Читать книгу La otra hija - Santiago La Rosa - Страница 19

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«Srta. Luna», decía el sobre en letra imprenta con marcador grueso. Adentro había un cd y un diagrama circular con los planetas y las líneas trazadas en lápices de colores.

Al día siguiente conseguí un reproductor de dvd externo para la computadora, esperé a que Julia y Luna durmieran y me puse los auriculares.

No sos una persona con un alma sino un alma con una persona y hoy vas a descubrir la diferencia. Haremos un pacto de amor entre tu ego y tu alma, advertía la voz del astrólogo. Sonaba ronco, viejo, fuerte. Una voz segura que vibraba en mis oídos. Prometía que en la siguiente hora mágica iba a revelar todo.

Se escuchaba el canto lejano de una ballena o un delfín. La voz del astrólogo decía una fecha y una hora, la del nacimiento de mi hija. Entonces comenzó a hablarle a Luna. Hola, alma leonina, le decía. Leo, repitió. Con apenas unos meses de edad ya se puede establecer un contacto, que en este caso se da gracias a intermediarios, porque a veces hay en la familia (pausa, ronquido) alguien despierto que recuerda que en razas muy sabias lo primero que se hacía a horas de nacer un bebé era estudiar su carta kármica. Agradezcámosle entonces, decía.

Los padres son el destino elegido por los hijos, continuó. Y lo aclaro, porque vas a ir demostrando un carácter cada vez más impulsivo, desbordado: hay algunas circunstancias que, crecida, de adolescente, irán creando fricciones con ellos. No va a ser fácil.

Le habló de un hombrecito nervioso que llevaba adentro y que podía hacer mucho daño. Le decía que juntos iban a intentar desactivarlo. Después inspiró largamente y el aire salió por una nariz congestionada, de fumador.

Esa energía le traería insomnio y tensiones a lo largo de la vida, decía la voz y yo la veía chillando, sin poder calmarse con paseos ni con la teta o las mamaderas, detestando su cuna.

Pero te advierto especialmente sobre esto, seguía el astrólogo, porque esta energía de muchas vidas es la misma que podría generar tendencia a atraer hombres complicados para marchar a tu lado. Parejas y relaciones difíciles.

Traté de imaginar a esos hombres y mujeres con los que mi hija iba a cruzarse. Las complicaciones que tendría.

La voz le habló a Luna de su tendencia en vidas pasadas a ser su propio enemigo. Incluso a lastimarte, dijo.

Me asusté. Una hija difícil. Una fuerza irrefrenable, la ira, la determinación. ¿Cómo podía darme ese mal presagio cuando Luna no tenía más de siete meses? Mientras escuchaba el maleficio pensaba en una Luna adolescente, de rasgos inventados, inaccesible. ¿Cómo podía encauzar a mi hija, cómo tratar a una nena en un mundo de hijos varones, de golpes, de castigos, cómo cuidarla y protegerla de todo lo que vendría? Pensaba en la hija de mi padre, sin nombre. ¿Cuál había sido el destino de su carta? ¿Hablaría del final que había tenido? Lo imaginé a él corriendo, el esfuerzo imposible, el llegar tarde a salvarla. Seguramente había sido él quien la sacó del agua y la abrazó sintiendo el frío del cuerpo.

Vimos cómo escuchar la carta, siguió la grabación. Aun dormiditos, provoca en los niños una movilización del subconsciente, incluso se va modificando el carácter cuando esta música permite ver en la fraternidad y la amistad una forma de celebrar la vida. Familia, indicó la voz: que Luna escuche este mensaje cada noche.

La voz dijo que piscis estaba bien colocado, que mi hija tenía un desarrollo de la glándula pineal poco común. ¿Qué era la glándula pineal? Según el astrólogo, eso hablaba de una capacidad creativa superior, videncia, clarividencia.

¿Ese hombre fumaba? ¿Estaba fumando mientras grababa? Traté de escuchar en sus pausas el pitido, la inhalación, la ceniza.

Fundamental para tu propio destino, y algo que no quisiera que sugestionara negativamente, es que Buenos Aires aparece muy inarmónico para vos. Mucho cuidado con las amistades porque podés atraer malas compañías que provoquen antagonismo con papá y mamá, sobre todo en la adolescencia.

