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CUANDO AMANDA PINTABA se olvidaba de la obligación de dormir, de meter, de cagar y de fumar. Entonces aparecían unos cuadros sacados de la nada, como al descuido; el olor me aguaba los ojos, cual si picara cebollas. Flotaba, pasándose el anverso de la diestra contra las ñatas. Así transcurrían horas. Hundía la punta desmechada del pincel sobre manchas de color, haciendo círculos con las muñecas. Después se quedaba mirado un punto fijo, a un milímetro de la superficie. Luego pasaba el trapo saturado de removedor de uñas Lander y volvía a pincelar. El olor era más intenso cada vez. Los ventanales y el espejo del baño se empañaban. Entonces yo cerraba la puerta procurando no hacer ruido y me iba a dar una vuelta.

Semáforos rotos

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