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El primer despertar

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Tal vez recuerdes haber tenido alguna vez un sueño lúcido. La diferencia entre un sueño convencional y uno lúcido consiste en que en el primer caso quien sueña desconoce estar soñando, mientras que en el segundo es plenamente consciente de ello.

Durante un sueño convencional no se tiene duda sobre la realidad de las situaciones, los lugares ni los personajes que aparecen en él. Por el contrario, el soñador lúcido no da credibilidad a nada surgido en el sueño. Esto hace que la vivencia en ambos casos sea radicalmente distinta. El sueño convencional tiene total poder sobre quien sueña: lo envuelve, lo engulle y lo transporta. El soñador cree ser parte del sueño, no duda estar afectado por él, e ignora ser su artífice. Opuestamente, el sueño lúcido no domina a quien lo produce. Cuando surge un peligro, el durmiente permanece seguro; cuando se cierne una amenaza, se mantiene tranquilo; cuando aparece un monstruo, no se atemoriza. Es más, el soñador consciente puede transformar cualquier elemento onírico, hacerlo desvanecer o permitir que siga apareciendo. El hecho de que se reconozca como el artífice de su propio sueño hace que pueda transformarlo a voluntad.

El proceso del despertar atiende a dos fases. La primera es progresiva y oscilante y pasa por estadios particulares en el camino de cada soñador. La segunda es definitiva e irreversible. Llegar a ella excede el propósito de este libro cuya humilde intención es sugerir un camino hacia el primer despertar, abrir un pasadizo de entrada al venturoso sueño consciente.

La primera fase del despertar es estrictamente análoga a la transición entre ambos tipos de sueño —el convencional y el consciente— y se produce con el final de la identificación con el pensamiento compulsivo que produce el trance en vigilia. En ella se opera un enorme cambio, porque el torrente de ideas deja de tener poder sobre quien las alumbra. Es el preámbulo al despertar definitivo. En la clarividencia del primer despertar, lo acontecido en la vida cotidiana, en la familia, en el trabajo, en las relaciones, cobra un sentido completamente diferente. El cavilar sin fin sigue produciendo artificios, las ideas circulares siguen urdiendo enredos, ofensas, dificultades, tramas, inventando héroes y villanos, pero ahora quien divaga es capaz de disociarse de todo ello otorgándole el mismo crédito que a un sueño.

En el sueño consciente se produce un alejamiento del mundo —el conjunto de errores perceptivos producidos por la oclusión mental— mientras se sigue viviendo en él. Paradójicamente, esa distancia permite ser mucho más efectivo sobre el sueño, porque desde la perspectiva del sueño consciente es posible cambiar su curso, facilitar que figuras y personajes adquieran lucidez, varíen su intención, su rol o incluso su forma. A esta capacidad se la ha denominado milagro7.

El Alfabeto del Silencio

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