Читать книгу ¿Quién traicionó a Ana Frank? La investigación que revela el secreto jamás contado. - Rosemary Sullivan - Страница 9

3
El Equipo Caso Archivado

Оглавление

La oficina del Equipo Caso Archivado se encuentra en el extremo norte de la ciudad. Para llegar hasta ella, hay que cruzar el río IJ en el ferri que sale de la Estación Central y conecta el centro de la ciudad y Amsterdam-Noord. Con sus dos torres de reloj, sus chapiteles y su fachada de estilo gótico renacentista, la estación es tan grande que es fácil confundirla con un palacio real hasta que entras y ves las tiendas, los restaurantes, las vías del tren, las bocas del metro y los muelles de los transbordadores. Cruzarla en la actualidad y subir a bordo de un barco en el río Ámstel, entre pasajeros con bicicleta, es una experiencia casi irreal. Hasta ese punto seduce la libertad que emana de todo ello. Sin embargo, no cuesta imaginarse a los soldados de la Wehrmacht cruzando el enorme edificio a paso marcial o, afuera, en la plaza, armados con porras, llevándose a hombres, mujeres y niños calle abajo (una escena a la que asistió Ana Frank al mirar por una rendija de las cortinas del despacho delantero de Prinsengracht 263 y que la dejó horrorizada).

La oficina del equipo, ubicada en una zona residencial de nueva construcción, resultó ser un espacio grande y diáfano, organizado en tres secciones: la de los documentalistas, la de los investigadores y la del personal de administración. Según me contaron, en enero de 2019 albergaba a un equipo de veintitrés personas. Había una «sala de operaciones», diagramas y ejes cronológicos en las paredes y fuertes medidas de seguridad para restringir el acceso. Un MuteCube insonorizado permitía que hasta cuatro personas conversaran confidencialmente.

Una de las paredes estaba llena de fotografías de jerarcas nazis, colaboracionistas holandeses del SD e informantes denominados V-Männer (hombres) y V-Frauen (mujeres) —la uve correspondía a vertrouwens, «de confianza» en holandés— que desempeñaron un papel activo en la persecución de los judíos. Debajo de esta galería fotográfica había una pequeña maqueta tridimensional del número 263 de Prinsengracht, incluido el anexo de la parte trasera.

En la pared de enfrente había fotografías de los habitantes de la Casa de atrás —la familia Frank, la familia Van Pels y Fritz Pfeffer—, así como de sus protectores: Johannes Kleiman, Victor Kugler, Bep Voskuijl y Miep y Jan Gies. Las paredes de la sala de operaciones estaban ocupadas por planos de Ámsterdam en tiempos de la guerra y por un diagrama temporal lleno de fotos y recortes que representaban acontecimientos importantes relacionados con la delación.

Una fotografía aérea de un metro cuadrado del canal Prinsengracht, hecha por un avión de la RAF inglesa el 3 de agosto de 1944, cubría gran parte de otra pared. Se tomó apenas doce horas antes de la detención de los ocupantes de la Casa de atrás. En ella se distinguen claramente el despacho de Otto Frank, el almacén y el anexo trasero. Los escondidos aún estaban dentro. Ignoraban entonces que aquella sería su última noche de relativa libertad. Thijs me explicó que tener a la vista aquella fotografía hacía que el equipo se sintiera extrañamente unido a los escondidos, como si el tiempo se hallara suspendido.

Su socio, Pieter van Twisk, tiene el carácter arisco de todos los bibliófilos, debido quizá a su minuciosidad y a su obsesión por el detalle; se puede tener la certeza de que cualquier conclusión a la que llegue Pieter estará respaldada por pruebas documentales. Para él, al igual que para Thijs, la investigación que había abordado el equipo adquirió un carácter mucho más personal de lo que esperaba en un principio. En las primeras fases del proyecto, tuvo que bucear en los archivos municipales de Groninga en busca de información sobre un colaboracionista holandés llamado Pieter Schaap. Hacia el final de la guerra, Schaap estuvo en Groninga siguiéndole la pista a un líder de la resistencia apellidado Schalken. A Pieter, el apellido Schalken le sonaba de algo.

Finalmente, descubrió en el archivo local un documento en el que figuraban el nombre y las señas personales de miembros de la resistencia. Dicho documento confirmaba que Schalken había sido uno de los jefes de las Brigadas Nacionales de Asalto (Landelijke Knokploegen o KP), el brazo armado de la resistencia. El documento indicaba asimismo que Schalken había estado escondido en casa de los abuelos de Pieter. Él había oído contar esa historia a su familia, pero nunca se la había tomado muy en serio.

