Читать книгу El Alfabeto del Silencio - R. M. Carús - Страница 39

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«[...] debemos liberarnos de las causas del conflicto interno, y el origen de ese conflicto es el “yo”, el mí. Pero la mayoría no estamos libres del “yo”, ese es el problema. A la mayoría nos gusta el placer y el dolor que produce el “yo”. Mientras el placer y el dolor del “yo” nos domine, habrá conflicto […]».

J. Krishnamurti

Qué es el ego

En un no-lugar fuera del espacio y el tiempo aún albergado en tu mente sabes exactamente qué Eres. Allí te encuentras en pleno contacto contigo mismo y a la vez con algo mucho más grande que tú. Permaneces unido a la única existencia, contienes la totalidad y eres la totalidad. Coexistes con todo lo creado en pura Unión, persistente en la pureza, ilimitadamente dichoso de Ser, carente de necesidades ni restricciones. Allí compartes la total plenitud, la absoluta seguridad y una Paz inconmovible.

A ese estado inefable posteriormente se le llamó Amor.

Sin embargo, en algún punto has relegado tu naturaleza a un recuerdo remoto. Olvidarla no implica alteración ninguna en ti, porque es imposible revertir aquello en lo que consistes. Sigue tan vivo y vibrante como cuando lo tenías presente, pero su conocimiento ha hibernado. El acceso a la consciencia de tu naturaleza ha sido obstruido y tu capacidad de experimentar el inconmensurable esplendor ha quedado latente. Esto sucede porque has imaginado por un instante que el todo puede ser fragmentado y has preferido separarte de ello para identificarte con una parte. Al hacerlo has caído en un profundo sueño en el cual continúas inmerso mientras imaginas de manera asombrosamente real ser algo distinto a ti mismo. A ese empeño posteriormente se le llamó ego.

El ego es el intento de sustituir lo que eres por algo diferente.

Pero el Amor no tiene sustituto. Habiendo querido separarse de él, el ego intenta reemplazarlo sin cesar. Se agita incansablemente tratando de canjear la esencia olvidada por elementos equivalentes. Cuando cree conseguirlo se siente bien, pero la sensación de vacío vuelve porque el abandono del Ser crea una ausencia sin colmo. Por ese motivo se siente perpetuamente insatisfecho.

La secesión del Amor junto con la persecución descaminada para reencontrarlo son la causa principal de un recóndito desasosiego. En el esfuerzo de reemplazar lo vital surge una borrosa sensación de zozobra, una rara impresión de extravío entre vaga e intensamente desazonadora, un oscuro sentimiento de incompleción, una sensación de que algo no está bien, de que se carece de algo esencial aunque impreciso y remoto. Quizá no lo identifiques o lo confundas con otra cosa, o intentes acallarlo porque aturdida y azorado ya no sabes interpretar lo sucedido, temes seguir el impulso de llamada hacia ti y encuentras otras explicaciones a un hastío latente.

Así se abre una división interna entre el deseo de volver a un antiguo hogar ya desdibujado y el de permanecer en el exilio interior. En ella nos debatimos ciegamente hasta que tomamos la decisión firme, irrevocable y definitiva de reintegrarnos a una morada llamada valhalla, cielo, elíseo, paraíso, a un reino entendido como externo, aunque ciertamente está en cada uno de nosotros y es cada uno de nosotros.

¿Por qué sucede esto? En realidad, no ha ocurrido más que en una alucinación. Es una mera confusión amplificada. Cuando despertemos nos daremos cuenta, olvidaremos la ilusión del desarraigo y volveremos a la unión con toda la vida que nunca hemos dejado sino en un puro espejismo.

Identidad y entidad

Existe una diferencia substancial entre quién soy y qué soy. La primera pregunta apunta hacia la identidad, hacia elementos tangibles con los cuales me identifico. La segunda —qué soy— responde a la entidad, a aquello en lo que realmente consisto.

La entidad es real, inexpugnable, completa, está desligada de cualquier factor externo, no se halla sujeta a cambio alguno, carece tanto de límites como de forma y constituye la esencia común a todo lo existente. La entidad es aparente, efímera, cambiante, vulnerable y, cuando es mal comprendida, separadora.

La manera más efectiva de desbrozar la entidad para hacerla patente consiste en atravesar la identidad que se interpone entre ella y tú.

El origen de la identidad

El objetivo del ego es convertirte en un ser especial, diferente, único. Para ello le es preciso fragmentar la Unidad, identificarse con una de sus partes y resaltarla frente al resto. Para él es inaceptable el hecho de que en el pleno Ser no existan partes ni diferenciación posible. La construcción de una identidad exige dividir la totalidad en porciones y apoderarse de una de ellas. La ilusión de separación y la posterior identificación con partes es precisamente el ego.

La identidad es el resultado de la búsqueda inconsciente de elementos cuya apropiación justifique una existencia apartada tras la simulada desconexión con tu naturaleza. Una vez fabricada, el ego se identifica férreamente con ella reduciéndote a un artefacto aislado, frágil y perecedero, dotado de una forma en la cual reconocerse ante la falta de un fondo postergado. Es entonces cuando el sueño se despliega en toda su verosimilitud. Surge el pequeño yo a través de un drástico proceso de reducción que genera sufrimiento, inseguridad, desamparo y vacío. Ese malestar llega a hacerse tácito porque su persistencia lleva a la insensibilización, aunque sigue retumbando mientras el yo desorientado actúa.

Indefectiblemente, la construcción del falso yo se torna en una necesidad, en una adicción. Cuando creemos ser algo diferente a lo que realmente somos, precisamos reforzarlo para encontrarnos sentido, para notarnos válidas, diferentes, significativos. El final de esa búsqueda supondría la desaparición de la identidad. Por eso, una vez surgido, el yo desorientado siempre avanza.

