Читать книгу Dukanichanata - Sadú León - Страница 16
XII
ОглавлениеEstuve condenado, como tú, al egoísmo. Y no sólo eso: al aislamiento. No fue sino hasta hace unos días, cumplidos casi los cincuenta años, que me dije, como serpiente que dobla su larguísimo cuello y mira hacia atrás, látigos en la lengua: eso que se ve ahí fui yo, es mi vieja piel. Sigo siendo yo, pero ahora es otra piel. Adelante.
Negué por muchos años la esencia de mi vida. No temas. No va a ser esta obra una confesión, algo anacrónica, sobre el famoso clóset. No soy maricón. Es peor que eso: soy una mujercita a quien le gustan las mujeres. Lloro en las películas románticas. Y hoy vi una muy romántica, que usó como pista sonora varias canciones que escuché en mi niñez. Air Supply. Mi madre y sus hermanas las cantaban juntas, cuando sufrían juntas, acompañándose, la eterna decepción de querer vivir con hombres que realmente no querían vivir con ellas, sólo querían usar el cuerpo, y no todo el tiempo, sólo un par de veces por semana, como un descanso maravilloso, una siesta sorpresa, un bufet para atragantarse una vez y luego, lleno el estómago, partir. Luego llegaba la bisabuela (henceforth Bis) y no sabían qué hacer. La Bis no era sentimental. Era fuerte. Para ella todos los hombres eran unos niños. Y quien se acuesta con niños, amanece miado, decía. Pero traduzco. En verdad decía: Ken durmekon kriansa esperta pishado.
La Bis: merece un himno, por tantas cosas que oí decir que dijo, tanto de ella que no recuerdo, sólo un pequeño cuerpo en Bebek, al norte de Estambul, una sonrisa y una plática muy corta, ahora veo, muy muy muy corta, y la magia de ese idioma suyo, al agarrarme las mejillas con sus manos viejas, pan i kezo i un buen bezo mientras comíamos unos keftes de pishkado a unos pasos del Mármara. Ay, Bis. Contigo enterramos el último eslabón de un pasado heroico a la manera de la antigüedad, el misterio de tus abuelos, hebreos itálicos, que te endulzaron la vida con esos dichos, kome dulce para ke avles bien… ¡Bis! Dinguno no fuye de la mel. Y me mirabas no sé desde qué dimensiones, tú nacida en Ankara, yo criado en São Paulo, y por esa distancia nos entendimos, pues mi portugués paulista de niño estaba cerca de tu djudeo espanyol, y más no sé de ti, Bis…
Tengo la edad que tuvo un gran héroe de mi humilde especialidad cuando de su bella imaginación surgió una obra de arte. Áspero, duro, sin gracia ni temperamento agradable, un tanto misántropo, es bueno que no sepamos de él sino lo que construyó su estilo. Si supiéramos lo demás, así como se sabe lo mío, pobre. Se le juzga a nuestro héroe sólo con base en la fuerza de su estilo, como debe ser. Como además este héroe humilde pero casi sacro también gustaba de hacer uso casi exclusivo de la improvisación, sigo sus pasos. Como él, no lo puedo evitar. ¿A qué darle los visos sintéticos de la prosa cogitada a la vida que uno busca retratar? ¿No será perpetuar con otros medios, tal vez más elegantes, de hecho más hieráticos, los mismos mitos que perpetúa la industria cinematográfica? ¿Holly, Bolly?
No me voy a pintar con lindos colores. Diría la Bis: Grasias al Dío, ya me cansé. De cuando lo hice tengo el recuerdo bastante presente de su futilidad. La gente se confundió, abusó, infraccionó, e y t y c. Ahora, lo implacable, parejo, como un tajo de machete: contra todos como contra mí. Al fin y al cabo hace mucho que soy budista, y mi atman ya no insufla, ya tiene prefijo como las nalgas un ojo fijo (¡epa, poeta!).