En el documento que encontró figuraba el nombre de su abuelo (que se llamaba igual que él, Pieter van Twisk), con el siguiente párrafo al final de la página:

¿Este era peligroso y por qué? Sí, porque mientras duró su actividad en la resistencia la suya fue la dirección de contacto de las KP, el OD, la LO, etc. Varios combatientes importantes de la resistencia, entre ellos Schalken, se escondieron en la casa de la familia. A dichas personas las buscaba el SD. Anteriormente, participó en la ocultación de armas.[1]

A Schalken nunca lo atraparon y los abuelos de Pieter nunca fueron detenidos. Pieter recordaba que su tío, que era todavía un niño durante la guerra, le había contado que admiraba mucho a Schalken. Una vez, durante una redada nazi, el hombre salió tranquilamente de la casa, se paró, encendió un cigarrillo y, sin perder la calma, subió a su moto y se marchó. Los agentes nazis no sospecharon que era a él a quien buscaban.

Evidentemente, en los Países Bajos es difícil encontrar a una familia que no tenga una historia que contar sobre la guerra.

Durante las décadas inmediatamente posteriores a la contienda, se popularizó la idea de que la mayoría de la población holandesa estaba contra los nazis y de que mucha gente había participado activamente en la resistencia o la había apoyado. La mayoría de los países europeos hicieron suyo este discurso durante la posguerra, aunque la realidad fuera, de hecho, mucho menos monocromática. Pieter opina que en los últimos treinta años ha ido surgiendo una imagen más matizada de la relación de los Países Bajos con el Holocausto, primero entre los historiadores y después entre una parte de la población.

Su país es la patria de Baruch Spinoza, el filósofo del liberalismo, y atesora una larga historia de tolerancia que llevó a muchos judíos a exiliarse allí tras el ascenso de Hitler al poder en 1933. En Holanda el antisemitismo era moderado en comparación con muchos otros países europeos. Y, sin embargo, de allí salieron más judíos hacia los campos de exterminio del este que de cualquier otro país de Europa occidental. De los 140 000 que vivían en el país, 107 000 fueron deportados y de ellos solo regresaron 5500.

Pieter me explicó que si se había unido al proyecto era en buena medida por la necesidad de entender por qué esta cifra era tan alta en los Países Bajos. ¿Es acaso el racismo una especie de patógeno de la psique humana que se activa en determinadas circunstancias? En el Museo de la Resistencia (Versetzsmuseum) de Ámsterdam, la implacable ferocidad de la propaganda antisemita se muestra en toda su crudeza: carteles en los que se ve a «bolcheviques judíos» homicidas alzándose sobre cadáveres; un crucifijo ensangrentado en el suelo; caricaturas grotescas de usureros judíos vestidos con traje y bombín; imágenes aterradoras de judíos como parásitos culturales subhumanos… ¿Cómo podía la gente dar crédito a semejante propaganda? Pieter confiaba en que, estudiando la sociedad en la que vivió Ana Frank, llegaría a entender lo que sucedió, que es la única manera de que no vuelva a repetirse.

Tras tomar la decisión de investigar a fondo los acontecimientos que desembocaron en la redada en la Casa de atrás, Thijs y Pieter se pusieron a buscar financiación recurriendo a distintas fuentes: el crowdfunding, el Ayuntamiento de Ámsterdam, inversores privados y editoriales. A continuación, reunieron a un equipo de investigadores, historiadores y documentalistas holandeses, que acabó incluyendo a Luc Gerrits, un exinspector de homicidios de la policía; Leo Simais, investigador especializado en crímenes violentos, jefe del Departamento de Casos No Resueltos y Personas Desaparecidas del Cuerpo Nacional de Policía; varios agentes de policía jubilados y un investigador del Servicio General de Inteligencia y Seguridad de los Países Bajos (AIVD).

En la primera reunión del equipo, el 30 de junio de 2016, Leo introdujo las llamadas sesiones FOT (de Feet on the table, «pies encima de la mesa»). En esta postura tan relajada, se ponían a hablar, a plantear hipótesis y analizar datos. ¿Por dónde empezar? Leo lo tenía clarísimo: por la presunta llamada telefónica que el delator hizo al SD denunciando que había judíos escondidos en un almacén del número 263 de Prinsengracht. ¿Hasta qué punto era probable que esa llamada se hubiera producido de verdad? En Ámsterdam, en 1944, ¿quedaba alguna cabina telefónica pública? ¿No se había aprovechado el cobre de las líneas telefónicas para la fabricación de armamento? ¿El número de teléfono del SD era de conocimiento público? Y así sucesivamente.

En esta fase preliminar de la investigación, se hizo evidente enseguida que la policía de Ámsterdam había desempeñado un papel muy dudoso durante la ocupación nazi. Como cualquier institución pública de los Países Bajos, la policía estaba obligada a colaborar hasta cierto punto con los ocupantes, pero al parecer algunos agentes habían ido más lejos de lo estrictamente necesario al ayudar a los nazis.

