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13 AULLADORES

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Es condenadamente exasperante que te oculten las cosas —masculla Victra mientras me ayuda a cargar las pesas en el banco de ejercicios.

El ruido retumba en el gimnasio de piedra. Tan solo cuenta con los elementos más básicos. Pesas de metal. Neumáticos de goma. Cuerdas. Y meses de mi sudor.

—¿Es que no saben quién eres? —pregunto incorporándome.

—Oh, cállate. ¿No fuiste tú quien encontró a los Aulladores? ¿No tienes ningún poder sobre cómo nos tratan?

Me empuja para que me levante del banco y ocupar mi lugar. Apoya la columna vertebral sobre la superficie acolchada y levanta los brazos para agarrar la haltera. Le quito unas cuantas pesas. Pero ella me fulmina con la mirada y vuelvo a colocarlas mientras Victra afianza su posición.

—Técnicamente no —contesto.

—Vaya. Pero, en serio: ¿qué tiene que hacer una chica para conseguir una capa de lobo? —Alza la barra de su apoyo con sus brazos poderosos y comienza a subirla y bajarla mientras habla. Son más de trescientos kilos—. Hace dos misiones que disparé a un legado en la cabeza. ¡A un legado! He visto a tus Aulladores. Excepto... Ragnar, todos son minúsculos. Necesitan... más matones si quieren... enfrentarse a los Montahuesos de Adrio o a los... pretorianos de la soberana. —Aprieta los dientes cuando termina su última repetición y posa la barra sin mi ayuda. Se levanta para señalarse en el espejo. Posee una complexión poderosa, lacónica. Tiene unos hombros anchos que se balancean al ritmo de sus andares altaneros—. Soy un espécimen físico perfecto, de los pies a la cabeza. No utilizarme es un cargo contra la inteligencia de Sevro.

Pongo los ojos en blanco.

—Es probable que sea tu falta de confianza en ti misma lo que le preocupa.

Me lanza una toalla.

—Tú eres tan irritante como él. Juro por Júpiter que si hace un solo comentario más acerca de mi «pobreza emergente» le cortaré la cabeza con una condenada cuchara. —Me quedo mirándola durante un instante e intento contener la risa—. ¿Qué?, ¿tú también tienes algo que decir?

—Nada de nada, buena mujer —respondo con las manos en alto. Su mirada se detiene en ellas por instinto—. ¿Ahora tocan sentadillas?

Este gimnasio destartalado ha sido nuestro segundo hogar desde que Mickey nos talló. Necesitamos semanas de recuperación en su taller mientras los nervios de Victra recordaban cómo se camina y los dos tratábamos de ganar peso de nuevo bajo la supervisión de la doctora Virany. Una manada de rojos y un verde nos observan desde la esquina del gimnasio. Aun después de dos meses, sigue siendo una novedad ver el peso que pueden levantar dos Marcados como Únicos química y genéticamente mejorados.

Hace un par de semanas, Ragnar vino a sacarnos los colores. Ese bruto ni siquiera abrió la boca. Se limitó a amontonar pesas en una haltera hasta que ya no entraban más, la levantó sin apenas flexionar las rodillas y luego nos hizo un gesto para que lo imitáramos. Victra ni siquiera fue capaz de levantar el peso del suelo. Yo llegué hasta las rodillas. Luego tuvimos que escuchar a los cien idiotas que se apiñaron a su alrededor coreando su nombre durante una hora. Después me enteré de que el tío Narol había estado supervisando apuestas sobre cuánto peso más que yo podría levantar Ragnar. Incluso mi propio tío apostó contra mí. Pero es una buena señal, aunque los demás no lo vean así. Los dorados no pueden vencer siempre.

Gracias a la ayuda de Mickey y la doctora Virany, Victra y yo recuperamos el control de nuestro cuerpo. Pero recuperar nuestras sensaciones en el campo nos ha costado el mismo tiempo. Comenzamos con pasitos de bebé. Nuestra primera misión exterior juntos fue una incursión en busca de suministros acompañados de Holiday y una docena de guardaespaldas, no por la incursión en sí, sino por mí. No la llevamos a cabo con los Aulladores.

