Читать книгу Semáforos rotos - Santiago Infante - Страница 14

10

Оглавление

AMANDA FRENTE AL VENTANAL, en la madrugada del sábado podrido. Apoyó la cabeza contra el cristal en el punto en que cuatro pisos de contrapicado muestran el pedazo de Bogotá rota que se deja ver desde el apartamento.

Poco a poco, la cercó el aura húmeda de su propio vaho. El reflejo anaranjado y rojo del letrero de neón del Refugio Alpino se pegó a su pelo, a su rostro, a su cuello y a sus tetas. Lo demás, penumbra perfumada más una nube de incienso arrastrándonos hacia ningún lado. Unas cuadras más allá, las cuatro agujas de la catedral de Lourdes encañonando al cielo.

Con la zurda se llevó a los labios el Durnham’s mentolado y aspiró hondo, después exhaló todo el blues que la llenaba y ese blues fue a chocar en oleadas contra la orilla de nuestro colchón de nenúfares fluorescentes. Tirado ahí, debajo de una sábana, la observaba fingiendo gorgoteos y ronquidos.

La cubría un suéter vinotinto hasta el primer tramo de los muslos. Qué bien cortaba la catarata profusa y negra de su cabello con la sangre viva de ese puto suéter. Pies descalzos sobre el tablado y los deditos hundidos en los extremos circulares de los clavos. Piernas flacas un poquito, solo un poquito torcidas, eran las piernas flacas más bonitas del mapamundi: ebúrneas y exentas de várices a pesar de estar paradas en el filo de los veintinueve años. En general, me calientan las venas várices, mas podía aguantar bien que ella no tuviera ni una. Entonces me sentí poeta y dije:

—Te ves más bonita a oscuras.

Volteó sin contener una carcajada repentina, una náusea.Sus ojos color whisky estaban hinchados de llanto, cual globos cargados de alcohol:

—¿Me miras y roncas al tiempo?

—No. Es que tuve una pesadilla de mierda. Soñé que los ladrones escalaban por el tubo del desagüe y se metían por la ventana.

—Quizá, la realidad es la prolongación de una pesadilla. Pesadilla y Universo son lo mismo, menos mal son efímeros —y se entregó a los hipos del llanto.

Me levanté de un brinco. Chasqueó el meñique de mi pie al darme contra la saliente de la pared pero no maldije. La hundí entre mis brazos y me bebí a lengüetazos el whisky de sus lágrimas. Mis ojos también estaban encharcados, puto golpazo que me di.

Lidiábamos, otra vez, con uno de sus éxtasis de melancolía. Periodos aceitosos en los que Amanda se alejaba del lienzo y permitía que se acumularan sobre la guitarra eléctrica sucesivas capas de abandono.

Temporadas pútridas en las que hurgaba en la carne de la realidad hasta desentrañar, según ella, el vacío y el absurdo esencial de los seres y las cosas. Jornadas crudas en los que yo no podía alegrarla con ríos de vodka, ni con un happening, ni con un punteo distorsionado reventando el amplificador y los vasos.

Lidiábamos con La Loba Melancolía y de esas fauces yo no podía arrancarla. Ni siquiera con un buen polvo. Se revolvió entre mi abrazo como una aguamala y se soltó. Así fue.

Semáforos rotos

Подняться наверх