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Un pueblito rabón en cualquier parte de México. ¿No es una bella secuencia del destino que me tocara perder la virginidad con una mujer justo como la recetó la infancia? Al menos así he narrado la historieta infantil que fue esa violación.

Tendría diez años. Debí ser hermoso. O ella un poco pervertida. Ambas cosas. Mi madre había contratado a la sustituta porque Lupe se había ido a su pueblo. Lupe había dejado dicho que no sabía cuándo estaría de regreso. Iba tras las huellas de un hombre. Lo de siempre. El amor. Y mi madre, ¿cuidarnos? No sería lo mejor, para su PhD. Ineficiente.

La casa se ha quedado sola. Ella me dice Moshi. Yo me hago el dormido. Una almohada en mi rostro, un cojín a veces. Ella que en la euforia no sujeta bien el cojín, la almohada. Yo que puedo arrancarle al mundo esta visión, por adelantado, algo que no verán mis ojos en otros cinco años. Así es siempre el prodigio. Nace de algo descabellado. Pero esto ya lo conté sin contar mucho, que es como se debe tratar la espina de la flor. Au suivante !7

Puede que haya sido un conflicto de gremio. Después de todo, los libros de autoayuda son hechos por escritores. Aunque no hayan sido artistas, tuvieron el primer impulso de querer conectar algunas ideas con otras, usando palabras. Y aunque no precede el arte a la palabra, pues encontramos en las tabletas de arcilla mesopotámicas las primeras letras, los primeros símbolos, no en configuraciones que apuntan al arte, sino en cuentas hechas por un contador (el más despreciado de los artistas), igual no es lo primero lo más valioso, como una virgen no es la mejor amante (salvo para viejitos sucios). Su primer impulso fue sin duda sustentado en aumentar el público para una idea transformadora, algo que salvara al mundo y no lo hiciera a través de los acostumbrados mecanismos bélicos: los doce que apoyan la locura de quien se autoinmola, el directorio de ateos furibundos que guillotinan a medio mundo, la vanguardia leninista, los suicidas de Alá con su cinturón de explosivos, el piloto juvenil y cibernético, exento de culpa material, que con su dron logra a cinco mil kilómetros saltarse obstáculos constitucionales. El autor del libro de autoayuda quiere cambiar el mundo de una forma menos dramática. Se equivoca igual, pero al menos es menos sangriento que tanta otra gente que piensa que tiene la razón.

El conflicto del gremio es que los artistas creen que son dueños de su medio. El pintor se cree dueño del color y quisiera que quien no comulga con su manifiesto viviera una vida en blanco y negro. El abogado quisiera someterlo todo a los vericuetos de la ley. Y el escritor cree que es dueño de la palabra. Quien no hace una declaración con fines o al menos medios estéticos es un pelafustán. Todo analfabeta es condenado. Quien no haya leído a Musil8 es un analfabeta. Todo el mundo es candidato al infierno de las letras por el juez implacable que es un escritor. Y yo era un escritor.

Odiaba los libros de autoayuda quizá porque yo necesitaba mucha. Quizá por su éxito, rara vez logrado por una publicación con fines puramente artísticos (y todas mis publicaciones tenían ese fin, y por ello, a décadas de publicadas, todas habían calladamente desaparecido en el olvido, el agujero hondo del tiempo y su silencio). Sin embargo, creo que era más bien por el simple hecho de que los libros de autoayuda estaban equivocados. Eran tan confiables como el pronóstico del tiempo. En días de cielo claro, anuncios de buenas temperaturas, escasas posibilidades de chubascos. En días nublados, anuncios de buenas posibilidades de lluvia.

Mi objeción principal a los libros de autoayuda era que consideraba una pretensión querer cambiarse a sí mismo. Uno podía hacer una cita con un cirujano y darle rienda suelta al escalpelo. Pero el alma distaba mucho de ser tan accesible. Y aunque lo fuera: la pretensión principal estaba en creer saber qué sirve y qué no en una persona. Esa distinción asume que sabemos los fines de las particularidades de una personalidad. Y eso es falso.

El niño es un niño ideal. Nunca falta a la escuela. Sus amigos son menos formales, más indisciplinados. Faltan seguido y sin permiso. Una mañana visita las instalaciones escolares un par de técnicos. Revisan el cableado de la red de telecomunicaciones. También instalan unas bombas, que activan por control remoto una vez que se van. Los niños que decidieron no ir a la escuela se enteran de la explosión cuando llegan a su casa, cansados de reír, correr, comer comida chatarra y jugar videojuegos. Los padres, al verlos, reciben la lección de sus vidas. Los padres del niño formal y disciplinado también reciben su lección. Se llama: Sobre lo innecesario de la postergación del placer.

Disfruta, estudia mañana, trabaja bien entrada la última noche de tu vida. ¿Hoy? No existe.

Pero eso fue hace tres décadas. Hoy pienso distinto, y gracias a una progresiva debilidad física, empiezo a creer en todo lo invisible: los héroes de la patria, la filantropía, los fantasmas, el amor, la religión. Fue esa debilidad física lo que me llevó, por encima de mi voluntad (ni me di cuenta), a la búsqueda de la última del montón, la cereza del pastel, el cono del helado si agarras la bolita de helado con la mano y le das la vuelta para que el cono quede de sombrero. La mera mera. En lenguaje femenino: el amor de mi vida.

7 En francés quiere decir ‘el siguiente’. Se refiere a una canción de Jacques Brel.

8 El hombre sin atributos, novela austriaca.

Dukanichanata

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