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Ninguna de mis relaciones de amor duró más de cinco años. Esta vez será diferente. Dhanurásana está acostada a mi lado. Me despierta con unos leves mordiscos. Me llega a la mente como hora del despertar el recuerdo de que le he dicho ya varias veces a Dhanurásana que no me gusta que me muerda pero lo sigue haciendo. No me quejo. Sería inútil. Trata igual todo, diga yo algo o nada. Le miro el rostro y quisiera despertar con tal frescura y a la vez con tan profunda belleza. Los pulmones sienten un breve colapso. ¿Es esta la estética eterna? ¿Aquí está la raíz del todo? Retórica de las primeras narraciones de la historia, del tipo «hubo un momento en el pasado en que…».

Te miente la cultura. Te miente la soledad. Te miente la sociedad. Te miente tu propio barrio. Te miente el condominio horizontal. Te miente el día. Te miente la muerte. Te miente el coto. Te miente la familia. Te miente todo acto de percepción. ¿Entonces? Entonces pensarías… debo acercarme a la verdad, aunque use ese vetusto sustantivo, esa añeja abstracción, esa eyaculación platónica. Muerta la utopía, cooptado todo intento de fracturar el orden político, resta la verdadera tercera vía: la trascendencia.

Aquí le llamamos Cien días hacia el Nirvana. Ese arranque autóctono, ese despegue espontáneo que aterriza en la nada paradoja tan buscada ¿Qué es Cien días hacia el Nirvana? Sencillo: es la tinta con que Pandora rellenó de tonos oscuros la cara interna de su caja para ocultar su ausencia.

Donde coincide el menor esfuerzo de elegancia evolutiva con una flecha de Heráclito, ahí, en ese sitio loco, ahí se abre uno de los tubos que entran aquí. Laboriosas lombricitas que inyectan la pócima, la esperanza de que el proyecto no murió, la idea de trasladar esta altísima eufonía del no, lo que no es y lo que no está, a la carne más colectiva, barnizar con la bondad de la buena fe la estructura metálica de nuestro carbón, para así ver a la humanidad ascender un nivel más. ¿Hacia dónde? ¿Acaso la corriente sabe en qué dirección va, o sólo va?

A unos pasos de las salidas de la red, de ese extendidísimo laberinto electrónico, yacía una celda de un arcaico. Fue examinada por los servicios automáticos de inteligencia distópica. Se encontró un objeto vertical hecho de madera dividido en varias partes con separaciones horizontales del ancho de las alas verticales. En los espacios se aglomeraban como soldados en criogénico sueño. La mayoría bien identificados como el cuerpo militar más cachondo del universo hubbleiano conocido. Los viejos presocráticos y los pansocráticos, los idealistas y los peripatéticos, etcétera. Y aquí nos vemos. Desde una pequeña ventana que esconde el lado amable de la realidad se puede ver la otra cara, esa majadería pública. Protegido por un inmenso om impreso en la cortina, el espacio es un espacio mínimo, madriguera de conejos, más bien. Ancha de tres pasos, larga de 18 pasos la sección techada. Y un patio al aire libre, jardín del penthouse, de 50 metros cuadrados. Un refrigerador. Ropa. Libros. Y eso es todo. La nueva utopía será cuando la élite espiritual vaya limitando su uso de los recursos terrenales, se emancipe del consumismo y vaya creando la ola de prestigio que les permite a todos vivir, para anclar ahí la identidad, sofocar el grito bárbaro del anata. Lo más prestigioso a nivel global, como ser un jedi. Necesitamos la película o empezar el guión que sirva de riel al mismo concepto. Todo esto es el lenguaje mercadotécnico cuyo cinismo o claridad mental proviene de una transparencia radical, una antinomia, una aporía resuelta. Para esto está aquí este libro, para esconder en trozos de ficción, en intentos de literatura, el panfleto que libera al corazón, la interpretación posmilenaria del movimiento, la Biblia del presente, el Corán del momento, la tirada de dados perfecta en el I Ching. Como polizón del sol, como alado mensajero de las dimensiones imposibles, viene aquí la herramienta, la receta, el protocolo, para liberar cuerpo y alma del consumismo, de la identidad amarrada a la destrucción del planeta.

La difusión será enorme. Se preguntará quién es el autor. Y esa misma será otra historia y así el generador de historias será como el padre de Stephen King. Pero anticipando lo moderno, el autor quedará ausente. Ausencia: metáfora de otra ausencia.

Así, poco a poco se encaminarán las almitas hacia un ordenamiento personal ausente del dolor primario, una programación que permitirá pacíficamente superar el recurso de búsqueda de coherencias. Si las reglas son claras en el espíritu, viendo la conducta prescrita para cada nivel de vacío, y todo nivel es siempre el inverso de lo visto, entonces el apego a la ley es perfecto o tiende a la perfección. Sin esas reglas claras cualquier intento de mejora colectiva basada en algún tipo de corrección conductual será, sencillamente, imposible. De ahí esta obra, que parecerá jalada de los pelos al principio, de una absoluta esquizofrenia para el medio y para el final. Cien por ciento la explosión del centro racional, la vuelta a la oscuridad del alma. Y no.

La élite del corazón empieza a desecharse de todo obstáculo material, la falta, el exceso, tanto de ocio como de trabajo, concentrado en la búsqueda del centro imposible al yo, definición misma de la trascendencia. Se va expandiendo el prestigio de los arcaicos. Se escriben libros. Se hacen películas. Y la moda ahora es un absoluto ecologismo negativo. Esto es, no consumir para mejorar, sino prescindir de. La moda es consumir lo mínimo. No dejar ni la conducta más elemental fuera de escrutinio. Cagar mucho no es útil para el ecosistema. Mucho cagar viene de mucho comer. Entonces, comer menos. Aquí mejoran automáticamente los padecimientos crónicos y algunos letales de la salud y su estrecha relación con el metabolismo y la comida. Así se construye el mito, el ideal del homo ecologicus. La inspiración de todos los homeless, que voluntaria o involuntariamente están fuera del sistema, exiliados de la felicidad burguesa, frágiles receptores de una caridad católica ya casi extinta, con su presencia muestran el castigo drástico de la sociedad, la cultura a todo aquel que no asume las exigencias draconianas de su entorno.

Ahora todo esto surgió porque Alex, la maravillosa Alex, me había llamado. Quiero hablar con mi gurú, ordena. Shalom. Y hay que obedecer, así que me pongo el sombrerito de gurú y escucho. Y se lanza con una historia típicamente femenina. ¿Recuerdas a mi amiga La Clotch? La recuerdo, sí. Platicando con ella me vino a la mente el anata, pero no sé si lo supe explicar. Así, como buen culebrón. Porque no es sino después de miles de nacimientos o millones, no es una experiencia aritmética, que uno logra cruzar hasta la otra orilla y ver, desde la claridad, cómo todo es antimateria.

Entonces Alex me cuenta todo el episodio.

Dukanichanata

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