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UNA MOSCA REVOLOTEA ALREDEDOR de una jarra con agua grasosa dispuesta sobre la mesa de noche, junto a medio rollo de papel higiénico de hoja sencilla. Alguien esculpió con navaja en la cabecera «Gina y yo».

—Nada de besos en la boca, ni en las tetas.

—Te besaré en la frente, como a mi abuela.

Sube su minifalda y veo, en su extensión, la cicatriz de un parto, celulitis en las nalgas, el pubis mal rasurado.

—Mi marido es camionero y tenemos una hija.

—Me alegra, es un tipo práctico, de mente libre.

Sonríe y manosea mi entrepierna, con ahínco, sabe lo que es frotar. Baja la bragueta y trajina con la chapa plateada del cinturón. La ayudo a desapuntar, soy todo un caballero. Desenfunda mi vergo y lo forra con un condón suministrado por la Secretaría de Salud. Se tiende sobre el camastro abriendo las patas y me apura para que se lo meta.

—Ya no me provoca, perdona, es que mi mujer me acaba de dejar.

—Entonces te lo chupo, Esse.

—Vale.

Semáforos rotos

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