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1.3. LA MAGIA DE LA VOCACIÓN

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Londres, 9 de septiembre de 2013.

Estimada Alicia:

Ya me voy adaptando a esta magnífica ciudad. Hoy he tomado uno de los famosos «cabs» por puro placer y he cruzado media ciudad. Curiosamente, el diseño y medidas de los mismos respetan la configuración clásica de sus orígenes (el Austin FX4), si bien, como es natural, la tecnología y comodidad de los mismos ha ido evolucionando con los tiempos (y también la publicidad que adornan la carrocería de muchos de ellos). El taxista, un tipo simpático de unos sesenta años, me ha explicado algunas curiosidades de la profesión de taxista en Londres. Parece ser que la preparación de estos es completísima, pues para obtener su licencia deben alcanzar lo que ellos llaman el Knowledge o conocimiento, lo que supone aprender la ubicación de todas las calles de la ciudad y la forma de hacer las carreras de la mejor forma posible. Para ello, tienen que recorrer la ciudad en un ciclomotor durante un periodo comprendido entre seis meses y un año, ataviados con una buena gabardina y con un mapa de la ciudad colocado sobre un atril en el manillar del ciclomotor. Después, vendrá el examen, que de superarse, garantizará un servicio bastante fiable7).

Bueno, pues, con esta nueva alegoría al camino, vamos a continuar con el conocimiento de un elemento imprescindible para que puedas emprender tu ruta con ánimo e ilusión: la vocación.

Cuando hablamos de las profesiones, y muy especialmente de la nuestra, siempre aparece la vocación como un elemento que necesariamente debe concurrir en el abogado, y que todos entienden indispensable para el ejercicio de la profesión. Sin embargo, y partiendo de la premisa de que la vocación es imprescindible en todo abogado, lo cierto es que debido a su naturaleza íntima y misteriosa, poco sabemos de ella, llegando a existir planteamientos contradictorios respecto a su concepto y, sobre todo, al momento en el que se produce la llamada de la vocación.

De hecho, todos los abogados nos hemos planteado alguna vez eso de la vocación, especialmente cuando concluíamos nuestra licenciatura o grado, momento en el que nos hemos cuestionado si teníamos vocación suficiente para ser abogados. Incluso, a veces, nos hemos auto convencido de tener vocación o, por el contrario, hemos pensado que a pesar de no tener vocación podríamos ser abogados.

A mi juicio, esta forma de pensar y de actuar deriva de un planteamiento erróneo que hemos ido asimilando desde nuestra infancia, ya que nuestros mayores nos han transmitido que cualquier trabajo que quisiéramos hacer en el futuro requeriría indefectiblemente de la correspondiente vocación. Es más, quién no ha escuchado ¡Este niño tiene vocación de médico! o ¡Fíjate cómo defiende a su hermano, Laura tiene vocación de abogada!

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