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12 LOS JULII

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Encuentro a Victra en una habitación aislada con varios Hijos montando guardia ante la puerta. Está tumbada sobre una camilla de cuyo borde le sobresalen los pies. En el holo que está mirando, los canales de noticias de la Sociedad no paran de parlotear sobre el valeroso ataque de la Legión contra una fuerza terrorista que destruyó una presa y anegó el valle bajo del río Mystos. La inundación ha forzado a dos millones de granjeros marrones a abandonar sus casas. Los grises entregan paquetes de ayuda humanitaria desde las traseras de los camiones militares. No sería de extrañar que hubieran sido rojos los que han hecho volar la presa por los aires. O podría haber sido el Chacal. A estas alturas, ¿quién lo sabe?

Victra lleva el pelo dorado blanquecino recogido en una coleta prieta a la altura de la nuca. Todos y cada uno de sus miembros, incluso las piernas paralizadas, están esposados a la cama. Por aquí no confían mucho en su raza. No desvía la vista hacia mí cuando en el holo comienzan a emitir un perfil de Roque au Fabii, el Poeta de Deimos y el último rompecorazones del circuito de los cotilleos. Indagan en su pasado, realizan entrevistas con su madre senadora, con sus profesores anteriores al Instituto, muestran imágenes de cuando era niño y vivía en su hacienda del campo.

«A Roque el mundo natural siempre le resultó más hermoso que las ciudades —dice su madre para la cámara—. Es el orden perfecto de la naturaleza lo que tanto admiraba. El hecho de que se formara jerárquicamente sin ningún tipo de esfuerzo. Creo que esa es la razón por la que tanto amaba la Sociedad, incluso cuando...».

—Esa mujer estaría mucho más guapa con una pistola metida en la boca —masculla Victra, que le quita el volumen al holo.

—Es muy probable que haya pronunciado más veces el nombre de su hijo a lo largo del último mes que en toda su infancia —le digo.

—Bueno, los políticos jamás permiten que la fama de un miembro de su familia se desperdicie. ¿Qué fue exactamente lo que Roque dijo de Augusto una vez en una fiesta? «Oh, cómo se congregan los buitres en torno a los poderosos para comerse los cadáveres que dejan a su paso». —Victra me mira con esos ojos centelleantes, beligerantes. La locura que vi reflejada en ellos ha retrocedido, pero no ha desaparecido por completo—. Esas palabras bien podrían haberse referido a ti.

—Tienes razón —admito.

—¿Estás al mando de este pequeño hatajo de terroristas?

—Tuve mi oportunidad de liderarlos. Y fue un desastre. Ahora es Sevro el que los dirige.

—Sevro. —Se recuesta—. ¿En serio?

—¿Te resulta gracioso?

—No. En realidad, por alguna razón no me sorprende lo más mínimo. Siempre fue más mordedor que ladrador. La primera vez que lo vi, le estaba pateando el culo a Tacto.

Doy un paso más hacia ella.

—Creo que te debo una explicación.

—Oh, demonios. ¿No podemos saltarnos esta parte? —pregunta—. Es aburrida.

—¿Saltárnosla?

Victra deja escapar un suspiro.

—Disculpas. Recriminación. Toda esa mierda insignificante en la que la gente se enreda porque es insegura. No me debes ninguna explicación.

—¿Cómo has llegado a esa conclusión?

—Todos aceptamos un cierto contrato social al vivir en esta Sociedad nuestra. Mi gente oprime a tu minúscula raza. Vivimos de los frutos de vuestro trabajo. Fingimos que no existís. Y vosotros contraatacáis. Por lo general con muy poca fuerza. Personalmente, opino que estáis en vuestro derecho. No está bien ni mal. Pero es justo. Yo aplaudiría a un ratón que se las ingeniara para matar un águila, ¿tú no? Bien por él.