—Tienes que ganarte un puesto en el escuadrón A, Segador. Garantizar que eres capaz de aguantar el ritmo —me dijo Sevro con unas palmaditas en la cara—. Y Julii tiene que demostrar lo que vale.

Victra le dio un cachete en la mano cuando intentó acariciarla.

Diez incursiones en busca de suministros, dos misiones de sabotaje y tres asesinatos después, Sevro se convenció al fin de que Holiday, Victra y yo estábamos listos para combatir con el escuadrón B: los víboras, comandado por mi tío Narol, que se ha convertido en una especie de líder de culto para los rojos de por aquí. Ragnar es una criatura casi divina. Pero mi tío no es más que un viejo rudo que bebe demasiado, fuma demasiado y al que se le da extraordinariamente bien la guerra. Sus víboras son una variopinta colección de tipos duros especializados en sabotajes y robos; aproximadamente la mitad son antiguos sondeainfiernos, el resto son una mezcla de otros colores inferiores útiles. Hemos completado tres misiones con ellos, y como resultado hemos destruido un barracón y varias infraestructuras de comunicación de la Legión, pero no puedo librarme de la sensación de que somos una serpiente que se muerde la cola. Los medios de comunicación de la Sociedad les dan la vuelta a todos y cada uno de nuestros atentados. Cada pizca de daño que conseguimos infligir tan solo parece atraer a más legiones de Agea hacia las minas o las ciudades más pequeñas de Marte.

Me siento acorralado.

Peor aún, me siento como un terrorista. Solo me había sentido así una vez en la vida, y fue cuando entré en la gala de la Luna con una bomba en el pecho.

Dancer y Teodora llevaban un tiempo presionando a Sevro para que tratase de captar más aliados, para que salvara la distancia que separa a los Hijos de otras facciones. Al final accedió a regañadientes. De manera que, a principios de esta semana, nos enviaron a las víboras y a mí desde los túneles hasta el continente septentrional de Arabia Terra, donde la Legión Roja se ha tallado una fortaleza en la ciudad portuaria de Ismenia. Dancer albergaba la esperanza de que yo pudiera atraerlos al rebaño ya que Sevro no fue capaz, y tal vez apartarlos de la influencia de Harmony. Pero en lugar de hallar aliados encontramos una fosa común. Una ciudad gris, bombardeada, arrancada de la órbita. Aún puedo ver esa masa pálida e hinchada de cuerpos junto a la costa. Los cangrejos se paseaban sobre los cadáveres cebándose en los muertos mientras una solitaria voluta de humo ascendía en espiral hacia las estrellas, el eco viejo y sordo de la guerra.

Esa imagen me obsesiona, pero Victra parece haberlo superado sin problemas mientras continúa machacándose en el gimnasio. La ha metido en esa inmensa cripta que hay en el fondo de su mente, allá donde comprime y encierra todo lo malo que ha visto, todo el dolor que ha sentido. Ojalá me pareciera más a ella. Ojalá sintiera menos y estuviera menos asustado. Pero cuando recuerdo esa voluta de humo, lo único que logro pensar es que es el presagio de algo peor. Como si el Universo nos estuviera permitiendo entrever el final hacia el que nos precipitamos.

Cuando terminamos con nuestra sesión de entrenamiento es noche cerrada; los espejos están empañados por la condensación. Nos duchamos y hablamos por encima de las mamparas de plástico.

—Tómatelo como un síntoma de progreso —digo—. Al menos ahora te habla.

—No. Tu madre me odia. Siempre me odiará. Y no puedo hacer ni una maldita cosa al respecto.

—Bueno, podrías intentar ser más educada.

—Soy perfectamente educada —replica Victra ofendida.

Corta el agua de su ducha y sale del cubículo. Con los ojos cerrados para protegerme del agua, termino de enjabonarme el pelo suponiendo que ella no dirá nada más. No abre la boca, así que termino de aclararme el champú y salgo del cubículo en cuanto acabo. Siento que algo va mal cuando veo a Victra tumbada desnuda en el suelo, con las manos y las piernas atadas a la espalda. Con una capucha en la cabeza. Algo se mueve detrás de mí. Me doy la vuelta justo a tiempo para ver media docena de espectrocapas que se mueven entre el vapor. Entonces alguien inhumanamente fuerte me agarra por la espalda y me rodea los brazos con los suyos para impedir que pueda separarlos de los costados. Siento su respiración en el cuello. El terror me invade el cuerpo. El Chacal nos ha encontrado. Ha conseguido entrar a hurtadillas.

