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MÁS, ACERCA DEL PENSAR PSICOANALÍTICO

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Supone legitimar:

 la ocurrencia,

  el pensar precario,

  el sentir que toma forma de pensar.

Incluye:

 El pensar como unir, tanto lo separado que estuvo unido en espacios primarios o primordiales, como lo que nunca lo estuvo, en cuyo caso nos hallamos en otra dimensión que la de “restablecer nexos asociativos”.

 El pensar como descubrir, sean elementos o configuraciones ocultas, y admitir lo dilacerante de atravesar la superficie de lo dado.

 El pensar como concebir. Sea el concebir pasivo de tolerar; el concebir activo de engendrar; el concebir exploratorio de construir; el dejar que los pensamientos tengan lugar.

Traigamos de nuevo a colación la concurrencia lúdica y entusiasta en la sesión con Ernesto: buena y nutricia.

Las figuras transferenciales que encarnábamos contaban con el trasfondo del sueño como referencia simbólica que se sostenía y recubría el contexto analítico con su particular realidad.

La penumbra transferencial no derivó en lo ominoso que caracteriza las atmósferas confusionales; de esta manera pudimos desplazarnos en la trama regresiva, incluso como objetos parciales y femeninos, pero sosteniendo un hacer lúdico y sublimatorio a distancia operativa de erotizaciones homosexuales.

El preconsciente puede entonces ser redescubierto con benevolencia, sin suponerle tanta consistencia como la que le otorgan remanencias de un racionalismo ingenuo, asentado como está en la modulación de una significancia que sólo se sostiene por el renovado pacto entre seres que se necesitan profunda y recíprocamente, aunque lo disimulen.

Pues constituye, en efecto, el caudal sintáctico-semántico-pragmático donde las experiencias singulares se amoldan a las coordenadas básicas de tiempo, espacio y distancia, volviéndose digeribles por los otros.

Allí se codifica lo previsible; de donde su connaturalidad con lo institucional, que se mantiene merced a la dialéctica constante de encuentros y desencuentros, y estabiliza sentidos y gamas de lo esperable en el lecho común de las costumbres, frente a las heterogéneas formas de ser.

No se trata sólo de defensas que operan por mera exclusión de lo extraño, temido o insoportable, ni tampoco de una instancia radicalmente autónoma, ubicada más allá de la impregnación fantasmática de la realidad, sino de la administración de una simbólica asentada en lo razonable de Eros y en el control de los miedos, lo cual permite abrir la red personal a una convivencia vinculante.

Cabe entenderlo siguiendo el modelo de la elaboración secundaria de los sueños, que señala –a la vez– brotes ficcionales impensados y el trabajo sobre lo que retorna de lo reprimido para adecuarlo a la discursividad del conjunto, y por ende a la normativa equilibrante o superyoica que son su trama conectiva.

Es allí donde podemos situar la adquirida capacidad de análisis, producto nuevo de límites indiscernibles con la razón analítica y las sensibilidades de la “emocionalidad común” que las dominantes adaptativas y la condición de adulto sofocan.

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