Читать книгу La otra hija - Santiago La Rosa - Страница 9
ОглавлениеAl séptimo mes de embarazo supimos de la presencia de una afección rara por la que el hígado colapsa. Pasa desapercibido en la mayoría de la gente, casi no hay síntomas, pero es peligroso en el cuerpo de una madre: la toxina inunda el líquido amniótico y puede matar al bebé. A Julia le picaban las manos y, entre risas, se quejó en la consulta porque todo venía bien. Le hicieron la prueba de rutina, para descartar. A partir de ahí fueron varios tests por semana, medicamentos, interconsultas. Más allá de cierto índice de toxina hay que intervenir, el riesgo es grande. El obstetra indicó una inyección para adelantar el desarrollo de los pulmones. Hace que el bebé prematuro pueda respirar, dijo, quiero tratar de evitar complicaciones, semanas en la neo.
Luna nació de urgencia cuando, pese a los cuidados, la toxina se disparó. Una urgencia medida: teníamos tres horas para ir a la clínica, el médico había reservado un quirófano.
Interrumpí una sesión en mi consultorio y cancelé el resto. Manejé hasta la clínica con la ventanilla baja, sintiendo el viento frío, me temblaban las manos. Julia fue en taxi y nos encontramos en el hall. Chequeamos el bolso con la ropa que habíamos preparado, busqué el carnet de la obra social y le dije: qué momento hermoso. Julia me dio un beso en la mejilla y llamó al obstetra.
Cuando se llevó a Julia en camilla, el anestesista nos dijo «papi» y «mami». A mí me mandaron a un vestuario. Tenía que prepararme para la cesárea: ponerme un ambo, guantes, cofia y barbijo. Entró un hombre con un ambo igual al mío pero manchado, la barba y las mejillas con costras de sangre. Abrió su locker y estuvo tipeando un rato en el celular con volumen alto. Las letras sonaban como una máquina de escribir y los mensajes enviados hacían un bip fuerte. Después sacó un reloj de pulsera, se limpió los anteojos con la tela de su camisa y me miró. Osvaldo, dijo dándome la mano, ¿es tu primero? Es lo más maravilloso que te va a pasar en la vida, me dijo justo cuando entró la enfermera para avisarme que iban a empezar y pidió que me lavara las manos hasta los codos con un jabón azul y un cepillo duro.
Luna nació a la tarde, algo antes de las seis. Pasó la noche acostada sobre el pecho de Julia. Cuando se despertaba yo la paseaba a upa por el cuarto murmurando canciones. No la soltamos en ningún momento ni la dejamos en la cuna, un cubito de plástico transparente con su nombre al lado de la cama.
Las enfermeras desaprobaban tanto toqueteo. Se nos podía caer si nos dormíamos, repetían, un bebé es algo muy frágil. Justamente por eso yo no podía dormir, y casi no dormí en todo el primer año. Me sobresaltaba a mitad de la noche y corría a revisarle la respiración, acercaba mi mano a su pecho buscando el movimiento, sentía en los dedos el aire tibio que soltaba por la nariz. Le cuidaba el sueño.
Un colega me había hablado del tema en una reunión de claustro de la facultad. Nunca antes había escuchado sobre la muerte súbita. Una muerte sin explicación, sin causa. Es una lotería, dijo, le pasa a cualquiera. Dio una proporción que tal vez fuera de uno a cien. Algunas noches yo ajustaba el recuerdo y lo multiplicaba: uno cada cincuenta bebés, uno cada veinte. Entonces me quedaba al lado de mi hija.
Después del primer mes, cuando el riesgo ya era más bajo, todavía no podía concentrarme en la lectura de ningún libro, así que empecé a mirar videos en YouTube: partidos de tenis clásicos, finales entre Borg y McEnroe, Pat Cash, el primer Michael Chang, imágenes de mucho antes de que yo naciera; las filmaciones viejas, de canales europeos, mostraban canchas de un verde flúor y un naranja amarronado. Los jugadores se movían en mute y agitaban las raquetas ante pelotas que la saturación de los colores y las cámaras de la época no dejaban ver más que como una estela fantasma. Fueron cientos de horas de videos hasta que por fin se hacía de día. La respiración de los bebés, aprendí, no es igual que la de los adultos, tienen una forma de apnea que los hace mantener un ritmo irregular y pueden pasar varios segundos entre una inhalación y otra. Yo le sentía el corazón y esperaba.