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Jinete y montura

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«La tierra que no es labrada llevará abrojos y espinas,

aunque sea fértil; así es el entendimiento del hombre».

Santa Teresa de Jesús

La mente es una enorme inteligencia abierta más allá del pensamiento, un ámbito ilimitado de vasta sabiduría. Se halla en la raíz de toda idea. Es el ámbito del cual estas surgen y desde donde se pueden regir.

En ella reside el conocimiento original. Tiene acceso directo a la realidad y para ello no necesita del razonamiento, ni de la lógica, ni de la deducción, ni del entendimiento. Alcanza directamente a la totalidad, la comprende, la abarca y la contempla. Simplemente conoce. La realidad solo es accesible por la mente porque solo la realidad tiene contacto con la realidad. La mente es parte del océano y es el océano.

El pensamiento es una pequeña porción de la mente. Su función consiste en penetrar, analizar, indagar. Utiliza como herramientas la deducción, el silogismo, la pesquisa, la especulación10. Al hacerlo entiende aisladamente. La gran realidad es incognoscible por el intelecto, que solo ofrece racionalidad. Lo que Es está más allá de todo lo que pueda ser entendido; no obstante, puede ser experimentado.

La mente es el jinete, el pensamiento, el caballo. El sueño surge cuando el caballo corre desbocado. Entonces se produce una aparente división. Por una parte, queda la consciencia pura, intacta, plena, en contacto con la fuente de donde surge y en la cual reside dueña de total seguridad, plenamente tranquila, dichosa y pacífica. Por otra, el razonamiento corre perdido intentando encontrarse sentido dentro de su propia lógica.

Igual que aquello experimentado cuando se sueña parece real, lo percibido en el entramado del raciocinio cobra apariencia enteramente sólida porque emana del poder de la mente —el pensamiento es parte de ella— cuya capacidad no conoce límites.

Cuando el cimarrón corre enloquecido, el jinete se apea en un lugar permanentemente accesible. Allí permanece sosegado. No utiliza la fuerza para domarlo porque la mente no conoce la fuerza y no la necesita. Aun así, aunque la conociera, utilizarla extremaría la reacción del caballo.

Para despertar es necesario que la montura se serene, reconozca que se ha asilvestrado y deje guiarse voluntariamente. Solo entonces queda en disposición de ser conducida. Mientras, el caballero espera pacientemente. El trance acaba cuando la montura se aquieta y el jinete vuelve a guiarla.

A causa de esta escisión entre mente y pensamiento, entre conocimiento y raciocinio, entre consciente e inconsciente, vivimos entre la Paz y el temor, entre el Amor y el miedo. Cuando el jinete desmonta abandonamos el conocimiento y entramos en la turbación; cuando vuelve a cabalgar nos reencontramos. Ese es el origen de la dicotomía —tensión-reposo, desconsuelo-dicha, odio-afecto— en la cual nos debatimos continuamente.

Una parte de esos pares de opuestos es un artificio altisonante, enervado, escandaloso cuyo sostenimiento demanda atención constante. La otra refleja la realidad de lo que podríamos llamar Espíritu11, donde reside la memoria esencial.

Esto no significa que el pensamiento sea necesariamente pernicioso. Al contrario, cuando se utiliza acertadamente es un utensilio extraordinario. El aparente problema surge cuando se agiganta y obtura la mente. El abuso de la razón oculta el gran reino omnisciente abierto tras ella donde reside la consciencia pura.

Despertar consiste en retomar el contacto con la gran mente rectora, en alinear el pensamiento y la mente consubstancial al Espíritu dejando que lo segundo conduzca a lo primero. Así es posible reencontrar la Paz íntima de la cual emana la plenitud. Despertar consiste, pues, en volver a la Paz a través de la gran mente en calma.

El Alfabeto del Silencio

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