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ESPACIOS Y TIEMPOS PSICOANALÍTICOS

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El dispositivo analítico de cura y convalidación transcurre en espacios y tiempos propios: el corte sincrónico del espesor transferencial activado produce el campo analítico y el eslabonamiento de segmentos de los mismos permite una intelección procesal de la cura.

Desde allí se define la consistencia de inferencias e intervenciones y naturalmente el cómo abordar las resistencias.

Sería sencillo, por ejemplo, situar a estas últimas mecánicamente del lado del analista, rompiendo así, supuestamente, con una tradición autoritaria de asignar a los analizandos toda la responsabilidad del asunto.

Más allá de que esto no ha sido la regla, pues mucho talento analítico ha existido en diferentes latitudes atravesando “diktats” y rigores extemporáneos, la problemática de las resistencias es sólo entendible en la trama del campo, como una afectación específica del conocer al que se le niega su desarrollo, condenándolo a la repetición.

Lo cual nos lleva directamente a que, en tal contexto, las funciones que las psicologías tradicionales han abstraído tienen que ser pensadas a partir del lidiar con los requerimientos de la existencia tal como se recrean transferencialmente.

Los desarrollos de Bion son ejemplares al situar la atención, la percepción y la memoria en la perspectiva del sistema más complejo, el de la simbólica espontánea y su onirismo constitutivo.

Encabalgada entonces entre mitos redivivos y normas de rendimiento que exigen una permanente elaboración secundaria.

La producción imaginante de todos los días padece, efectivamente, del adocenamiento inducido por las estereotipias discursivas y las influencias mediáticas, que domestican las necesidades emocionales de cercanía y sinceridad de igual modo que a las apetencias pulsionales.

Desde allí se filtran fragmentos en los cuales lo verdadero en contexto de cada uno se expande como pueda.

Es decir, interjección, balbuceo o narrativa, asumiendo lo propio o enunciándose a través de las figuras de realización que la cultura suministra: personajes, frases hechas, carriles ficcionales para las pasiones en sus diversos géneros.

Es este el estar despierto cotidiano, con sus semisueños ligados a las solicitaciones y constricciones “del conjunto” hasta que los sueños propios los toman a su cargo, potenciándolos con lo infantil reprimido.

Y esto en la medida en que aquel onirismo haya podido digerir sin excesivas rupturas de trama la multiplicidad de experiencias.

Precisamente, con la venerable categoría de “apremios de la vida” Freud señalaba las urgencias de especie que ineludiblemente hay que encarar, intentando conservar el halo de fundamentos de una teoría tradicional de los instintos y la comodidad ideológica de suponer un nivel cero de adecuación a la realidad.

Esta última es una preocupación constante en la historia del psicoanálisis, pero adquiere un carácter muy diferente al considerar el horizonte por el que transcurre la simbólica humana constituido por procesos relacionales con su capilaridad fantasmática.

Y a los cuales ofrecemos posibilidades de expansión regladas –una más de las paradojas– para enfrentar la realidad tan especial de los apremios transferenciales.

Pues tanto en su clínica cuanto en las teorías el psicoanálisis, desde los comienzos, brega por superar los confines de una razón limitada en su concepción de lo histórico, así como en los implícitos euclidianos del psiquismo y en las linealidades causales, abriendo el espacio/tiempo de la transferencia y su dialéctica de la repetición y lo inédito.

En efecto: las temporalidades psicoanalíticas no se ordenan según secuencias sucesivas, ni tampoco exclusivamente por retroacción, aun cuando esta marcó una superación del criterio ingenuo, permitiendo pensar los modos en que lo eficaz se instaura a partir de la idea del “segundo evento”12.

El vector preconsciente de pasado, presente y futuro, que fija el modo de pensarse históricamente y es reforzado por múltiples convenciones sociales, es dislocado por tiempos que giran, se entrelazan, retroaccionan y anticipan.

De ahí que en el contexto analítico lo infantil no remita al pasado de modo lineal, aunque pensarlo así tiene al menos el mérito de diferenciarlo del presente como sincronía inerte.

Se trata de un modo de instalación, repetición y simbolización que emerge por lo común a partir de un detalle, un fragmento mínimo que impregna el campo con rasgos de vivacidad, inadecuación actual y familiaridad, suspendiendo el orden de realidad convencional.

De esta forma se crea una temporalidad análoga a la de los cuentos, pero con marcas de verosimilitud distintas y elevado involucramiento personal.

Análogamente, la espacialidad euclidiana es subvertida por transferencias que se despliegan, pliegan, intususcepcionan, y con distancias que se cualifican a partir de la calidad e intensidad de las experiencias emocionales que se disparan.

Finalmente, el ordenamiento explicativo, con su tendencia al ideal causal, no es tal, puesto que se funda en una razón conjetural que genera verosímiles de consistencia a probar en la secuencia de la sesión y de sesiones, hilvanando momentos y planos distintos del proceso.

Por ello traíamos a colación más arriba la clásica comprensión motivacional, pues el: “si esto, luego aquello” no es echado en saco roto, pero considerándolo como eslabón de sentido en el seno de una singular producción de conocimiento: la inferencia como opción conjetural en un contexto específico de verosimilitud.

Daniel sueña que una horrible e inmensa máquina alza el cuerpo de su mujer por el aire y la decapita, justo en el instante en que cruzan una apacible calle arbolada por la que iban paseando con gran placer y serenidad.

El análisis del sueño remite a anhelos sensuales “feroces” que aquella no satisface, y que vincula con sensaciones frustrantes que colman el vínculo entre ellos y que podrían sintetizarse como de competencia fálica.

El sueño resuelve la situación de un plumazo, a través de un acto radical de castración y de potencia mutativa, mediante un gesto de posesión que la transforma y también la liquida como “pensante” (resistente al abandono erótico pleno).

Y de paso, una solapada y mortificante rivalidad intelectual queda solucionada, por ablación lisa y llana de la cabeza.

La escena tiene una lógica del horror perfectamente cinematográfica, e incluso las fuerzas relativas de máquinas y seres en juego son proporcionadas, así como los sentimientos que moviliza.

No es entonces un “sueño absurdo” –denominación notable, pues nos indica la penetración freudiana en órdenes de congruencia simbólica no convencionales– puesto que podemos desglosar unidades de sentido esperables, más allá que el género sea de espanto.

Pero todo se halla transportado a una dimensión imaginante donde juegan lo personal de las peripecias sexuales de Daniel junto a universales referidos a los cuerpos, sus ensambles y dislocaciones en el juego narcisista, edípico y polimorfo, siendo estos los “niveles de producción” que nos competen.

Es en ellos donde la inteligibilidad de las neurosis se vincula sin solución de continuidad con la de los sueños o –como en este caso– con las pesadillas.

De ahí las dificultades para transmitir nuestro orden de verdades en un discurso homogéneo, o de formalizarlo buscando a toda costa simplicidades.

Tarea difícil pues se trata –parafraseando y subvirtiendo a Husserl– de hacerciencia de la experiencia del inconsciente.

Es legítimo y necesario llegar a un lenguaje de claridad y las formas abstractas que le sean inherentes, siempre que asumamos en plenitud la razón poética como la pertinente al psicoanálisis.

Son por ello recursos, instrumentos, inducciones a pensar más que síntesis que resumen en abstracciones las notas distintivas de las singularidades.

Cuestiones disputadas

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