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PSICOANALIZÁNDOSE

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El trabajo de analizarse –es excepcional que alguien que no haya visto roto su equilibrio vital ingrese en plenitud en un camino de tal índole– se sostiene en el alivio de hallar un lugar donde las carencias, las descompensaciones y los síntomas tengan cabida.

Aunque también existen demandas de análisis tendientes a liquidar lo que se intuye como proceso de verdad.

Corresponden a formas perversas de ligamen, modalidades malignas del “como sí” que a veces pueden detectarse precozmente, pero otras no.

Tal era el caso de un eventual paciente, quien en entrevistas supuestamente preliminares me dejaba mal y agotado; al comienzo de modo indefinido, pero luego con tensión agresiva de la que costaba librarse.

El análisis no comenzó, y posteriormente, de manera fortuita, me enteré de experiencias similares con otros psicoanalistas.

Consistía en una suerte de liquidación al modo serial de un dispositivo valioso y de sus representantes, lo cual no es algo común, pero tampoco excepcional, y se diferencia de formas destructivas y envidiosas de Reacción Terapéutica Negativa en que es previa al desarrollo de un proceso.

De allí su carácter más indiscriminado y paranoicamente proyectivo.

El ámbito que creamos se constituye en el fluir de fantasmáticas con sus perentoriedades de realización y circuitos predeterminados, a las que ofrecemos una alternativa a las transacciones sintomáticas y las malas compensaciones narcisistas, aunque con consumaciones diferidas.

Eso es lo que clásicamente se definió como “ambiente de frustración”, formulación que puede dar lugar a equívocos y distancias sobreactuadas, que alejan infinitamente niveles necesarios de contacto y empatía.

No se trata de ascetismos o disciplinamientos estoicos, sino de implicarse, pero creando alternativas a los estereotipos de respuesta rápida a que inducen las angustias y que afloran al desanudarse los síntomas.

Además, la experiencia muestra que el movimiento espontáneo de la vida en raras ocasiones es capaz de resolver encallamientos en dilemas y clausuras basadas en sintomatologías pertinaces y defensas extremas, sobre todo si se acompañan de adaptaciones forzadas.

En ellas se trasuntan compensaciones paranoides frente a desamparos inasimilables, lo que lleva a revalorizar el papel de lo traumático en los avenimientos iniciales, como raíz de distorsiones en la circulación Paranoide-Esquizoide/Depresiva/Con-fusional (PE/D/C-F).2

La clave terapéutica residirá –recolección mediante– en ayudar a recuperar trozos perdidos en el vivir y que resurgen de manera extemporánea y dañina, determinando la repetición defensiva o intensidades mayores de las defensas y calidades más empobrecedoras de las mismas.

En esto se fundaba el temor de Alberto cuando el movimiento transferencial recreaba las tensiones idealizadas y su caída, precipitándolo en un derrumbe narcisista estructural que activaba dispositivos de escisión - repliegue - persecución.

La transferencia de contención amenazaba caer junto con la idealizada, reavivando el desamparo, lo que obligaba a una modulación muy cuidadosa de las intervenciones y a suplementar con marcas de presencia los soportes transicionales de su Self.

De este modo nos situamos en lo que cabe llamar la tradición reintroyectiva en psicoanálisis, aunque sin imperativos en el hacerse cargo de lo propio, pues es fácil deslizarse desde indagar la implicación del analizando en la trama de sus fantasías a sancionarlo superyoicamente como cómplice, culpable o responsable principal.

Para ello, el tener que ver con aquello que se padece necesita hallar un ambiente donde la suspensión de las valoraciones convencionales tienda a ser total.

No es sencillo, pues si la comprensión de motivos se inclina hacia aspiraciones causales, puede fácilmente caer en imputaciones culpabilizantes o, a la inversa, exculpatorias, dado lo esquemático de los climas regresivos que se recrean.

De ahí la importancia de trabajar sobre verosímiles atributivos, reconstrucciones plausibles de lo acontecido que ponen en suspenso la retahíla de juicios de valor que lleva a conductas expiatorias o vengativas.

Una concepción refinada de los desarrollos sobre posición depresiva es clarificadora, al situar en red la cuestión de la culpa, sus versiones y matices, si bien algunas simplificaciones conducen a un culpabilismo símil religioso, con “seudo-insights” sostenidos en remordimientos erotizados y una atractiva madurez aparente.

Esto ocurre si el examen de los modos de relación con la integridad del otro pierde de vista el carácter de realidad psíquica de los daños asignables a cada quien.

Pues al pensar las cosas, buenas o dañinas, en trama, se definen como relativos los lugares en que los seres se afectan recíprocamente, superando la atmósfera tensa de atribuciones fulminantes y con frecuencia determinadas por prejuicios.

Es posible así pensar lo humano como naturalmente relacional e inscripto en dialécticas donde juegan la agresividad, el daño y la reparación, siendo entonces cada uno parte de mundos y del mundo.3

Claro está que esto no elimina la asignación de responsabilidades en la generación de daños, pues en ese mundo relacionalmente concebido, hay responsabilidades y grados de las mismas, pero si algo tenemos para aportar es prudencia frente a la espontánea precipitación en la atribución de lugares y juicios de valor.

La inculpación proyectiva o la autoinculpación automáticas generan cortocircuitos de acción que intentan obviar el tránsito elaborativo y resolver en marcos elementales las complejidades vinculares y las responsabilidades de sus actores.

La integración depresiva produce una mutación del universo fundado en escisiones tajantes, lo que facilita que las defensas se vuelvan porosas, permitiendo el contacto de diferentes aspectos del Self entre sí y con distintas facetas de los objetos, matizándolos.

Y lo destructivo se vuelve pensable, a través de la secuencia: contenible concebible.

Cuestiones disputadas

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