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FACTORES CONCURRENTES EN EL EJERCICIO PROFESIONAL

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Entrando en materia, a continuación voy a exponer aquellos factores que concurren en el ejercicio de la profesión y que provocan una demanda de exigencia más que excesiva al profesional.

La conflictividad permanente: Nuestro trabajo se dedica al conflicto humano, y en tal contexto ayudamos a obtener una solución jurídica a una lesión que afecta la esfera personal o patrimonial de una persona. Efectivamente, el conflicto jurídico en el que interviene el abogado oculta un drama en el que los adversarios disputan sobre bienes, valores y derechos, conflictos éstos que tienen como centro un enfrentamiento humano en el que la persona constituye el principio y fin del derecho, que tiene como objeto la realización de la justicia17). Por lo tanto, la demanda que hace el cliente al abogado parte de una persona involucrada en un conflicto humano que pretende una solución lo más rápida posible al mismo.

Esta situación, en la que estamos envueltos permanentemente, puede a generar en el abogado un estado en el que prevalecen las situaciones de desasosiego, tensión y nervios, perfectamente exportables a su vida personal.

La propia dificultad técnica de nuestro trabajo: Aquí, tomo prestado a José María Martínez Val18), quien lo explica con una precisión inigualable: Dificultad de conocer y probar los hechos; de prever y prevenir los motivos de oposición del adversario; de formarse juicio exacto del cliente y de sus intenciones y finalidad real y de la licitud y moralidad del asunto; dificultad de conocer la gama intensa y varia del Derecho, de interpretarlo y aplicarlo al caso concreto; de pedirlo por vías del proceso correspondiente... Y todo esto bajo la visión directa del cliente y del adverso, del letrado contrario y del tribunal, que percibe, valora y estima sus defectos y aciertos... Y con la nota particular que tras cada uno de los combates viene un fallo categórico, casi siempre victoria o derrota, pocas veces tablas.

El funcionamiento de la Justicia: El trabajo de los abogados no depende exclusivamente de la prestación que realizamos, sino que nos movemos en el marco singular de dignidades y jerarquías de la Justicia, sometidos por tanto al criterio aplicativo de los jueces. Esta situación provoca una serie de consecuencias que afectan de lleno al trabajo del profesional y, por supuesto, al profesional mismo. Veamos algunas de ellas:

- Si bien ante el cliente somos los responsables del desarrollo de su asunto, el devenir de éste depende del tiempo y trabajo de las personas que trabajan en la Administración de Justicia, desde el oficial hasta el Juez;

- El margen de maniobra del abogado es por tanto limitadísimo, al ser dependiente no solo de terceras personas, sino igualmente de normas y procedimientos muy rígidos;

- Los abogados, debido al crónico problema del lento funcionamiento de la Justicia, soportamos una gran dilación en la resolución de los procedimientos así como de cualquier cuestión puntual y secundaria que se plantee;

- La calidad del ambiente laboral en el que trabajamos, que no es necesariamente el despacho, sino al ambiente de los tribunales o de los juzgados. Estos suelen ser estructuras poco cómodas, tanto para el empleado de tribunales como para el abogado que concurre para llevar sus juicios. Las esperas para las audiencias, la búsqueda del expediente perdido, la aspereza con que nos suele tratar el dependiente del juzgado, la ansiedad de los colegas por ser atendidos, la incomprensión de lo que resuelven los jueces...19).

La organización del trabajo: Acuciados por rígidos plazos y señalamientos, dedicados a varios asuntos concurrentes, normalmente diversos y complejos, de intensidad y exigencia variable, la organización del abogado, que depende de él mismo, suele ser compleja y generalmente frustrante por su mala programación y organización: jornadas inacabables, falta de descanso, imposibilidad de atender eficientemente a los clientes, fases de exceso de trabajo se suceden con otras de menor exigencia, pérdida de la calidad del la vida familiar, etc.

La dinámica victoria-derrota: Los abogados pertenecemos a un mundo sometido a la dinámica victoria-derrota, lo que conlleva una sensible erosión emocional. Efectivamente, la proporción éxito/fracaso que define nuestra actividad profesional, especialmente en cuanto al resultado de su actividad forense, constituye un elemento de gran trascendencia en el trabajo del abogado.

Así, al menos desde una perspectiva general, el éxito o fracaso del trabajo del profesional (especialmente del abogado litigante) viene condicionado por el resultado favorable o desfavorable de la resolución con la que concluye el procedimiento. Y este equilibrio (cincuenta por ciento) es absolutamente desproporcionado, ya que las posibilidades de fracaso en las que se desenvuelve nuestra profesión son muy elevadas. Podrá cuestionarse que la sentencia no tiene porqué determinar el éxito o el fracaso de nuestro trabajo, bien porque hemos hecho todo lo que estaba en nuestra mano, o porque a pesar de la sentencia desfavorable se han conseguido otros objetivos para el cliente. Además de ello, el propio concepto de fracaso encierra un alto grado de subjetividad. Pero lo que es indudable, es que en la mayoría de los casos, todos sabemos que la estimación total, y a veces parcial de nuestras pretensiones reflejadas en la resolución final suele tener un efecto muy positivo y favorable en nuestro estado de ánimo, bien por razones vinculadas tanto a la satisfacción del trabajo bien hecho, como por la alegría compartida de nuestro cliente y el prestigio profesional obtenido. Por el contrario, una sentencia desfavorable, tiene a todas luces una connotación negativa. Para nosotros representa de algún modo un fracaso. Para nuestro cliente, siempre será un verdadero fracaso que podrá ser atribuido al trabajo realizado por su abogado mediante cualquier justificación, razonable o peregrina («los casos los gana el cliente y los pierde el abogado» reza el dicho popular).

