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Introducción PSICOANÁLISIS Y CIRCUNSTANCIAS

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El psicoanálisis constituye una formación cultural, es decir, un conjunto heterogéneo de saberes ligados a la clínica, tradiciones artesanales, dispositivos institucionales de transmisión y legitimación así como teorías de variado alcance referidas a la cultura y la sociedad.

Una heurística de la interrogación lo caracteriza, con su instrumento símbolo, la interpretación, y en tal sentido aparece como esencialmente deconstructivo, pero eso no ha impedido la inclusión de recursos de sostén y apuntalamiento al ampliarse el territorio de su clínica y asumir las modificaciones históricas de las patologías.

Por otra parte, su implantación en la cultura occidental es profunda, si bien con influencia variable según las diversas latitudes, aunque es evidente que en la actualidad su difusión se ha detenido y, en muchos lugares, revertido.

Esta constatación se acompaña de un aspecto más sutil y que remite al entramado de ideas y creencias: asistimos a una pérdida relativa de su vigencia como saber/valor.

A lo cual se suman entusiastas refutaciones basadas –como ha sido habitual– en su supuesta inadecuación a los tiempos y en el desarrollo de los conocimientos biológicos, llegándose a postular su caducidad lisa y llana.

Es innegable que todo esto nos afecta y no por meras susceptibilidades personales o por atacar referencias básicas de identidad sino, y esto es clave para nuestro examen, por la vacilación epistémica que hace a la propia condición analítica.

La cual no es indicio de flaqueza sino por el contrario un atributo a sostener: herencia crítica del Iluminismo que se potencia por la altísima implicación personal que el método requiere y el consiguiente involucramiento en los ánimos y desánimos a que nos someten los procesos psicoanalíticos cabales.

Desde las empatías, contraidentificaciones y respuestas contratransferenciales, sabemos como el que más lo que es anhelar procedimientos simples y de ser posible instantáneos que nos saquen del deambular en eventuales vacíos, reiteración de síntomas, depleciones vitales.

Estas mortificaciones y los caminos de su elaboración son parte fundamental de la construcción de la identidad psicoanalítica; precisamente, uno de los ejes principales en los análisis de formación es el de integrar las crisis de pérdida de confianza o descreimiento surgidas en el ejercicio clínico.

En ellas suele ser difícil diferenciar lo que procede de impregnaciones por contraidentificación, de lo que obedece a dificultades en la asimilación cabal de un saber pasional como el nuestro.

Y no son sólo vicisitudes frecuentes, sino que su ausencia es sospechosa de negaciones, de refugio en relaciones de objeto idealizadas que clausuran la empatía, o de opciones “histéricas” por una superficialidad que intenta deslizarse por encima de esos avatares.

Por todo esto, la vacilación ilustrada como actitud de fondo, tematizada metodológicamente como atención flotante, nos hace vulnerables frente a distintas soberbias que se vuelcan sobre nuestro dominio para refutarlo.

De ahí la tentación de rebotes dogmáticos, que responden con creencias compactas a otras creencias, las que apoyadas en conocimientos consistentes se ocultan a sí mismas la carga ideológica, prejuicial o simplemente de ignorancia que las impregna.

Y agreguemos que la adecuación al canon universitario no basta.

Puede ser un momento necesario en ciertas circunstancias, pero la excedencia propia del psicoanálisis, que requiere como condición sine qua non ejes de transmisión fundados en la propia experiencia del inconsciente, no es mimetizable en el conjunto tradicional de saberes.

De donde también la sensación mezclada de cierta seguridad –a la par de insuficiencia radical– que suscitan epistemologías que pretenden cubrir de manera formal nuestros objetos y dispositivos de desentrañamiento.

Aun cuando lo hagan para confortarnos y desde el buen lado.

Cuestiones disputadas

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