Читать книгу ¿Quién traicionó a Ana Frank? La investigación que revela el secreto jamás contado. - Rosemary Sullivan - Страница 15
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El escondite
ОглавлениеHay dos versiones sobre cómo acabó escondida la familia Frank en la Casa de atrás. Según el escritor y periodista radiofónico alemán Ernst Schnable en su libro de 1958 The Footsteps of Anne Frank, Kleiman y Kugler le dijeron a Otto que era hora de pensar en esconderse y le propusieron el anexo trasero de Prinsengracht 263 como refugio.[1] Melissa Müller, en su biografía de Ana Frank, coincidía en que fue Kleiman quien, ya en el verano de 1941, propuso las habitaciones desocupadas del anexo como escondite más idóneo, porque a nadie se le ocurriría que Frank se ocultaba en la sede de su empresa.[2] A Joop, el hijo de Bep, su madre le contó que Kleiman sugirió el anexo y que más tarde se incluyó a Kugler en el plan.[3] Pero Otto llevaba desde diciembre de 1940 pensando en esconderse y es posible que arrendara el número 263 de Prinsengracht con esa idea ya en mente.[4]
Más adelante contaría que fue él quien les planteó a sus empleados la posibilidad de esconderse; primero a Kleiman y después, sucesivamente, a Kugler, Miep y Bep. Miep así lo confirmó:
La iniciativa de esconderse, de encontrar un escondite, de organizarlo todo, fue de Otto Frank. Lo tenía todo pensado (…) y ya había repartido las distintas tareas entre los miembros de su personal cuando les pidió que lo ayudaran a él y a su familia a esconderse.[5]
Fuera de quien fuese la idea, Otto se vio en una situación muy penosa. Tuvo que formular una pregunta tremenda: ¿estarías dispuesto a salvarme, a salvar a mi familia? Los alemanes habían amenazado con encarcelar a cualquier ciudadano holandés que prestara ayuda a judíos. Habría sido típico de él preguntar a cado uno de los interesados por separado y hacer hincapié en lo que supondría para esa persona aceptar ayudarle. ¡Qué difícil, poner a sus empleados en ese apuro! Igual de difícil que depositar en ellos esa confianza y dejar en sus manos el destino de toda su familia.
Miep se acordaba de la mañana en que Otto le pidió ayuda. Llegó a la oficina llevando la estrella amarilla prendida al abrigo. Los demás hicieron como que no se daban cuenta. Ella recordaba las palabras exactas que empleó: «¿Estarías dispuesta a asumir la responsabilidad de cuidar de nosotros mientras estemos escondidos?». En un sentido práctico, aquello suponía hacer la compra para la familia, conseguir tarjetas de racionamiento falsas o comprarlas en el mercado negro y buscar alimentos. «Por supuesto», contestó sin más. Y añadía que en ese momento Otto y ella cambiaron una mirada de esas que solo se dan una o dos veces en la vida, una mirada imposible de describir con palabras. Ella no hizo más preguntas. No tenía curiosidad. Le había dado su palabra y con eso bastaba.[6]
Los judíos tenían prohibido sacar muebles de su casa o transportar enseres por la calle. El hermano de Johannes Kleiman, Willy, tenía una empresa de control de plagas llamada Cimex y, al saber que Otto planeaba esconderse, ofreció su camión para transportar las pertenencias de los Frank —muebles, alfombras, latas de comida, camas y ropa— al piso de su hermano, desde el que las irían llevando a la Casa de atrás. Solo podían hacerlo discretamente, claro está, un sábado o un domingo a última hora de la tarde o por la noche, de modo que tardaron meses en trasladarlo todo.[7] Muy pocas personas sabían lo que estaba pasando; las niñas, desde luego, no lo sabían. Les dijeron que estaban mandado los muebles a reparar, lo que a algunas visitas les pareció un lujo absurdo en tiempos de guerra.
El 5 de julio de 1942 llegó a casa de los Frank una notificación oficial con el membrete de la esvástica nazi. Era una orden para que Margot Frank, que tenía entonces dieciséis años, se incorporara al Arbeitseinsatz, el servicio de trabajo obligatorio en Alemania. Se le aconsejaba que llevara una maleta con ropa de invierno. Para Miep, obligar a una joven de dieciséis años a hacer trabajos forzados era una muestra más de la barbarie antisemita de los nazis.[8] En realidad, se trataba de un subterfugio. Para una adolescente judía, aquel viaje tenía como destino la muerte. Con ayuda de Miep y su marido, Jan, Otto puso en marcha de inmediato su plan de huida. A la mañana siguiente, la familia se marchó a la Casa de atrás.