Thijs planteó que, precisamente por eso, sería interesante tener en el equipo un colaborador independiente, alguien que no fuera holandés. Le preguntó a Luc si conocía a algún agente del FBI que pudiera encabezar la investigación. La delación es un delito no forense porque no implica pruebas materiales y, para hacer algún progreso, el Equipo Caso Archivado tendría que trabajar con métodos novedosos de recogida y análisis de información. Leo recurrió a Hans Smit, jefe de la brigada de operaciones secretas de la Policía Nacional, que había recibido formación del FBI, y Smit sugirió que Thijs se pusiera en contacto con un excompañero de la unidad de operaciones encubiertas del FBI que se había jubilado hacía poco. «Es lo que estáis buscando», le aseguró. «Se llama Vince Pankoke».

Poco tiempo después, Thijs y Pieter hablaron por Skype con Vince, que en aquel momento vivía en Florida. Quedaron impresionados por la amabilidad y la profesionalidad del investigador, que se mostró muy interesado por el proyecto.

Tras trabajar ocho años en la policía, Vince había sido agente especial del FBI durante veintisiete años y había participado en importantes operaciones encubiertas contra narcotraficantes colombianos.

También había intervenido en el caso contra Sky Capital, cuyo consejero delegado, Ross Mandell, recordaba un poco al personaje ficticio de Gordon Gekko en la película Wall Street. Al conocer a Vince, nadie sospecharía que tiene semejante bagaje a sus espaldas. Se diría que aún vive de incógnito: vestido con su guayabera, parece un hombre corriente, hasta que descubres su pasión por las carreras de motos peligrosas o sus ansias de nuevos retos.

Tiene un carácter afable y habla con naturalidad de su familia y sus orígenes alemanes. Su padre combatió en el ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial. Ya de niño, cuando su padre le contaba anécdotas de la guerra, a Vince le impresionaba que los soldados contra los que disparaba su padre pudieran ser parientes suyos. Es evidente que Vince cree en el mal y que lo ha visto a raudales. El escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn dijo una vez, recién salido de los gulags, que el mundo tiene cierto umbral de tolerancia para el mal; siempre habrá maldad en el mundo. Pero cuando se sobrepasa ese umbral, la moral se resquebraja y los seres humanos son capaces de cualquier cosa.

¿Cómo fue posible, se preguntaba Vince en voz alta, que la cultura alemana —sofisticada, avanzada, democrática— sucumbiera a una dictadura totalitaria, se desintegrara y perdiera el norte hasta el punto de iniciar una guerra en la que acabarían muriendo cerca de setenta y cinco millones de personas, entre civiles y militares del Eje y los Aliados? Por su experiencia como agente secreto del FBI, Vince sabe que hay un factor omnipresente: el dinero y quién se lo embolsa. Los industriales alemanes financiaron a Hitler en secreto desde 1933 y hubo grandes empresas como Bayer, BMW, Krupp, Daimler e IG Farben que obtuvieron inmensos beneficios y salieron fortalecidas de la contienda. Vince daba por sentado que, en la Holanda ocupada, la brutalidad burocrática con que los alemanes se dispusieron a expulsar a todos los judíos del país era solo equiparable al sigilo con que saquearon sus bienes.

Como la mayoría de sus compatriotas, Vince supo de la existencia de Ana Frank en el colegio. Visitó la Casa de Ana Frank cuando ya llevaba años trabajando como investigador y le asombró descubrir que el misterio de quién había traicionado a los Frank no se hubiera dilucidado definitivamente. Según dijo, nada le gusta más que un reto y aceptó de inmediato formar parte de la investigación para aclarar el caso. Sin embargo, cuando ya estaba inmerso en el proyecto, hubo momentos en que se preguntó qué le había impulsado a indagar en un caso que tenía más de setenta y cinco años de antigüedad, en el que tanto el denunciante como la inmensa mayoría de los testigos habían muerto y que presentaba, además, muchas otras complicaciones añadidas. «Las circunstancias de partida no podían ser más difíciles», cuenta. Aun así, no podía sacudirse la impresión de que tenía que hacerlo. Uno de sus primeros pasos fue crear un equipo de expertos en cuestiones policiales de tiempos de la guerra y en historia de Ámsterdam y del colaboracionismo, así como de los grupos de fascistas holandeses que se dedicaban al pillaje y de la resistencia.

Monique Koemans, que trabaja como analista criminal para la administración holandesa, se sumó al equipo en octubre de 2018. Además de ser doctora en Criminología, tiene formación de historiadora. Cuando recibió un correo electrónico invitándola a formar parte del equipo, no se lo pensó dos veces. Pocas veces se le presentaba un proyecto en el que podía poner en juego su experiencia como criminóloga y sus conocimientos de historia. Pidió un año de excedencia en el trabajo.

