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RAÍCES

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El conocimiento originario lo es del otro en las múltiples formas en que se muestra, ofrece y hurta en las relaciones de objeto.

En un ambiente regresivo nos hallamos con los antecesores del conocer, con modalidades incorporativas y proyectivas, así como escisiones, que tabican las experiencias sobre matrices de amparo/desamparo e idealización/persecución.

Se generan de esa manera áreas representacionales de lo admitido y lo inadmisible, de donde se desprende lo posible o imposible de concebir.

Contener es incorporar en un espacio propio de resonancias: concurrencia de la vitalidad del ambiente con la propia, de piel o pieles, polisensorial y oral incorporativa.

Concebir supone generar representaciones que, sin desligarse de los sacudimientos y matices sensitivos y sensoriales, sean capaces de producir mentalización.

Las emociones primarias, aceptando o rechazando, y también cualificando estados del propio ser, al modularse, sostienen procesos de pensamiento que incluyen las categorías de lo posible y lo imposible.

Y de este modo otorgan o quitan derecho de existencia.

Lo imposible es fruto pensable de lo que más primariamente tiende a desecharse arrojándolo al vacío de lo inexistente.

La posición depresiva, al integrar corporal y valorativamente los objetos primarios (J. O. Wisdom), sienta las bases para abrirse a la complejidad.

Y desde allí genera la aparición de categorías atemperadas para cualificar los acontecimientos del mundo, como la de lo probable, inscripta sobre concepciones insaturadas referidas a lo que puede ser.

Esto plantea requerimientos simbólicos importantes, puesto que sitúa al pensamiento anticipatorio en una ambigüedad difícil de tolerar para la premura de certezas, al estar próxima a la incertidumbre de tinte paranoide.

–¿Acudirá el otro?

–Quizá...

Lo que en el contexto de la sesión permite el transcurrir, por ejemplo, de silencios productivos, pero requiere una esperanza fundada en recuerdos procedurales que han superado las crisis de vacío ante las discontinuidades de presencia.

Ahora bien, en su núcleo primigenio, la creación de un espacio mental supone un ámbito al abrigo de intemperies extremas, por lo cual su raíz será omnipotente.

En efecto, ni reconoce causalidades exteriores a su propio devenir, ni admite la contingencia de su funcionar, sosteniéndose en límites definidos por escisiones tajantes y la coalescencia con lo bueno (idealizado) que reinscribe potencias innatas de ser.

En ese eje las membranas de separación con lo externo no pueden ser porosas, puesto que la alternativa es: o consistir, o derrumbarse ante las experiencias de desamparo/persecución.

De ahí las cualidades omnipotentes del régimen mental, también adscriptas a los objetos primeros en el eje de incipiente reconocimiento de alteridades: buenas – bellas – idealizadas.

Esa omnipotencia tiene el costado frágil de lo imprevisible, solucionado por escisiones, compensaciones fantasmáticas y corporales placenteras y, en otro registro, experiencias de apego consolidantes.

Distinto entonces de la omnisciencia4, en la cual el resguardo frente a la (propia) envidia define el régimen principal del saber.

Por lo cual su agudeza no está condenada sólo al fracaso, como ocurre con la omnipotencia, sino a triunfar a lo Pirro, dado que en ella sólo es posible fundar consistencias de sentido deliriosas.

La omnipotencia es reductible por la creación de perspectivas lúdicas e irónicas respecto de las propias seguridades, a partir de traumas, duelos y otras contingencias que las desmienten.

Es también transformable, como antes señalamos, surtiendo con fuentes variadas y secretas el imprescindible narcisismo de sostén.

La omnisciencia es todo o nada, por lo que su encare supone admitir el vacío de negatividad activa que encubre, y transitar ese dolor.

La omnisapiencia, aunque derivada de las anteriores, tiene entidad diferencial; en ella el no saber cala como herida a ser rellenada constantemente mediante una abarcatividad simbólica que captura –supuestamente– cualquier movimiento de los objetos.

Los pensamientos resultantes son comunicados compulsivamente, y exigen reconocimiento.

Convivencialmente se muestra con frecuencia como seudo ecuanimidad desdeñosa, apoyada en solvencias narcisistas frente a los interrogantes que la vida suscita.

De ahí que pueda producir un tipo específico de irritación en el analista, basada en contratransferencias infantiles y adolescentes, puesto que el analizando pasa a encarnar la sabiduría agobiante de los propios padres, moviendo a intervenciones tendientes “a bajarle el copete”.

La detección de estas impregnaciones del campo permite constatar el aspecto activo, fastidioso e hiriente, de los acorazamientos caracteriales.

Es un punto importante, pues la metáfora de coraza, cristalizaciones y análogas suelen acentuar una imagen de caparazón inerte, ocultando el continuo y agresivo trabajo de las defensas, entrelazadas en formas de pensamiento basadas en premisas paranoides frente a posibles heridas narcisistas.

Por otra parte, la postergación de las resoluciones inmediatas en los marcos perentorios de la vida actual y con las exigencias de eficacia para afrontar la serie de conflictos puntuales de la cotidianidad, es un logro difícil del dispositivo de contención - demora - pensamiento.

Más aún, cuando explorar vínculos íntimos y sus pactos enmarañados nos plantean la ineludible complicación de estar incidiendo en relaciones actuales con terceros y, a fortiori, en la vida de ausentes.

Mantener de modo constante la perspectiva transferencial es la única salida para superar tomas de partido que carecen de sentido, psicoanalíticamente hablando, lo cual no supone meramente facilitar la regresión sino también contagiar al analizando de excentración, frente a las repeticiones y los universos simbólico-imaginarios que se recrean.

Y esto, como es sabido, es imposible de lograr “in absentia” o “in effigie”.

De ahí que la formulación: “Yo observador” no dé cabal cuenta de lo que procuramos como dispositivo de pensamiento, pues se trata de la reunión de registros perceptuales desagregados sobre los que se erigen capacidades nuevas, como resultado de la elaboración acumulada.

Y tal excentración comprometida servirá para la vida, al permitir reconocer la complejidad que anima también a los otros, en el trabajoso proceso de reconocerlos como generadores de autonomía.

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