El exilio interior

Al emerger la identidad como sustituto de la entidad, se inicia la conquista del mundo exterior y comienza el ostracismo interno. Olvidamos que la única manera de abarcar lo aparentemente extrínseco es comprendiendo lo intrínseco.

El proceso egoico intenta a toda costa responder a la pregunta «quién soy». Se obsesiona por encontrar una contestación porque le parece una cuestión vital, pero nunca lo logra en manera convincente pues busca la respuesta precisamente donde no está, fuera en vez de dentro. Elude una pregunta anterior infinitamente más importante, radical, básica, cuya contestación se escapa a sus limitaciones: «¿qué soy?». La única manera de responder a la primera cuestión es desentrañando la segunda; una vez «¿qué soy?» encuentra respuesta, la pregunta «¿quién soy?» se vuelve secundaria y, a la vez, la respuesta se torna obvia.

El ego intenta evitar el recuerdo de lo que Eres para así garantizar su propia continuidad. Vive atrapado entre la pulsión de ser único y el deseo de volver al Amor, porque sabe que lo segundo significaría su propia extinción, mientras intuye que lo primero es un empeño sin sentido. Teme tanto continuar separado de la Unidad como abrazarla. Para sobrevivir en situación tan precaria manipula la mente, lo cual le dota de innumerables recursos. Se vuelve entonces enormemente sutil, finamente astuto. Así pugna para asegurar su propia supervivencia creando la ilusión de que en lo que en esencia consistes puede ser sustituido por una trama de ideas propias.

La objetualización del Ser

El yo extraviado se afana sin descanso en crear un contenido con el cual llenar el vacío producido al haberte desconectado del recuerdo de tu esencia. Esta es una labor desesperada porque el trueque es imposible. Al haber olvidado tu fondo, al ego solo le queda sustituirlo por una forma. Para crearla busca elementos en los cuales encontrar un valor equiparable al Amor olvidado.

Este proceso de sustitución se realiza a través de tres tipos de objetos: objetos físicos, objetos mentales y objetos emocionales.

La sustitución por objetos físicos

Una manera de intentar llenar el vacío creado por la sensación de separación es a través del acopio de objetos físicos, pequeños ídolos cotidianos como dinero, ropa, colecciones, aparatos, muebles, enseres cuya posesión ofrece una promesa de satisfacción. Si el ego no los consigue, la insatisfacción perdura y si lo hace también, porque en este caso, al poco vuelve la sensación de carencia y con ella la necesidad de poseer algo más. Para colmarla, se impulsa a hacerse con algo nuevo que le complete, le salve, le devuelva la felicidad durante otro instante.

El baño regio

El rey vivía en la torre de palacio, una construcción ecléctica, con tramos clásicos, barrocos y orientales. Era el símbolo heráldico de un linaje. Se tocaba con una corona de platino engarzada en amatistas y diamantes. Su ropaje estaba elaborado con armiño, paño de Flandes, cordobán y flor de vaca. Su poder era ilimitado.

Todos los veranos, desde niño, iba a nadar a un río cuyo cauce discurría por mitad del reino. Los días anteriores su edecán preparaba una corte para el viaje en la que no faltaban ni criados, ni varios baldaquines en los que el monarca podía reposar, ni una selección de caballos para que pudiese elegir montura.

Aquel año, como siempre al llegar a la margen de la corriente, puso su real pie en el suelo y los súbditos bajaron la cabeza. Ordenó que esperaran en una pradera vecina y, acompañado solo por su ayuda de cámara, quiso sumergirse sin demora en las aguas para aliviar el cansancio del trayecto. Antes de despojarse de todo el atuendo preservó su desnudez enviando al edecán fuera de vista.

Entonces sintió una antigua sensación repetida cada año cuando ingresaba desvestido en aquellas aguas. Al sumergirse en el río nacía en él una sensación muy diferente a la habitual en la corte. Allí era un ser anónimo.

Discurrió aguas abajo dejándose llevar hasta una poza al pie de unos riscos. Flotó tendido horizontalmente durante unos momentos disfrutando con la sensación y extrañado por la felicidad de no estar rodeado por la suntuosidad cortesana. Era el único momento del año en el cual permanecía solo, pese al desacuerdo de la cámara. Se vio flotando desposeído de todo símbolo real. Era una experiencia muy contraria a aquello en lo que había sido educado y en lo cual se había convertido.

Repentinamente, mientras yacía boca arriba sintió un potentísimo impacto en el vientre, otro en la cabeza, luego otro en el pie izquierdo. En una visión lenta todavía sin dolor, distinguió cómo el agua comenzaba a teñirse de un rojo desleído. Escuchando gritos desconcertados salir de su boca vio aparecer, arriba, sobre las rocas superiores del corto acantilado, tres rostros con expresiones apuradas. Tras dudar sobre qué hacer, intentó esconderse nadando patéticamente hacia la orilla. Al llegar, los tres hombres ya se encontraban allí esperándole, ignorantes de quién era.

Nunca había recibido una bronca tan formidable, ni siquiera siendo niño, cuando su madre le regañaba severamente por abusar de su poder. Los tres hombres le gritaban a la vez, descompuestos, encolerizados, genuinamente preocupados. Entendió asustado que no había visto los numerosos letreros que anunciaban la prohibición de bañarse en esa zona por el vertido de escombros para cegar la poza. Lo transportaron en volandas junto a un carro. Fue inexorablemente abroncado y tratado concienzudamente de sus heridas con vendas, hierbas y licor.

El Alfabeto del Silencio

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