—¡Dorados! —grito—. ¡Dorados!

Aún estoy mojado por la ducha. El suelo está resbaladizo. Lo utilizo en mi ventaja y me retuerzo como una anguila entre los brazos de mi atacante hasta que puedo asestarle un codazo en la cara. Oigo un gruñido. Vuelvo a retorcerme y resbalo. Me caigo de rodillas sobre el suelo de hormigón. Consigo ponerme en pie de nuevo. Siento que dos atacantes se abalanzan contra mí por la izquierda. Cubiertos con las capas. Me agacho bajo uno de ellos con los hombros a la altura de sus rodillas. Sale catapultado por encima de mi cabeza y se empotra contra los tabiques de plástico que separan las duchas detrás de mí. Cojo al otro por la garganta, tras interceptar un puñetazo, y lo lanzo contra el techo. Otro impacta contra mí desde un lateral, tratando de hacer palanca con las manos en mi pierna para que pierda el equilibrio. Me dejo llevar por el movimiento y salto en el aire con una postura de kravat que le hace perder el centro de gravedad y acabamos los dos en el suelo, su cabeza entre mis muslos. Un simple movimiento y le parto el cuello. Pero noto otros dos pares de manos sobre mí, golpeándome en la cara, y tengo más en las piernas. El vapor me permite atisbar las espectrocapas. Grito, doy golpes y escupo, pero son demasiados, y juegan sucio, pues me asestan puñetazos en los tendones de detrás de las rodillas para que no pueda dar patadas y en los nervios de los hombros para que sienta los brazos tan pesados como si fueran de plomo. Luego me ponen una capucha sobre la cabeza y me atan las manos a la espalda. Me quedo allí tumbado, inmóvil, aterrorizado, jadeante.

—Ponedlos de rodillas —ruge una voz electrónica—. Maldita sea, de rodillas.

«¿Maldita sea?». Ah, mierda. Cuando me doy cuenta de quién es, permito que me levanten del suelo. Me quitan la capucha. Han apagado las luces. Han colocado varias docenas de velas en el suelo de las duchas y las sombras se proyectan por la habitación. Victra está a mi izquierda, con los ojos cargados de furia. Le sale sangre de la nariz, ahora torcida. Holiday aparece a mi derecha, completamente vestida, pero también atada. La llevan dos figuras vestidas de negro que la obligan a ponerse de rodillas. Una enorme sonrisa se dibuja en su cara.

De pie a nuestro alrededor, rodeados por el vapor del baño, hay diez demonios con las caras pintadas de negro que nos miran desde detrás de las bocas de los pellejos de lobo que les cubren desde la cabeza hasta la mitad de los muslos. Dos están apoyados contra la pared, doloridos por mi furibunda defensa. Cubierto por la piel de un oso, Ragnar destaca junto a Sevro. Los Aulladores han venido en busca de nuevos reclutas y tienen un aspecto jodidamente aterrador.

—Saludos, feos cabroncetes —ruge Sevro tras quitarse el sintetizador de voz. Avanza entre las sombras para colocarse ante nosotros—. He reparado en que sois unas criaturas anormalmente retorcidas, salvajes y maliciosas versadas en las artes del asesinato, la mutilación y el caos. Si me equivoco, hablad ahora.

—Sevro, casi nos cagamos del miedo —le espeta Victra—. ¿Qué demonios pasa contigo?

No profanes este momento —dice Ragnar con un tono de voz amenazador.

Victra escupe.

—Me has roto la nariz.

—Técnicamente he sido yo —dice Sevro, y vuelve la cabeza hacia un Aullador delgado con emblemas rojos en las manos—. Dormilón me ha ayudado.

—Enano asqueroso...

—No parabas de retorcerte, cariño —dice Guijarro desde algún lugar entre los Aulladores.