»Es absurdo e hipócrita que los dorados se quejen ahora simplemente porque los rojos al fin han empezado a luchar bien. —Se ríe con ganas ante mi sorpresa—. ¿Qué, querido? ¿Esperabas que me pusiera a gritar, despotricar y vociferar acerca del honor y la traición como esas heridas andantes, Casio y Roque?

—Un poco —confieso—. Habría...

—Eso es porque eres más emotivo que yo. Yo soy una Julii. El frío corre por mis venas. —Pone los ojos en blanco cuando intento corregirla—. No me pidas que sea diferente porque necesitas sentirte validado, por favor. Los dos estamos por encima de eso.

—Nunca has sido tan fría como quieres aparentar —aseguro.

—Yo ya existía mucho antes de que tú entraras en mi vida. ¿Qué sabes de mí en realidad? Soy una digna hija de mi madre.

—Eres mucho más que eso.

—Si tú lo dices...

No hay artificio en Victra. Nada de manipulación coqueta. Mustang es todo sonrisas de satisfacción y jugadas sutiles. Victra es una bola de demolición. Se suavizó antes del Triunfo. Bajó la guardia. Pero ahora ha vuelto y es tan distante como cuando la conocí. Pero cuanto más tiempo pasamos hablando más cuenta me doy de que su pelo está moteado de gris, no solo de un dorado pálido. Tiene las mejillas hundidas y su mano derecha, la que está al otro lado de la camilla, se aferra a las sábanas con fuerza.

—Sé por qué me mentiste, Darrow. Y lo respeto. Pero lo que no consigo entender es por qué me salvaste en Ática. ¿Fue por pena? ¿Una táctica?

—Porque eres mi amiga —respondo.

—Venga ya, por favor.

—Preferiría haber muerto intentando sacarte de aquella celda a dejar que te pudrieras allí. Trigg murió antes de que lo lográramos.

—¿Trigg?

—Uno de los dos grises que había a mi espalda cuando entramos en tu celda. La otra es su hermana.

—Yo no os pedí que me salvarais —replica con amargura para lavarse las manos de la muerte de Trigg. Aparta la mirada de mí—. ¿Sabes? Antonia creía que éramos amantes, tú y yo. Me enseñó las imágenes de tu proceso de talla. Se mofó de mí. Como si fuera a darme asco ver lo que eres. Ver de dónde saliste. Ver cómo me habías mentido.

—¿Y fue así?

Esboza una mueca de desdén.

—¿Por qué iba a importarme lo que eras? A mí me importa lo que la gente hace. Me importa la verdad. Si me lo hubieras dicho, no habría hecho ni una sola cosa de manera diferente. Te habría protegido. —La creo. Y creo en el dolor que reflejan sus ojos—. ¿Por qué no me lo contaste?

—Porque tenía miedo.

—Pero apuesto a que a Mustang sí se lo contaste.

—Sí.

—¿Por qué a ella sí y a mí no? Me merezco saber al menos eso.

—No lo sé.

—Porque eres un mentiroso. Me dijiste que no era mala. Pero en el fondo piensas que sí. Nunca has confiado en mí.

—No —reconozco—. No confiaba en ti. Ese es mi gran error. Y mis amigos lo han pagado con sus vidas. Esa... esa culpa ha sido mi única compañera en la caja en la que me han mantenido encerrado durante nueve meses. —Por la expresión de su rostro, sé que no sabía lo que me habían hecho—. Pero ahora se me ha concedido una segunda oportunidad en la vida. No quiero desperdiciarla. Quiero compensarte. Te debo una vida. Te debo justicia. Y quiero que te unas a nosotros.

—¿Que me una vosotros? —pregunta entre risas—. ¿Que me convierta en una Hija de Ares?

—Sí.

—Lo dices en serio. —Se ríe de mí. Otro mecanismo de defensa—. La verdad es que no me va el suicidio, querido.

—El mundo que conoces ha desaparecido, Victra. Tu hermana te lo ha arrebatado. Tu madre y sus amigos han sido aniquilados. Tu casa es ahora tu enemiga. Y tú eres una paria de tu propio pueblo. Ese es el problema de la Sociedad. Que devora a sus propios hijos. Nos enfrenta a unos contra otros. No tienes adónde ir...

