enfrentaros a un Caballero Olímpico, quincalla? Uy, espera. Pero si aquí hay dos, ¿no?
Holiday se limita a resoplar.
—Lo mismo que harías tú, ricitos de oro. Correr.
—Nivel veintitrés —le digo a Trigg.
Trigg aporrea los mandos del graviascensor y nos desvía de su ruta de escape. Busca un mapa en su terminal de datos y lo estudia brevemente junto con su hermana.
—La celda 2187 está... aquí. Tendrá un código. Habrá cámaras.
—Está demasiado lejos de la evacuación. —Holiday tensa la boca—. Si vamos por ahí, estamos fritos.
—Victra es mi amiga —digo. Y creía que estaba muerta, pero de algún modo ha conseguido sobrevivir a los disparos de su hermana—. No pienso abandonarla.
—No hay otra alternativa —insiste Holiday.
—Siempre hay alternativa.
Mis palabras parecen débiles, incluso para mí.
—Mírate, hombre. ¡Estás hecho un guiñapo!
—Déjalo en paz, Holi —interviene Trigg.
—¡Esa zorra dorada no es uno de los nuestros! No voy a morir por ella.
Pero Victra habría muerto por mí. En la oscuridad, pensaba en ella. La alegría infantil de su mirada cuando le di la botella de petricor en el estudio del Chacal. «No lo sabía. Darrow, no lo sabía», fue lo último que me dijo después de que Roque nos traicionase. Rodeada de muerte, con balas en la espalda, y lo único que Victra deseaba era que no pensara mal de ella en su final.
—No dejaré atrás a mi amiga —repito en tono dogmático.
—Yo te seguiré —asegura Trigg—. Lo que tú digas, Segador. Soy tu hombre.
—Trigg —susurra su hermana—. Ares dijo...
—Ares no ha cambiado el rumbo de las cosas. —El gris me señala con la cabeza—. Él sí puede hacerlo. Vamos a donde él vaya.
—¿Y si perdemos nuestra ventana?
—Pues creamos una nueva. Tenemos suficientes explosivos.
A Holiday se le ponen los ojos vidriosos y aprieta la prominente mandíbula. Conozco esa mirada. No ve a su hermano como lo veo yo. Para ella no es un lurcher, un asesino. Para ella es el muchacho con el que creció.
—De acuerdo. Contad conmigo —dice a regañadientes.
—¿Qué hay del Único? —pregunta Trigg.
—Si marca el código conserva la vida —contesto—. Disparadle si intenta cualquier cosa.
Salimos del ascensor en el nivel veintitrés. Llevo puesta la capucha una vez más. Holiday me guía mientras Vixus camina ante nosotros como si nos escoltara hasta una celda. Trigg le pisa los talones encañonándole con la pistola. Los pasillos están en silencio. Nuestras pisadas retumban. No veo nada con la cabeza tapada.
—Aquí es —dice Vixus cuando llegamos a la puerta.
—Introduce el código, imbécil —le ordena Holiday.
El dorado obedece y las puertas se abren con un siseo. Un rugido nos envuelve. Una horrible electricidad estática que brota de los altavoces. La celda está helada, todo es de un blanco resplandeciente. El techo emite una luz tan fulgurante que ni siquiera puedo mirarla directamente. La consumida ocupante de la celda está tumbada en un rincón, con las rodillas contra el pecho en posición fetal y de espaldas a mí. Tiene la columna salpicada de viejas quemaduras y marcada por los latigazos de las palizas. La maraña de pelo rubio blanquecino que le cubre los ojos es lo único que protege a la mujer de la luz furiosa. No sabría ni quién es si no fuera por las dos cicatrices de herida de bala que tiene en la parte alta de la espalda, entre los dos omóplatos.
—¡Victra! —grito por encima del estruendo. No me oye—. ¡Victra! —voceo de nuevo justo en el momento en que el ruido desaparece y un latido lo reemplaza en los altavoces.
La están atormentando con ruidos, con luces. Sensaciones. Una tortura diametralmente opuesta a la mía. Ahora que puede oírme, vuelve la cabeza con brusquedad hacia mí. Sus ojos dorados me lanzan una mirada salvaje tras el revoltijo de pelos. Ni siquiera sé si me reconoce. La osadía con la que antes Victra lucía su desnudez ha desaparecido. Se cubre, vulnerable. Aterrorizada.