Las complejas relaciones personales: El abogado en su trabajo tiene que interactuar con clientes, abogados contrarios, jueces y otros funcionarios de la Administración de Justicia. En relación con los clientes, ya he anticipado la dificultad que conlleva el conflicto que entraña el asunto que nos encomienda el cliente. Basada en la confianza, la relación abogado-cliente es como la confianza misma, un edificio difícil de construir, fácil de demoler y muy difícil de reconstruir, lo que exigirá del abogado un verdadero alarde de habilidades personales, profesionales, sociales y psicológicas para el mantenimiento de la misma y para resolver los conflictos que indudablemente surgirán.

En cuanto a los abogados contrarios, si bien debería prevalecer el panorama de lealtad y respeto recíproco, en ocasiones se producen importantes tensiones fruto precisamente de la conflictividad latente. La agresividad de determinados abogados20), su forma de hacer, sus planteamientos, etc., llegan a desestabilizarnos. No contestar a las llamadas, la actitud oscilante, la ambigüedad de las demandas o respuestas, y un largo etcétera de actuaciones poco transparentes generan situaciones difíciles de gestionar.

En cuanto a los jueces, las relaciones son muy escasas, limitadas a la intervención del abogado en sala, existiendo con ellos una tensión latente derivada de la dependencia del profesional no solo a su autoridad, sino igualmente al criterio aplicativo de la norma escogido y a la resolución, con la que finalmente se resolverá la controversia sometida a su consideración, siendo no pocos los conflictos (que no salen a la luz) que se generan durante la celebración de audiencias y juicios como consecuencia de cuestiones formales o de comportamiento forense.

Finalmente, ¿qué abogado no ha sufrido las malas formas de un miembro de la oficina judicial? Cierto que los hay muy agradables en el trato y resolutivos, pero desgraciadamente, nos vemos obligados a trabajar en condiciones en las que te pueden dar una mala respuesta, sencillamente, por hacer tu trabajo.

La competencia voraz: Nuestra actividad profesional se desarrolla actualmente en un marco muy competitivo, situación que en los últimos años se ha acrecentado con el descenso de demanda de trabajo y mayor oferta de servicios. Por lo tanto, al abogado se le exige un plus de capacitación «comercial» al objeto de poder captar y fidelizar clientes.

El mantenimiento de nuestros despachos: Para llevar a cabo su actividad, el abogado necesita reunir en torno a su principal activo (el conocimiento técnico jurídico de sus profesionales) diversos recursos productivos tales como instalaciones, bienes de equipo, empleados y otros profesionales, material fungible y, lógicamente, el capital para financiar la adquisición y el mantenimiento de estos recursos21). Todo esto supone un coste a afrontar para la obtención de un beneficio. Por lo tanto, el abogado, que no olvidemos pone en riesgo su propio patrimonio, está permanentemente tomando decisiones organizativas y de gestión orientadas a la obtención de ganancias y a eludir las pérdidas, o lo que es lo mismo, a crear una riqueza. Todo esto nos lleva a considerar que el abogado está obligado, con su trabajo, a obtener el numerario necesario para atender los costes de su despacho y así lograr sus objetivo, y esta cuestión, la de nuestros honorarios profesionales, supone una nueva dificultad, puesto que seremos nosotros mismos, sin ayuda de nadie, quien tendremos que «luchar» por percibir lo que nos corresponde, lucha ésta que en muchos casos se ve envuelta en dificultades que son impensables en otros negocios: censura a nuestros honorarios por caros, falta de pago puntual, retrasos continuos e impago de los honorarios, todo ello aliñado por la competencia voraz de la que hemos hablado y que, desgraciadamente, puede tirar los precios por el suelo.

Para concluir, nada mejor que la siguiente cita ilustrativa del perfil del abogado22):

«Como el fuego forja el hierro en el yunque, la necesidad y la preocupación diaria forja la personalidad del Abogado. Un gran número de ellos se dan de baja y se dedican a otra cosa cuando llevan años de ejercicio, 15 años si no antes..., desesperados, agotados, fracasados. Es una profesión para superciudadanos y superciudadanas, sin ningún tipo de reconocimiento social ni reciprocidad, pero el que consigue la cima, siempre con mucho dinero o apoyo político, ve incrementar su poder y autoridad académica; más que una profesión, la vocación de Abogado es propia de los héroes».

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