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10 LA GUERRA

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Nuestra Sociedad está en guerra... —me dice Dancer en la sala de mando de los Hijos de Ares.

La habitación está abovedada, escarbada en la roca e iluminada desde arriba por unas luces azuladas y una corona de terminales informáticos que brillan en torno a un dispositivo holográfico central. Él está al lado del dispositivo, bañado por la luz azul del Mar Térmico de Marte. Nos acompañan Ragnar, varios Hijos más mayores que no reconozco y Teodora, que me ha saludado con el distinguido beso en los labios popular entre los círculos de los colores superiores de la Luna. Elegante incluso con los pantalones negros del uniforme, posee un aire de autoridad en la sala. Como a mis Aulladores, Augusto no la invitó al jardín después del Triunfo. No era lo suficientemente importante, gracias a Júpiter. Sevro envió a Guijarro a sacarla de la Ciudadela en cuanto todo se derrumbó. Desde entonces, no se ha separado de los Hijos y ayuda a las secciones de propaganda e inteligencia de Dancer.

—... no solo el Amanecer contra las fuerzas doradas aquí y nuestras otras células repartidas por el Sistema. Sino entre los propios dorados. Después de que mataran a Arcos y a Augusto en tu Triunfo, así como a sus más leales seguidores, Roque y el Chacal realizaron una jugada coordinada para apoderarse de la armada en órbita. Temían que Virginia o los Telemanus se hicieran con las naves de los dorados asesinados en el jardín. Virginia lo consiguió, y no solo con los barcos de su propio padre, sino también con los de Arcos, que estaban bajo el mando de tres de sus nueras. Se enfrentaron cerca de Deimos. Y la flota de Roque, a pesar de ser menos numerosa, aplastó a la de Mustang e hizo que tuvieran que huir.

—O sea que está viva —digo consciente de que todos temen mi reacción ante la noticia.

—Sí —contesta Sevro, que me observa con atención, igual que el resto de los presentes—. Hasta donde nosotros sabemos, está viva. —Ragnar parece estar a punto de decir algo, pero Sevro no se lo permite—. Dancer, enséñale Júpiter.

No aparto la mirada de Ragnar mientras Dancer agita la mano y el dispositivo holográfico se deforma para mostrar el gigante gaseoso marmóreo que es Júpiter. Está rodeado por sesenta y tres satélites más pequeños con aspecto de asteroides y por las cuatro grandes lunas de Júpiter: Europa, Ío, Ganímedes y Calisto.

—La Purga realizada por el Chacal y la soberana fue una operación impresionante que no solo abarcó los treinta asesinatos del jardín, sino más de otros trescientos a lo largo y ancho del Sistema Solar. La mayoría los llevaron a cabo Caballeros Olímpicos o pretorianos. La propuso y diseñó el Chacal para eliminar a los enemigos más importantes de la soberana en Marte, pero también en la Luna y en toda la Sociedad. Les salió bien, muy bien. Pero cometieron un gran error. En el jardín mataron a Revus au Raa y a su nieta de nueve años.

—El archigobernador de Ío —digo—. ¿Querían mandarles un mensaje a los señores de las Lunas?

—Sí, pero les salió el tiro por la culata. Una semana después del Triunfo, los hijos de los señores de las Lunas a los que la soberana mantenía en la Luna como resguardo para garantizar la lealtad de sus padres se escaparon. Dos días más tarde, los herederos de Raa robaron la Classis Saturnus al completo. Todo el acuartelamiento de la Octava flota que estaba amarrado en su muelle de Calisto, con ayuda de los Cordovan de Ganímedes.

—Los Raa declararon la independencia de Ío y las Lunas de Júpiter, su nueva alianza con Virginia au Augusto y los herederos de Arcos y la guerra contra la soberana.

—Una Segunda Rebelión de la Luna. Sesenta años después del incendio de Rea —digo con una sonrisa lenta al pensar en Mustang a la cabeza de todo un sistema planetario. Aunque me haya dejado, aunque sienta un vacío en la boca del estómago cada vez que pienso en ella, eso son buenas noticias para nosotros. No somos el único enemigo de la soberana—. ¿Se han unido Urano y Saturno? Seguro que Neptuno sí.

—Se han sumado todos.