No soy capaz de identificar cuál de ellos es, pues su voz rebota en las paredes.

—Y si sigues hablando, te amordazaremos y te haremos cosquillas —amenaza Payaso con voz siniestra—. Así que... chisss.

Victra niega con la cabeza, pero mantiene la boca cerrada. Intento contener la risa ante la solemnidad del momento. Sevro prosigue, paseando de un lado a otro ante nosotros.

—Os hemos observado y ahora os queremos. Si aceptáis nuestra invitación para sumaros a nuestra hermandad, debéis jurar ser siempre leales a vuestros hermanos y hermanas. No mentir nunca, no traicionar nunca a los que se esconden bajo la capa. Todos vuestros pecados, todas vuestras cicatrices, todos vuestros enemigos ahora nos pertenecen a nosotros. Es una carga que compartimos. Vuestros amores, vuestra familia, se convertirán en vuestros segundos amores, vuestra segunda familia. Nosotros somos los primeros. Si no sois capaces de soportarlo, si no podéis acatar este vínculo, decidlo ahora y podréis marcharos.

Espera. Ni siquiera Victra abre la boca.

—Bien. Ahora, según las normas descritas en nuestro texto sagrado... —levanta un librito negro con las páginas sobadas y una cabeza de lobo aullando en la portada— debéis ser purgados de vuestros juramentos anteriores y demostrar vuestra valía antes de poder pronunciar nuestros votos. —Levanta las manos—. Así pues, que comience la Purga.

Los Aulladores echan las cabezas hacia atrás y comienzan a aullar como locos. Lo que sucede a continuación es una mezcla imprecisa de rarezas caleidoscópicas. Una música estruendosa brota de algún lugar. Nos obligan a permanecer de rodillas. Con las manos atadas. Los Aulladores corren hacia nosotros. Nos acercan botellas a los labios y damos tragos mientras ellos corean en bucle una extraña melodía que Sevro dirige con un aplomo obsceno. Ragnar ruge de satisfacción cuando me termino la botella que me han ofrecido. Estoy a punto de vomitar todo lo que tengo en el estómago. El alcohol quema mientras me baja por el esófago hasta la tripa. Detrás de mí, Victra tose. Holiday se limita a seguir bebiendo y los Aulladores la vitorean cuando se acaba su botella. Nos quedamos donde estamos, oscilantes, mientras ellos rodean a Victra y continúan cantando mientras la chica jadea y trata de terminarse la botella. El licor le salpica la cara. Ella tose.

¿Esto es lo mejor que puedes hacer, hija del Sol? —vocifera Ragnar—. ¡Bebe!

El obsidiano gruñe encantado cuando finalmente Victra consigue dar el último trago, tosiendo y mascullando palabrotas.

¡Traed las serpientes y las cucarachas! —grita él.

Salmodian como sacerdotes cuando Guijarro se adelanta con un cubo. Nos colocan de manera que quedamos rodeando el cubo y que, a la luz titilante, podemos ver que el fondo del mismo se retuerce de vida. Cucarachas gordas y brillantes con las patas y las alas peludas caminan de un lado a otro alrededor de una víbora. Yo me aparto, aterrorizado y borracho, pero Holiday ya ha metido la mano; coge la serpiente y la golpea contra el suelo hasta que muere.

Victra se queda mirando a la gris.

—Pero ¿qué co...?

—Termina el cubo o vas a la caja —dice Sevro.

—¿Qué narices quiere decir eso?

—¡Termina el cubo o vas a la caja! ¡Termina el cubo o vas a la caja! —corean todos.

Holiday le da un mordisco a la serpiente muerta desgarrándola con los dientes.

¡Sí! —brama Ragnar—. Tiene alma de Aulladora. ¡Sí!

Estoy tan borracho que apenas veo. Meto la mano en el cubo y comienzo a temblar cuando siento que las cucarachas me trepan por la mano. Agarro una y me la meto entera en la boca. Aún se mueve. Me fuerzo a mover las mandíbulas y masticar. Estoy a punto de echarme a llorar. Victra tiene náuseas solo de verme. Me trago el insecto, le cojo la mano a mi amiga y la obligo a introducirla en el cubo. De pronto, su cuerpo se mueve con brusquedad y tardo demasiado en darme cuenta de lo que eso significa. Su vomito impacta contra mi hombro. Al olerlo, no puedo contener el mío. Holiday sigue masticando. Ragnar grita sus alabanzas.

