Читать книгу Dukanichanata - Sadú León - Страница 17

XIII

Оглавление

Dice mi mujer, por teléfono: Tienes un gran talento para hacer amigos. Digo yo, por teléfono: Ya sólo me vas quedando tú. Dice ella: Te vas quedando solo. Digo yo: La aguja en el pajar. Dice ella: Amorcito. Digo yo: Tres a dos, ganas tú.

Una boda no es el mejor lugar para despotricar contra el matrimonio, como un templo no es el recinto de irónico escepticismo. En ambos templos se exige lo que en otros teatros: la suspensión del juicio. Admitido eso del lugar, empero, ¿no es un contexto de oro el teatro de batallas, el frente de guerra, los balazos, la explosión del cráneo a medio metro, la caída en seco del cuero cabelludo aferrado a una sección parietal, duramadre y grisáceo tejido cerebral, todo ello un largo y anatómico equivalente a la muerte, sencillamente, la muerte, no es ello un maravilloso contexto para hablar del pacifismo, del anarquismo? Nadie entiende mejor la limitación de un hijo como su padre.

Estábamos (mazel tov!) algunos invitados sentados a la mesa. El salón se distribuía en dos alas en forma de ele al revés. En la unión se había instalado un grupo musical. El lado que iba de norte a sur lo ocupaban mesas de la familia de la novia, familia encumbrada y noble, mínimo catedráticos, máximo secretarios de Estado y otros megalómanos; mientras que el lado que iba de este a oeste lo ocupaba la familia del novio, máximo maestros de escuela, mínimo yo. Separadas las clases por un techo portátil.

Minimus Ego estaba fumando energuménicamente. A su lado, un niño rubio casi huérfano lo seguía insistentetantocomoélfumabamente. Lo más cercano posible a Sócrates y Alcibíades, y también la ruta más indirecta al corazón de una mujer, su madre, que jamás se haya diseñado, ingeniero de senderos de amor, arquitecto de fantasía, fuertes muros de algodón o malvavisco.

A ambos lados tenía un hermano del novio, pobres como él, tan astutos, atléticos, la crema y nata de la inutilidad siglo veintiuno. Todos ellos habían pasado más tiempo en la escuela que en la realidad, y sabían mucho, menos vivir. Ellos, a su vez, tenían a su lado sus esposas respectivas y respetuosas, y los padres de ellas, y un par de tíos, a su vez, sentados a su lado. Los platos uno encima de otro esperaban con paciencia a que se sirviera la cena. Al igual, las copas esperaban el vino (Dom Perignon) con el brindis oficial, para darle apertura en el continuo pasar del tiempo a esta repetida y cansada y siempre fresca ceremonia de unión marital. Pero el paladar de todos los presentes en la mesa, salvo el paladar del niño rubio, estaban ya embotados por completo por sendos vasos de whisky y tequila que la concurrencia había bebido. El novio, de un juicio certero, había extraído de cada uno de los integrantes de la mesa lo que mejor podían dar: de un poeta pidió las palabras para su discurso como nuevo esposo, de un tío pidió las botellas; ambas herramientas emborracharon a la concurrencia, dieron con su cometido, ojos cerrados, arquero exacto. Minimus Ego se preguntaba cuánto tendría que fumar para alcanzar al hermano de la izquierda en su cultivo de posible enfisema después de diez sólidos años de cuatro cajetillas diarias. Si la memoria me es fiel, había puntualizado el hermano de la derecha, empezaste a fumar a los quince cabrón. Minimus Ego corrigió: ¿A los quince cabrones o a los quince coma cabrón? Lo segundo, agregó el hermano de la izquierda: Nono. El hermano de la derecha levantó su vaso, haciendo un brindis que salía sobrando como una bala sale sobrando de una escaramuza entre gatilleros y autoridad. Una más, una menos, entre tanto índice feliz, tanto codo repetitivo, no va a salvar, no va a matar, a nadie. Sin esperar a que alguien contestara el gesto, Unicornio vació un cuarto de vaso de un trago, y si la memoria narrativa es fiel, a esa temprana hora de la reunión festiva ya había dado veinticinco tragos semejantes. Pero en ese estado de ebriedad la memoria jamás es tan precisa. A menos que sea la memoria de un niño rubio, imberbe, flaco y largo como el Quijote, pero lindo como quien pretende ser europeo o galán colombiano de telenovela. Minimus Ego recibió un puñetazo en el costillar derecho. Había tragado, y por esa accidental previsión glotal no escupió su tequila. De todos modos el golpe lo hizo encorvarse, llevarse una mano a las costillas para protegerse de futuros impactos y para sobarse el recibido, y voltear para sólo verificar la sonrisa en el atacante, rubio, lindo, pero apenas una inacabada versión del audaz, valiente e inútil sabelotodo cabrón que la familia llevaba dos, perdón, tres generaciones cultivando. Grandísimo cabroncito, dijo gutural Minimus Ego, me rompiste una costilla, ¿estás borracho o qué? El príncipe eslavo contestó, mirando a todos, que lo miraban o no lo miraban, depende de cuánto y cómo entorpezca la percepción visual y luego el procesamiento del dato en la región occipital el contenido alcohólico de seis tragos promedio per cápita en cuarenta minutos: Yo soy menor de edad y no tomo.

Dukanichanata

Подняться наверх