—¿Todos? Entonces hay esperanza... —digo.

—Ya, cualquiera pensaría eso, ¿verdad? —masculla Sevro.

Dancer me lo explica:

—Los señores de las Lunas también cometieron un fallo. Esperaban que la soberana se quedara atrapada en Marte y que la insurrección de los colores inferiores en el Núcleo la asfixiara. Así que asumieron que no sería capaz de enviar una flota con la envergadura suficiente a seiscientos millones de kilómetros para aplastar su rebelión durante al menos tres años.

—Y estaban totalmente equivocados —farfulla Sevro—. Los muy idiotas. Los pillaron con el culo al aire.

—¿Cuánto tiempo tardó la soberana en enviar una flota? —pregunto—. ¿Seis meses?

—Sesenta y tres días.

—Eso es imposible, solo la logística del combustible...

Se me entrecorta la voz cuando recuerdo que el Señor de la Ceniza iba de camino a reforzar a la Casa de Belona que estaba en órbita alrededor de Marte antes de que invadiéramos el planeta. En aquel momento estaba a semanas de distancia. Debió de continuar hasta el Confín, siguiendo a Mustang durante todo el camino.

—Tú deberías conocer mejor que nadie la eficacia de la Armada de la Sociedad. Son una máquina de guerra —dice Dancer—. La logística y los sistemas de operación son perfectos. Cuanto más tiempo hubiera tenido el Confín para prepararse, más complicado habría sido para la soberana librar una guerra. Ella lo sabía. Así que toda la Armada de la Espada se desplegó de inmediato hacia la órbita de Júpiter, y llevan allí casi diez meses.

—Roque hizo una canallada —añade Sevro—. Se colocó a hurtadillas por delante de su flota principal y secuestró el destructor de lunas que el viejo Nerón intentó robar el año pasado.

—Robó un destructor de lunas.

—Sí. Ya lo sé. Lo ha llamado Coloso y lo ha seleccionado como buque insignia. El muy pretencioso. Es una pieza de armamento de lo más peligrosa. Hace que el Pax parezca enano en comparación.

El holo que se alza sobre nosotros muestra la flota de Roque llegando a Júpiter, donde el destructor de lunas los espera para recibirlos. Los días, semanas y meses de guerra pasan ante nuestros ojos a gran velocidad.

—Su envergadura es... una locura —dice Sevro—. Miles de cargueros de suministros, cientos de embarcaciones de guerra. Cada una de sus flotas es el doble de grande que la coalición que tú reuniste para atacar a los Belona...

Continúa hablando, pero yo me pierdo en los meses de guerra que se desarrollan en el holo, dándome cuenta de que los mundos han seguido girando sin mí.

—Octavia no habría utilizado al Señor de la Ceniza —digo con voz distante—. Con que hubiera superado el cinturón de asteroides, la reconciliación habría sido imposible. El Confín jamás se rendiría. ¿Quién los comanda? ¿Aja?

—Roque au Lameculos Fabii —responde Sevro con desprecio.

—¿Encabeza la flota entera? —pregunto sorprendido.

—Curioso, ¿verdad? Después del asedio de Marte y de la batalla de Deimos, se ha convertido en el maldito ahijado del Núcleo. Un dorado de hierro del montón rescatado de los anales del pasado. No importa que te escabulleras ante sus narices. Ni que fuera un chiste en el Instituto. Se le dan bien tres cosas. Lloriquear, apuñalar a la gente por la espalda y destruir flotas.

Lo llaman el Poeta de Deimos —interviene Ragnar—. Nadie lo ha vencido en la batalla. Ni siquiera Mustang y sus titanes. Es muy peligroso.

—La guerra de flotas no es lo que mejor se le da a Virginia —digo.

Mustang sabe luchar, pero siempre ha sido más bien una criatura política. Es capaz de unir a la gente. Pero ¿táctica pura y dura? Ese es el territorio de Roque.

El caudillo que llevo dentro lamenta que lo hayan mantenido alejado de la acción durante tanto tiempo. Haberse perdido un espectáculo como el de la Segunda Rebelión de la Luna. Sesenta y siete lunas, la mayor parte de ellas militarizadas, cuatro con poblaciones de más de cien millones de habitantes. Batallas de flota. Bombardeos orbitales. Maniobras de asalto de un asteroide a otro con ejércitos con trajes mecanizados. Habría sido mi paraíso. Pero el hombre que llevo dentro sabe que si yo no hubiera estado metido en esa casa en esta sala faltaría gente.