—Ponedla de pie —dice Holiday mientras obliga a Vixus a tumbarse bocabajo—. Tenemos que irnos.
—Está paralizada... —dice Trigg—. ¿No?
—Mierda. Pues entonces tendremos que cargar con ella.
Trigg se acerca rápidamente a Victra. Yo le asesto un manotazo en el pecho y lo detengo. Aun estando así, Victra sería capaz de arrancarle los brazos del cuerpo. Consciente del pánico que sentí cuando me sacaron de mi agujero, me acerco a ella muy despacio. Mi propio miedo se oculta en algún recoveco de mi mente y la rabia por lo que su propia hermana le ha hecho a mi amiga ocupa su lugar. La rabia por saber que esto es culpa mía.
—Victra, soy yo. Darrow. —Ella no muestra ningún indicio de haberme oído. Me acuclillo a su lado—. Vamos a sacarte de aquí. ¿Podemos levanta...?
Se abalanza sobre mí. Propulsándose con los brazos.
—Quítate la cara —grita—. Quítate la cara.
Comienza a convulsionar y Holiday se precipita hacia ella y le golpea con una porra eléctrica en la parte baja de la espalda. La electricidad no basta.
—¡Al suelo! —grita Holiday.
Victra la golpea en el centro del peto de su armadura de duroplástico y hace que la gris retroceda varios metros hasta estamparse contra la pared. Trigg le dispara dos tranquilizantes en el muslo con su ambirrifle, una carabina multifunción. La derriban de inmediato. Pero aun así se queda despierta en el suelo, jadeando, observándome a través de un ojo medio cerrado, hasta que pierde la conciencia.
—Holiday... —digo.
—Estoy estupenda —gruñe la chica mientras se pone en pie. El peto de su armadura tiene una abolladura del tamaño de un puño en el centro—. Esa florecilla sabe dar golpes —comenta Holiday mientras contempla el bollo—. Se supone que esta armadura es capaz de soportar disparos de cañones de riel.
—La genética de los Julii —masculla Trigg.
Carga a Victra sobre sus hombros y sigue a Holiday hasta el pasillo, desde donde su hermana me hace una señal para que me dé prisa y salga también. Dejamos a Vixus tumbado en el suelo de la celda. Vivo, como le prometimos.
—Te encontraremos —dice incorporándose cuando me dispongo a cerrar la puerta—. Sabes que lo haremos. Dile al pequeño Sevro que vamos a por vosotros. Un Barca menos. Ya solo queda otro.
—¿Qué has dicho? —pregunto.
Entro de nuevo en la celda sin que se lo espere y el miedo le ilumina los ojos. El mismo miedo que Lea debió de sentir hace ya tantos años cuando me escondí en la oscuridad mientras Antonia y Vixus la torturaban para hacerme salir. Él se reía mientras la sangre de Lea se filtraba en el musgo. Y mientras muchos de mis amigos morían en el jardín. Querría que le perdonara la vida para poder volver a matar más adelante. La crueldad se alimenta de la misericordia.
Mi filo se transforma en una falce.
—Por favor —me suplica Vixus con los labios finos tan temblorosos que también yo veo al crío que hay en él cuando se da cuenta de que ha cometido un error. En algún lugar hay alguien que aún lo quiere. Que lo recuerda como un niño travieso o dormido en una cuna. Ojalá hubiera seguido siendo ese niño. Ojalá todos hubiéramos seguido siéndolo—. Ten corazón. Darrow, tú no eres un asesino. Tú no eres Tito.
El sonido de latidos que inunda la habitación se hace más intenso. La luz blanca recorta la silueta de Vixus.
Quiere piedad.
La mía se perdió en la oscuridad.
Los héroes de las canciones rojas tienen misericordia, honor. Dejan que los hombres vivan, como yo permití que viviera el Chacal, para poder continuar sin mancha de pecado. Que el villano sea el malo. Que sea él quien vista de negro e intente apuñalarme cuando le dé la espalda, así podré volverme contra él y matarlo, obtener venganza sin culpa. Pero esto no es una canción. Es la guerra.
—Darrow...
—Necesito que le transmitas un mensaje al Chacal.
Le abro la garganta de un tajo a Vixus. Y cuando se desploma en el suelo derramando su vida latido a latido, sé que tiene miedo porque nada lo espera al otro lado. Barbotea. Lloriquea antes de morir. Y yo no siento nada.
Más allá los latidos de la habitación, también se escucha un ulular sirenas.