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Un freno de mano

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Mantén la boca cerrada y empuja la lengua suavemente contra la cara posterior de los dientes incisivos. Si te resulta incómodo, apóyala contra el trozo de encía que hay encima. Si lo prefieres, haz vacío en la boca y mantén la lengua pegada al paladar. En caso de que también te sea difícil, retrae la lengua hacia la glotis y pósala en el suelo de la boca con cuidado de evitar cualquier tensión. Elige el método que te sea más cómodo.

Deja la lengua en posición normal y entra a propósito en un diálogo interno desatado, cuanto más furioso mejor. Piensa en lo que debiste hacer ayer y olvidaste, en algo apremiante que sucederá más tarde, en cómo solucionar un problema imposible, en un conflicto, en lo malo en ti o en otros o en cualquier otra cosa que te provoque un ruido mental clamoroso. Permanece así un minuto.

Ahora, mientras sigues inmersa en ese fragor mental, coloca la lengua en una de las cuatro posiciones descritas al principio. Permanece así otro minuto.

¿Qué has notado?

Esta es una sencillísima herramienta que puedes utilizar cuando te sientas abrumado por el estruendo, te des cuenta y quieras salir de él. Simplemente bloquea la lengua y reposa, vuelve, descansa.

Notarás que al hacerlo el ritmo respiratorio se ralentiza. Quizá quieras acentuar esa relajación. Si es así, respira profundamente mientras bloqueas la lengua.

Prueba hacer esto tres o cuatro veces al día: justo después de despertarte, a media mañana, por la tarde, antes de dormir… Estas paradas ayudan a atenuar la inercia intelectual descontrolada. Con algo de práctica acaso notes cómo su intensidad media durante el día disminuye mientras tu Paz aumenta. No es posible recalcar suficientemente los beneficios asociados.

También es aconsejable realizar esta práctica al comenzar un periodo de meditación o al inicio de cada ejercicio propuesto en este libro.

El Alfabeto del Silencio

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