Me doy cuenta de que estoy internalizando demasiado las cosas. Me obligo a comunicarme.

—Nos estamos quedando sin tiempo, ¿no es así?

Dancer asiente.

—Roque tomó Calisto la semana pasada. Solo Ganímedes e Ío permanecen fuertes. Si los señores de las Lunas se rinden, esa armada y las legiones que la acompañan vuelven aquí para ayudar al Chacal contra nosotros. Seremos el único foco del poder militar unido de la Sociedad, y nos erradicarán.

Por eso Fitchner odiaba las bombas. Atraen las miradas, despiertan al gigante.

—Entonces ¿qué pasa con Marte? ¿Qué hay de nuestra guerra? Demonios, ¿qué es nuestra guerra?

—Es un maldito caos, eso es lo que es —responde Sevro—. Hace unos ocho meses que se transformó en una guerra abierta. Los Hijos han permanecido muy unidos. No sé dónde está Orión. Muerta, suponemos. El Pax y el resto de tus barcos han desaparecido. Y ahora tenemos ejércitos paramilitares que no están afiliados a los Hijos y que se han alzado en el norte masacrando civiles y que a su vez están siendo arrasados por unidades aéreas de la Legión. Luego están las huelgas y las protestas masivas en docenas de ciudades. Las cárceles están desbordadas de presos políticos, así que los están recolocando en campos de prisioneros improvisados en los que sabemos con seguridad que están llevando a cabo ejecuciones en masa.

Dancer detiene varios de los holos, así que veo imágenes borrosas de lo que parecen cárceles enormes en el desierto y los bosques. Enfocan a los colores inferiores que desembarcan de los transportes a punta de pistola y entran en fila en las estructuras de hormigón. El holo muestra ahora calles cubiertas de escombros. Hombres con máscaras y brazaletes rojos disparando sobre los restos humeantes de los tranvías de la ciudad. Un dorado aterriza entre ellos. La imagen se corta.

—Los hemos atacado con todas nuestras fuerzas —dice Sevro—. Hemos solucionado varios asuntos complicados. Hemos robado una docena de barcos, dos destructores. Hemos derribado el Centro de Mando Térmico...

—Y ahora lo están reconstruyendo —apunta Dancer.

—Pues volveremos a destruirlo —replica Sevro.

—¿Cuando ni siquiera somos capaces de conservar una ciudad?

Esos rojos no son guerreros —los interrumpe Ragnar—. Pilotan naves. Disparan armas. Ponen bombas. Combaten a los grises. Pero cuando llega un dorado, se derriten.

Un silencio sepulcral sigue a sus palabras. Los Hijos de Ares son combatientes de guerrilla. Saboteadores. Espías. Pero en esa guerra, las palabras de Lorn me acechan. «¿Cómo mata una oveja a un león? Ahogándolo en sangre».

—Se nos culpa de todas y cada una de las muertes de civiles que se producen en Marte —dice al final Teodora—. Matamos a dos personas en el bombardeo de una planta de fabricación de municiones y dicen que matamos a mil. En todas las huelgas o protestas se infiltran agentes de la Sociedad entre la multitud, disfrazados de manifestantes, para disparar a los oficiales grises o hacer estallar chalecos suicidas. Esas imágenes se difunden en el circo mediático. Y cuando las cámaras se apagan, los grises irrumpen en las casas y hacen desaparecer a los simpatizantes. De los colores medios. De los inferiores. Da igual. Contienen a la disidencia. En el norte, tal como ha dicho Sevro, es una rebelión abierta.

—Una facción llamada la Legión Roja está masacrando a todo color superior con el que se encuentra —explica Dancer con tono grave—. Una vieja amiga nuestra se ha unido a su cúpula de dirigentes. Harmony.

—Encaja con ella.

—Los ha puesto en nuestra contra. Se niegan a acatar nuestras órdenes y hemos dejado de enviarles armas. Estamos perdiendo nuestra superioridad moral.

—El hombre con voz y violencia controla el mundo —murmuro.