—Vaya, tú sí que sabes hacer que una chica se sienta especial.

—... quiero darte una familia que no te apuñale por la espalda. Proporcionarte una vida significativa. Sé que eres una buena persona, aunque te rías de mí por decírtelo. Pero creo en ti. Aun así... todo esto no importa, lo que yo creo, lo que yo quiero. Lo que importa es lo que quieres tú.

Me mira a los ojos.

—¿Qué es lo que quiero?

—Si quieres marcharte de aquí, adelante. Si quieres quedarte en esta cama, adelante. Di lo que quieres y será tuyo. Te lo debo.

Se queda pensativa.

—No me importa vuestra rebelión. No me importa tu esposa muerta. Ni encontrar una familia o dar un significado a mi vida. Quiero ser capaz de dormir sin que me pongan hasta arriba de sustancias químicas. Quiero ser capaz de volver a soñar. Quiero olvidar la cabeza desplomada de mi madre, sus ojos vacíos y sus dedos crispados. Quiero olvidar la risa de Adrio. Y quiero recompensar a Antonia y Adrio por su hospitalidad. Quiero alzarme sobre ellos y sobre ese mierda de Roque mientras sollozan por que acabe con su vida, y sacarles los ojos y verterles oro derretido en las cuencas para que griten, se retuerzan y su orina se desparrame por el suelo, que supliquen perdón por haber pensado en algún momento que podrían meter a Victra au Julii en una condenada jaula. —Una sonrisa salvaje se dibuja en sus labios—. Quiero venganza.

—La venganza es un fin vacío —le digo.

—Y yo ahora soy una chica vacía.

Sé que no es así. Sé que es más que eso. Pero también sé mejor que nadie que las heridas no se curan en un día. Yo apenas me he recuperado un poco y tengo aquí a toda mi familia.

—Si eso es lo que quieres, eso es lo que te debo. Dentro de tres días, el tallista que me convirtió en dorado estará aquí. Volverá a convertirnos en lo que fuimos. Te recompondrá la columna. Te devolverá las piernas, si así lo quieres.

Me mira con los ojos entornados.

—¿Y confías en mí, después del precio que has pagado por ser confiado?

Cojo la llave magnética que me han entregado los Hijos de la puerta y la acerco a la parte interna de sus esposas. Una a una, se sueltan de la cama y le liberan las piernas, los brazos.

—Eres más tonto de lo que pareces —me espeta.

—Puede que no creas en nuestra rebelión. Pero yo vi a Tacto cambiar antes de que le arrebataran su futuro. He visto a Ragnar olvidar sus ataduras y tratar de alcanzar lo que quiere en este mundo. He visto a Sevro transformarse en un hombre. Me he visto cambiar a mí mismo. Creo sinceramente que elegimos lo que queremos ser en esta vida. No está predeterminado. Tú mostraste lealtad hacia mí, más que Mustang, más que Roque. Y por eso creo en ti, Victra. Más de lo que nunca he creído en nadie. —Le tiendo una mano—. Sé de mi familia y jamás te abandonaré. Nunca te mentiré. Seré tu hermano mientras vivas.

Alarmada por la emoción que tiñe mi voz, la fría mujer de la camilla levanta la vista hacia mí. Las defensas que había erigido las ha olvidado. En otra vida, podríamos haber sido pareja. Podría haber despertado en mí el fuego que siento por Mustang, por Eo. Pero no en esta vida.

Victra no se ablanda. No se deshace en lágrimas. Su interior aún está lleno de furia. Aún hay odio descarnado y mucha traición, frustración y pérdida enredados en torno a su gélido corazón. Pero en este instante, se libera de todo eso. En este momento, alarga la mano con solemnidad para tomar la mía. Y siento que la esperanza titila dentro de mí.

—Bienvenida a los Hijos de Ares.

Mañana azul

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