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HACIA UNA CLÍNICA PSICOANALÍTICA SITUADA

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Una clínica acorde con los cambiantes requerimientos con que se enfrenta se funda en dar las mayores posibilidades de manifestación al analizando, al contar con recursos elaborativos ampliados para lidiar con aspectos desestructurados, dañados o dañinos y las ligaduras paradójicas al sufrimiento.

Aquéllos se hallan por lo común fuertemente escindidos y depositados en lugares que la experiencia mostró como seguros para equilibrar el desamparo y la desintegración; de este modo se garantiza su inmovilidad, pero al precio de coartar potencialidades vitales sancionadas como peligrosas desde el miedo o las prohibiciones.

Es por eso que el modelo clásico del inconsciente o el Ello como conjuntos potentes y desagregantes, en colisión con un Yo subordinado a la realidad y al sistema superyoico, da cuenta muy parcialmente de la matriz conflictiva.

Hacer consciente lo inconsciente implica no sólo asumir las pulsiones en su polimorfismo e insistencia, sino también las “servidumbres voluntarias” que las incluyen en un abanico de docilidad y seudomadureces, por lo común bajo sutiles formas masoquistas de aplanamiento personal.

El paradigma extremo de estas últimas está constituido por restituciones caracteropáticas estabilizadas al modo obsesivo luego de derrumbes severos, pues en ellas se plantea agudamente la contradicción entre haber logrado un cierto equilibrio luego de penurias psicóticas y el modo en que aquél se enhebra en dispositivos de sometimiento.

Por su parte, las fuentes motivacionales que se han ido integrando al conocimiento psicoanalítico exigen una modelización diferente, no meramente estratificada y con los impulsos en su base.

Ya la “segunda tópica” comenzó a bosquejar una espacialidad distinta, una vez introducido el narcisismo y la objetalización interior a partir del análisis en profundidad de las identificaciones, en el trayecto que va desde los estudios sobre la histeria a “Duelo y melancolía”.

Y el acotamiento de aquello a ser contenido se amplió notablemente cuando diversas corrientes psicoanalíticas asumieron el compromiso emocional y cognitivo que plantean niveles primarios de desamparo, miedos y formas transaccionales primarias.

A lo cual se sumaron condiciones históricas que desnudan carencias y dificultan el disimulo de los síntomas por su entrelazado a vínculos familiares, institucionales y macrosociales antes consistentes.

Y en este contexto la asunción plena de la trama relacional como clave para en ella definir los lugares de eficacia en las matrices primarias, dio lugar a una serie de cortes epistémicos.

Las figuras materna y paterna, enriquecidas en sus cualidades proteiformes por las teorías objetales, pasan a ser interrogadas de un modo nuevo a partir de las críticas de género a los supuestos clásicos: relaciones de dominación y subordinación, desnaturalización de la condición femenina, replanteos de la simbólica centrofálica.

A lo que se agrega el énfasis creciente en el reconocimiento de capacidades para generar autonomía desde los primeros momentos de la vida, naturalmente en el interjuego con los otros primordiales.

De todo lo cual se desprenden consecuencias teóricas, instrumentales y formativas.

Una heurística de la expansión transferencial se encontrará además con respuestas adaptativas, exigidas y forzadas por las condiciones ambientes, que han plegado el abanico de rendimientos potenciales.

Valgan como ejemplo las compensaciones secundarias a descalabros psíquicos, espectaculares o tórpidos en la infancia o la adolescencia que muestran –con la nitidez propia de las restituciones– formas sobreadaptativas esquemáticas.

Se trata de cuadros con bloqueos inhibitorios y escapes sintomáticos que transcurren en el área mental (pensamientos ritualizados, conjuros, automatizaciones primarias o secundarias, que sostienen formas de control omnipotente), o en peculiares ligámenes con seres, instituciones o márgenes de la cultura.

Las experiencias de terror frente a la desagregación se sustituyen por mundos sin duda limitados, pero los mejores dadas las circunstancias, lo que mueve a prudencia y nos precave de emprender cruzadas terapéuticas supuestamente liberadoras.

En tales casos es preciso situar los desprendimientos del Self y relaciones de objeto y explorar la vida secreta de tales identificaciones proyectivas, que además mucho nos enseñan respecto de modos universales mediante los que todos equilibramos nuestras ansiedades.

Si, por ejemplo, es evidente que las angustias hipocondríacas son depositadas en las instituciones de salud, que ofician como extensión simbólica de los acogimientos primordiales, lo mismo ocurre con otros aspectos de nuestro ser.

De esta forma vínculos primarios habitan la trama social y se ubican en sitios específicos, siendo muy sensibles a sus cambios o negándolos, por la ilusión de contar con inmutabilidades omnipotentes ya sea en instituciones colectivas o en personas singulares que juegan ese rol transferencial.