—¿Arcos? —pregunta Teodora, y asiento—. Ojalá estuviera aquí.

—No estoy seguro de que nos ayudara.

—Lamentablemente, parece que la voz no existe sin violencia —dice la rosa, que se cruza de piernas—. El arma más potente de una rebelión es su spiritus. El espíritu de cambio. Esa pequeña semilla que encuentra una esperanza en la mente, florece y se extiende. Pero nos han arrebatado la capacidad para plantar esa idea, e incluso la idea en sí misma. Nos han robado el mensaje. El Chacal incluso nos corta la lengua. No tenemos voz.

Cuando habla, los demás la escuchan. No para seguirle la corriente, tal como harían los dorados, sino como si su posición fuera casi equivalente a la de Dancer.

—Nada de todo esto tiene sentido —digo—. ¿Qué detonó la guerra abierta? El Chacal no hizo público el hecho de haber matado a Fitchner. Habría querido mantenerlo en silencio mientras purgaba a los Hijos. ¿Qué hizo las veces de catalizador? Además, decís que no tenemos voz. Pero Fitchner tenía una red de comunicaciones capaz de emitir en las minas, en cualquier sitio. Él le entregó la muerte de Eo a las masas. La convirtió en el rostro del Amanecer. ¿Os la ha quitado el Chacal? —Echo un vistazo a sus caras de preocupación—. ¿Qué me ocultáis?

—¿Todavía no se lo habéis contado? —pregunta Sevro—. ¿Qué demonios habéis estado haciendo mientras yo estaba fuera?, ¿rascaros el culo?

—Darrow quería estar con su familia —replica Dancer con sequedad, y después se vuelve hacia mí con un suspiro—. Gran parte de nuestra red digital quedó destruida tras las Purgas que el Chacal llevó a cabo durante el mes siguiente a la muerte de Ares y tu captura. Sevro pudo avisarnos antes de que los hombres del Chacal atacaran nuestra base en Agea. Nos escondimos, salvamos el material, pero perdimos cantidades ingentes de hombres. Miles de Hijos. Operarios formados. Pasamos los tres meses siguientes intentando encontrarte. Secuestramos un transporte que iba a la Luna, pero no te encontramos allí dentro. Registramos las cárceles. Distribuimos sobornos. Pero habías desaparecido, como si jamás hubieses existido. Y entonces el Chacal te ejecutó en los escalones de la Ciudadela de Agea.

—Todo eso ya lo sé.

—Bueno, lo que no sabes es lo que Sevro hizo a continuación.

Miro a mi amigo.

—¿Qué hiciste?

—Lo que tenía que hacer.

Se hace con el control del holograma y borra la imagen de Júpiter para sustituirla por una mía. Dieciséis años. Escuálido, pálido y desnudo sobre una mesa mientras Mickey se inclina sobre mí con su sierra circular. Un escalofrío me recorre la columna vertebral. Pero ni siquiera es mi columna. No realmente. Pertenece a esta gente. A la revolución. Me siento... utilizado cuando me doy cuenta de lo que ha hecho.

—Lo hiciste público.

—Pues claro, maldita sea —contesta Sevro con maldad, y noto que todas las miradas se clavan en mí cuando por fin entiendo por qué mi hoja está pintada en los tejados de los refugiados de Tinos.

Todos saben que una vez fui rojo. Saben que uno de los suyos conquistó Marte en una Lluvia de Hierro.

Yo comencé la guerra.

—Emití tu proceso de talla en todas las minas. En todas las holopáginas. En cada milímetro de esta maldita Sociedad. Los dorados pensaban que podían aniquilarte. Que podían derrotarte y hacer que tu muerte no significara nada. Al infierno conmigo si permito que eso suceda. —Estampa un puño contra una mesa—. Al infierno conmigo si dejo que desaparezcas de manera anónima en la maquinaria, como mi madre. No hay ni un solo rojo en todo Marte que no conozca tu nombre, Segador. Ni una sola persona en el mundo digital que no sepa que un rojo se alzó para convertirse en príncipe de los dorados, para conquistar Marte. Te convertí en un mito. Y ahora que has regresado de entre los muertos, no eres tan solo un mártir. Eres el maldito mesías que los rojos llevan esperando toda su vida.

Mañana azul

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