Anoté la frase.

Tampoco el hemisferio norte aparece muy prometedor. Beneficioso, en cambio, sería el hemisferio sur, alejado de tu lugar natal. Un lugar donde transmutar el karma y conseguir más provecho de las virtudes.

El astrólogo habló después de las capacidades maternas de mi hija, regida por el ascendente en capricornio, dijo que en encarnaciones y vidas pasadas había cuidado y velado por niños que sufrían en el Lejano Oriente.

Tus abuelos desde el punto de vista masculino aparecen con una certeza, un eje, una disciplina, con una capacidad de servicio poco común. Con concentración y método de trabajo, de ahí seguramente has rescatado algunos átomos que podés emplear para tu propio crecimiento. Por lo tanto, fijate cómo elegís abuelos con cierta evolución, de los que hay mucho que aprender. Eso también es el destino.

Y es en las dificultades con lo masculino donde vas a poder usar la herencia paterna y de los abuelos como una base para apoyarte y también buscar una posible armonía con todas las cosas.

La grabación terminaba con la voz fundiéndose en el ruido de las olas que rompen en la costa, algunas gaviotas sonando tenues, a lo lejos. Mientras lo escuchaba, había tomado páginas enteras de notas. La que escuchaba en la voz del astrólogo era otra hija pero que colgaba sobre la mía. La tendencia a lastimarte, había quedado dando vueltas en mi cabeza. La impulsividad, los hombres y las parejas autoritarias, la importancia de los abuelos.

¿Quién era el astrólogo? ¿Mi padre le habría pedido, dictado, un lugar en el destino de mi hija?

Tiré el cd a la basura, lo metí en el fondo del tacho, debajo de las verduras pasadas y las tapas de yogures para que no se viera. Lo enterré y llamé a mi padre. Insistí: dos, tres, cuatro llamados. Con el buzón de voz, cortaba y volvía a intentar hasta que atendió.

Hijito, dijo, con voz preocupada.

Sos un pelotudo, grité. Un pelotudo, insistí.

Va a ser una chica muy difícil, hijito, va a necesitar mucho cuidado, dijo, nunca había escuchado algo así.

Me quedé callado.

Disculpame, dijo.

Miré la carta sobre la mesa, las líneas de colores que cruzaban los planetas y marcaban un destino.

No sé qué hacer, dije. No quería llorar: había planeado muchas más puteadas y ahora no sabía cómo seguir. Me cuesta con Luna, dije, me da miedo, es mucho.

Hijito, respondió, tranquilo, no estás solo, te voy a ayudar, la vamos a cuidar juntos.

Necesito hablar con vos, dije. Tengo muchas preguntas, muchas dudas. Quiero que me cuentes de tu hija, de su historia, de la mía, de cómo fue la muerte de tu hija para vos.

Se hizo un silencio. Miré la pantalla del teléfono para ver si se había interrumpido el llamado pero los segundos seguían corriendo, él estaba ahí.

Claro, dijo mi padre, tranquilo, insistió, va a estar bien.

Antes de cortar, quedamos en encontrarnos.

Al otro día fui al café en donde nos habíamos citado y él no apareció. Caminé hasta su consultorio, toqué timbre. Nada.

Los días siguientes pasé por su casa, llamé muchas veces, mandé mensajes que él leía pero no contestaba. Intenté con el teléfono de Mariana pero ella tampoco respondía. Llamé a mi hermano Martín para preguntarle si tenía noticias de él, aunque sabía que con Martín no se hablaba desde hacía tiempo. Julia preguntó por mi padre unos días después, al pasar, mientras calentaba la mamadera de Luna. Le dije que habíamos discutido. Respondí rápido y pensé que, aunque era cierto, dicho así me hacía cargo de parte de la culpa de la distancia, como si fuera algo que hubiéramos decidido. Quizás sea mejor dejar pasar unas semanas, dije, que se enfríen las cosas. Ella no preguntó por qué discutimos, asintió un par de veces, probó la temperatura de la leche en el brazo y se fue para el cuarto.

Con los meses, dejé de insistir. Aunque vivíamos a pocas cuadras, nunca nos cruzamos. Para cuando viajamos a las sierras y Julia gritó asustada por el pájaro, yo llevaba dos años sin saber de él.

La otra hija

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