Leyó el diario de Ana Frank más de veinte veces cuando era joven y escribió sobre ella cuando, al comenzar su carrera, trabajó como periodista. Aunque se trate de un caso tan antiguo, siente que el presente nunca está muy lejos del pasado.

En Ámsterdam, al menos, los vestigios de la guerra siguen estando muy presentes en las calles: cuando iba a trabajar, Monique solía pasar por delante de Het Parool, el periódico de tirada nacional fundado en 1941 como órgano de la resistencia. Cuenta que en La Haya, donde vive actualmente, las cicatrices de la guerra son muy profundas. Cuando cruzaba Bezuidenhout, el barrio donde vivían sus abuelos y en el que su abuela se salvó por causalidad de un bombardeo devastador, pasaba por delante de la casa donde estuvo escondido su abuelo cuando trabajaba para un periódico de la resistencia. Un antiguo vecino, hijo de una superviviente del Holocausto, le contó que al final de la guerra los nazis abandonaron en medio de un bosque un tren lleno de prisioneros procedentes del campo de concentración de Bergen-Belsen. Su madre y su abuela iban en ese tren. Consiguieron sobrevivir comiendo bayas hasta que por fin las encontraron las tropas aliadas. Para su madre, salir de Bergen-Belsen en aquel momento supuso sobrevivir a la guerra. Ana y Margot Frank, que tuvieron que quedarse en Bergen-Belsen, no sobrevivieron.

Otras jóvenes historiadoras —Christine Hoste, Circe de Bruin y Anna Foulidis— se hicieron cargo de casi todo el trabajo de investigación en los archivos locales, incluidos los del NIOD (el Instituto Estatal de Estudios sobre la Guerra, el Holocausto y el Genocidio) y el Stadsarchief, el Archivo Municipal de Ámsterdam. Revisaron miles de documentos, tomaron notas y redactaron informes, concertaron citas y prepararon entrevistas. Cuando se les pregunta cómo les afectó esa indagación en el Holocausto, cuentan que fue doloroso hurgar en ese pasado, pero que al menos su labor se centró únicamente en los Países Bajos; por ejemplo, en el campo de tránsito de Westerbork, que ahora es un museo (a cuyo director entrevistaron). Christine no cree que hubiera podido soportar tener que indagar en lo que ocurrió en los campos de Alemania y Polonia.

Thijs invitó a su amigo Jean Hellwig, profesor invitado de Historia Pública de la Universidad de Ámsterdam, a formar parte del equipo como director de proyecto. Era una continuación natural de su proyecto previo, Warlovechild, que recogía historias, filmaciones y fotografías acerca de los hijos de soldados holandeses abandonados tras la guerra colonial en Indonesia, entre 1945 y 1949.[2] «Vi con mis propios ojos la capacidad de restañar heridas que tiene el hecho de encontrar la verdad histórica», cuenta. Jean invitó a once estudiantes a ayudar en la investigación, permitiéndoles hacer sus prácticas universitarias con el Equipo Caso Archivado.

El último en incorporarse al equipo fue Brendan Rook, un investigador que había servido como oficial de infantería en el ejército australiano y había trabajado más de una década para el Tribunal Internacional de La Haya investigando crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidios en todo el mundo. Mientras trabajaba aún para el FBI, Vince había colaborado estrechamente con la Policía Nacional holandesa y uno de sus principales contactos de aquella época le presentó a Luc Gerrits. Vince le contó a Luc que necesitaba a alguien con quien contrastar hipótesis, un investigador con una experiencia similar a la suya, capaz de identificar los datos que podían conducir a la resolución del caso y de centrarse en ellos. Luc conoció a Brendan en La Haya y, al enterarse de que tenía experiencia como investigador, le habló del equipo. A Brendan le interesó muchísimo el proyecto y al poco tiempo había pedido una excedencia para poder sumarse al equipo.

Vince y Brendan son almas gemelas. Tienen en común una forma única de ver las cosas. La Casa de Ana Frank es hoy en día un museo frente al cual hacen cola cientos de visitantes; para ellos, en cambio, era el escenario de un delito. Se imaginaban con toda viveza los acontecimientos del 4 de agosto de 1944 y en qué lugar exacto ocurrieron aquella mañana aciaga.

Brendan afirma que cada vez que visita el lugar donde ha sucedido un crimen descubre nuevos detalles. Y al situarse delante del edificio de Prinsengracht y mirar sus cuatro plantas, el desván delantero y las ventanas, tiene claro que un policía profesional habría deducido sin lugar a dudas que había un anexo trasero y no habría tardado mucho en dar con la entrada secreta.

¿Quién traicionó a Ana Frank? La investigación que revela el secreto jamás contado.

Подняться наверх