Para cuando nos terminamos el cubo, somos una patética masa de basura borracha y cubierta de insectos y tripas. Sevro está diciendo algo delante de nosotros. No para de balancearse hacia delante y hacia atrás. O puede que el que se tambalea sea yo. ¿Está hablando? Alguien me zarandea agarrándome del hombro desde atrás. ¿Estaba dormido?

—Este es nuestro texto sagrado —anuncia mi pequeño amigo—. Tendrás que estudiártelo. Pronto te lo sabrás de memoria. Pero hoy solo necesitas conocer la Primera Regla de los Aulladores.

Nunca agaches la cabeza —dice Ragnar.

—Nunca agaches la cabeza —repiten los demás, y Payaso da un paso al frente con tres capas de lobo.

Al igual que las pieles de los lobos del Instituto, estos pellejos se adaptan al entorno y adquieren una tonalidad oscura en la habitación iluminada por las velas. Le tiende una a Victra. La liberan de sus ataduras y ella trata de ponerse en pie, pero es incapaz. Guijarro trata de ayudarla, pero Victra no acepta su mano. Vuelve a intentarlo y logra apoyar una rodilla en el suelo. Entonces Sevro se acuclilla a su lado y extiende una mano. Mirándola a través de sus mechones de pelo empapados de sudor, mi amiga deja escapar una carcajada de hastío al darse cuenta de qué va todo esto. Le agarra de la mano y solo con su ayuda es capaz de caminar con la estabilidad suficiente para recibir su capa. Sevro se la arrebata a Payaso y envuelve con ella los hombros desnudos de Victra. Se miran a los ojos durante unos instantes antes de hacerse a un lado para que Guijarro pueda ayudar a Holiday a ponerse su capa. Ragnar se encarga de echarme la mía sobre los hombros tras levantarme.

—Bienvenidos, hermanos y hermanas, a los Aulladores.

Al unísono, los Aulladores levantan de nuevo la cabeza hacia el techo y emiten un atronador aullido. Me sumo a ellos y, para mi sorpresa, descubro que Victra hace lo mismo. Echa la cabeza hacia atrás en la oscuridad sin reservas. Entonces las luces se encienden de repente. Los aullidos se acallan mientras miramos confundidos a nuestro alrededor. Dancer entra cojeando en el baño con mi tío Narol.

—¿Qué coño pasa aquí? —pregunta Narol, que se fija en las cucarachas, los restos de la serpiente y las botellas.

Los Aulladores se miran los unos a los otros, como si sintieran ridículos e incómodos.

—Estamos realizando un ritual oculto —contesta Sevro—. Y nos estás interrumpiendo, subordinado.

—De acuerdo —dice Narol, que asiente un tanto preocupado—. Lo siento, señor.

—Uno de nuestros rosas le ha robado el terminal de datos a un Montahuesos en Agea —informa un Dancer nada orgulloso de lo que ve a Sevro—. Hemos descubierto quién es.

—¡No me fastidies! —exclama Sevro—. ¿Tenía razón?

—¿Quién? —pregunto con voz de borracho—. ¿De quién estáis hablando?

—Del socio secreto del Chacal —contesta Dancer—. Quicksilver. Tenías razón, Sevro. Nuestros agentes dicen que está en su central corporativa de Fobos, pero no se quedará allí mucho tiempo. Partirá hacia la Luna dentro de dos días. Allí no seremos capaces de llegar a él.

—O sea que la Operación Mercado Negro está en marcha.

—En efecto —admite Dancer a regañadientes.

Sevro levanta el puño en el aire.

—Toma ya. Ya habéis oído a este tipo, Aulladores. Quitaos la mierda del cuerpo. Serenaos. Alimentaos. Tenemos que secuestrar a un plateado y hundir una economía. —Me mira con una sonrisa salvaje dibujada en el rostro—. Va a ser un día cojonudo. Un día cojonudo.

Mañana azul

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