Surge de esto que localizar las identificaciones proyectivas nómades o estabilizadas como primer paso para recuperar vaciamientos empobrecedores constituye uno de los ejes del proceso analítico, y requiere asumir las manifestaciones regresivas en el nivel y calidad que tengan, según sean las fantasmáticas alojadas en diversos lugares del mundo.

Se trata de recolectar las versiones de sí implicadas en tramas de objeto que impregnan los vínculos actuales, para restaurar la potencia de verdad y de realización que poseen.

Alberto llegó al análisis luego de haber sido tratado psiquiátricamente, con internación y electroshocks, debido a un episodio delirante, con marcada exaltación de ánimo, sin alucinaciones, como fruto dislocado de actividades políticas a las que se había volcado con creciente fervor.

La pasión que ponía se trocó en insensatez mesiánica, agotamiento por insomnio y confusión, culminando con su detención por la policía y una internación compulsiva.

Aceptó iniciar un análisis como salida para la desolada circunstancia que vivía, pero también con la docilidad que trasuntaba tanto rasgos previos de carácter cuanto los efectos del miedo ante lo vivido, y el azoramiento por la amnesia lacunar producto del tratamiento de shock.

La exploración rememorativa respecto de la infancia y épocas anteriores era trabajosa pero posible, recubriendo de paso, como material vital y que nos ocupaba activamente, lo traumático del vacío amnésico así como lo ininteligible del episodio y del desarrollo emocional e ideativo que lo precediera.

De ese modo el análisis cumplía la función de reconstruir una piel narrativa, que siendo verdadera, cubriera el agujero de ser y el espanto a pensar másallá-de.

No constituía, en efecto, una experiencia simbólica que remitiera a la del límite castratorio: era ablación efectiva de sí, producida a partir de algo aflorado de manera incontrolable.

De ahí el bloqueo emocional, que se trocaba en angustia pues todo podía volver a repetirse.

Las intervenciones analíticas eran cautelosas, acorde a sus señales de pánico frente a la desestructuración y, además, para evitar el reforzamiento de la sugestión y el acatamiento.

Es decir, de una aceptación de sentidos nacida de la adecuación servil, ahora, a la institución psicoanalítica materializada en mi persona.

Durante este prolongado período, la empatía era fácil por lo agradable de Alberto, su sensibilidad y cultura, pero cuando el proceso se profundizó –gracias a una mayor consistencia, disminución del terror latente y confianza idealizada (basada en la disociación psicoanálisis bueno/tratamiento previo malo)– aparecieron, junto a momentos de angustia, rasgos desagradables: arrogancia, feos tonos de voz, tediosas exposiciones de ideas.

Toda contraidealización cayó, transformándose, sencillamente, en un paciente aburrido.

Evidentemente el sostén transferencial materno generador de reciprocidad narcisista había caído, y emergía una mezcla de chico y muchachito desagradable, entre inseguro y pedante, que reconstrucciones plausibles mostraron que nunca se había manifestado francamente como tal.

Así como tampoco la procacidad y rasgos anales que ahora se hacían patentes.

De cualquier modo las tensiones del comienzo habían decrecido, junto al mesianismo –identificado proyectivamente en mí– que me engrandecía como terapeuta y también a la dupla que formábamos, buena, curativa e infinitamente mejor que los anteriores tratamientos.

Además de estos niveles de contención/idealización primordiales, el análisis fue despejando la importancia de un amor conmiserativo por el padre, personaje destacado pero intrínsecamente débil, cuya reivindicación también jugó en el torrente expansivo delirante y megalomaníaco.

Sus fragilidades se expandieron transferencialmente muy lentamente y una vez allanadas modalidades fóbicas importantes tomaron el camino de una relación afectiva con una mujer fuerte y dotada de continencia erótica,

Situación que me tranquilizó, por el riesgo de que se perpetuara una instalación transferencial homosexual bajo la dominancia pasivo-receptiva.

Al tiempo concluyó su análisis y entrevistas que solicitó al atravesar contingencias críticas o simplemente “para verme”, crecientemente espaciadas en el curso de muchos años, lo mostraban bien, en posesión plena de posibilidades y realizaciones profesionales, con sentido del humor y una agresividad de fondo trocada en habilidad para la ironía y el sarcasmo.

Eventualmente tuvo crisis de angustia, pero sin llegar nunca a una descompensación psicótica.

La que padeciera, aunque se había tornado inteligible a través de elaboraciones de fragmentos dispares, conservaba su corola de extrañeza y características de trauma inasimilable.

El exceso psicótico mostraba el corte, “psicológicamente incomprensible”, con las tramas que pudimos desentrañar.

Por otra parte, este material permite ver que el restaurar o crear permeabilidades nunca habidas entre aspectos escindidos, tiene matices y calidades diferentes según los regímenes de producción simbólica y las defensas que originan.

Y la perspectiva que brinda el psicoanálisis para deslindar lógicas de realización –o aniquilamiento– y sus concatenaciones y tabicamientos.

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