Читать книгу La otra hija - Santiago La Rosa - Страница 8

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A los pocos días una ecografía en el primer control mostró una mancha oscura junto al embrión. El médico arrugó la cara: un hematoma, dijo sin soltar el instrumento, con la mirada fija en la pantalla. Nos explicó que un coágulo de sangre podía reabsorberse de a poco o, aclaró, caer. El riesgo era que arrastrara consigo al embrión. Julia me agarró la mano con fuerza y el médico dijo que era normal, que hiciera reposo, que a no asustarse, que estas cosas podían pasar en las primeras doce semanas.

Entonces pensé que el trabajo del que había hablado mi padre era cuidar de ese hijo, protegerlo, mantenerlo con vida.

Siguieron nuevos controles y una translucencia nucal para descartar malformaciones y síndromes terribles. Miren la nariz, nos dijo el técnico esa vez, y yo busqué en la imagen el puntito en la cara. Que tenga nariz es bueno, dijo.

Sin conocerlo, ese bebé tenía algunos nombres que cambiábamos semana a semana, una lista pegada con imán en la heladera donde con Julia sumábamos y tachábamos opciones. Mirábamos el cuerpo formarse en las ecografías: manos, piernas, dedos, labios y una cabeza enorme. Le adivinamos una personalidad. Yo veía la panza de Julia y esperaba los movimientos a través de la piel. Sentía alivio con las patadas y los codazos. Entonces ponía mi oreja en el ombligo de Julia y le contaba cosas del día, le describía el mundo que le esperaba, lo que aún no podía ver.

Mi padre también seguía el embarazo. Durante las cenas en su casa apartaba a Julia para conversar como en una trama secreta. Le daba aspirinas para licuar la sangre y evitar la pérdida. Nos preparaba tuppers llenos de comida para que tuviéramos en la semana. Julia tiene que estar bien alimentada, decía sin chiste. Al volver de su viaje a Europa, trajo montones de regalos: remeras diminutas, medias que entraban en dos de mis dedos. Estuvo atento en esos primeros meses, escribía, llamaba, proyectaba planes y viajes familiares. Il nonno, decía.

Decidió preparar una habitación de su casa para recibir al bebé. La iba a pintar de celeste claro. Señaló los espacios para la cuna y el cambiador, para los juegos que pondría. Vería todos los dibujitos que quisiera, él le prepararía dulces y helados. Tenía que conocer Italia.

En mi casa paterna se conjugaba en masculino, éramos una familia de hombres. Mi hermano Martín, él y yo.

Es imposible, respondió muy convencido cuando le contamos que Luna era una nena. Después vio la foto de la ecografía. Qué lindo, sonrió al final, mia nipote.

Al poco tiempo organizó otro viaje de trabajo justo para la fecha del parto y convirtió el cuarto celeste de Luna en un vestidor inmenso. Pero guardó, alineados sobre una cómoda, tres peluches tejidos: una oveja, un oso y una jirafa.

La otra hija

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