Cinco meses antes, el 29 de enero, la madre de Edith, que vivía con ellos, había muerto de cáncer tras meses de sufrimiento. Su muerte los afectó profundamente, pero ahora suponía también un alivio. ¿Cómo habría podido esconderse Rosa Holländer, enferma como estaba? Edith y Otto no habrían podido abandonarla, sin duda, pero, si Edith hubiera decidido quedarse con ella, las habrían deportado a ambas y habrían sufrido horrores inimaginables. Los alemanes denominaban emigración y reasentamiento a las deportaciones, y hacían que judíos holandeses ya deportados escribieran postales a sus familias contando cosas positivas de los campos. La gente, sin embargo, se las ingeniaba para hacer llegar mensajes secretos a sus allegados. Una despedida como Saluda de mi parte a Ellen de Groot, que empleaba un nombre holandés corriente, pasaba la criba de los censores. Pero en neerlandés ellende significa «miseria» y groot, «grande».[9]
Tres meses antes de esconderse, Otto le había alquilado la habitación grande del altillo de su piso a Werner Goldschmidt, un refugiado alemán que había llegado a los Países Bajos en 1936. Su presencia en la casa era fortuita, aunque es posible que, teniendo en cuenta el carácter previsor de Otto, formara parte de su plan para esconder a la familia. Cuando salieron de casa por última vez, dejó, como por descuido, un trozo de papel con unas señas que daban la impresión de que la familia había huido a Suiza. Poco después, gracias en parte a Goldschmidt, se difundió por el vecindario el rumor de que los Frank habían logrado escapar.
Otras cuatro personas se unieron a la familia Frank. Los primeros en llegar fueron los Van Pels, una familia formada por tres personas. Hermann van Pels trabajaba para Otto desde 1938 como especiero. Vivían justo detrás del piso de los Frank, en el Rivierenbuurt, y se habían hecho buenos amigos. Otto decía que en su opinión compartir la Casa de atrás con los Van Pels les haría más llevadero el encierro. Algún tiempo después, el dentista Fritz Pfeffer habló con Miep un día que ella fue a su consulta y le preguntó si conocía algún sitio seguro donde esconderse. Miep habló con Otto y él —pensando quizá que era Miep quien se lo preguntaba— contestó simplemente que donde cabían siete cabían ocho, aunque sin duda era consciente de que ello multiplicaba el riesgo que corrían.[10] Conseguir comida e intentar no hacer ruido sería aún más difícil si eran ocho. Pero la mayor complicación sería reorganizar las camas para hacerle un hueco a Pfeffer. Otto y Edith debieron de discutirlo. No podían permitir que Margot, a sus dieciséis años, compartiera habitación con un hombre mayor. De modo que, cuando Pfeffer se instaló en la Casa de atrás el 16 de noviembre, Margot se trasladó al cuarto de sus padres y Ana, que tenía trece años, tuvo que compartir habitación con el recién llegado.
Es impensable que Edith y Otto se sintieran cómodos con este arreglo, pero su existencia había dado un vuelco radical; ya apenas conservaban el control sobre su vida. Otto se enfrentaba siempre a la misma disyuntiva entre la vida y la muerte. ¿Cómo iba a negarse a salvar a Pfeffer? Si alguna vez se arrepintió de haber invitado a los demás a compartir su escondite aumentando así el riesgo para su familia, no ha quedado constancia de ello.
Cuando llegó la hora de que los Frank se ocultasen, ninguno de sus cuatro empleados vaciló. ¿Qué hizo posible que estas cuatro personas se pusieran en peligro para proteger a un grupo de judíos? Miep lo expresó perfectamente en nombre de todos ellos. Ni siquiera se le pasó por la cabeza negarse.[11]
Llegados a este punto, ocho personas como mínimo conocían el secreto de la Casa de atrás: los cuatro empleados de Otto, Jan —marido de Miep—, Johannes —padre de Bep—, la esposa de Kleiman, Johanna, y su hermano Willy, que se convirtió en el encargado de mantenimiento de la Casa de atrás. A Otto se le ocurrió la idea de tapar la puerta de acceso al escondite poniendo delante una estantería con ruedas que podía desplazarse. Johannes Voskuijl, que era buen carpintero, construyó la estantería en su casa y, para no llamar la atención, la llevó por partes a la Casa de atrás y la montó allí mismo.[12]
Miep y Margot fueron en bicicleta a la Casa de atrás la mañana del 6 de junio. Otto, Edith y Ana llegaron poco después a pie. La caminata desde su piso en el número 37 de Merwedeplein, en el Rivierenbuurt, hasta Prinsengracht, en el centro de Ámsterdam, fue agotadora, sobre todo porque llevaban encima varias capas de ropa. Que un judío llevara maletas despertaría sospechas. Por suerte, sin embargo, esa mañana llovía a mares, lo que fue un consuelo, porque con aquel tiempo los nazis no estarían patrullando las calles en busca de judíos.
Miep contaba que, cuando dejó a los Frank en la Casa de atrás para que se instalaran y cerró la puerta del escondite, no quería ni imaginar lo que estarían sintiendo al abandonar todo lo que tenían: su hogar, las cosas de toda una vida, incluso a Moortje, el gato de Ana. Los recuerdos del pasado, y a sus amigos. Cerraron sin más la puerta de su vida anterior y desaparecieron. La expresión de la señora Frank lo decía todo. Miep los dejó allí y se marchó a toda prisa.[13]