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¿QUÉ ES LA VOCACIÓN?

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Para empezar hemos de partir por afirmar que la vocación es algo íntimo, personal, rodeado de un halo de misterio y que podría calificarse como sobrenatural8). Ello es así dado que la vocación, como cualquier sentimiento o emoción, nace del interior del sujeto al amparo de su propia intimidad. Por tanto, es algo que no se adquiere del exterior, sino que nace en el interior de la persona, razón por la que es asimilada a una llamada o convocatoria a realizar un propósito determinado.

Dicho esto, podíamos definir la vocación como la llamada o voz interior que sentimos y nos impulsa hacia una profesión, al ejercicio de una actividad determinada, o una misión personal. Por lo tanto, estamos hablando de una inclinación o preferencia hacia el ejercicio de alguna profesión, un querer, un ideal, algo que nos exige una determinada exclusividad hacia ese algo.

Al derivar de nuestro interior, la vocación logra aunar la fuerza de la elección, materializada en el deseo de hacer algo muy concreto, con la realización de un fin o propósito en el que presumiblemente nos sentiremos felices y no dudaremos en llevarlo a cabo con entrega, esfuerzo y pasión. La vocación conlleva ineludiblemente el disfrute de lo que se hace.

Ahora bien, hemos de distinguir la vocación de las aptitudes personales adecuadas para el ejercicio de la profesión a la que nos dirige la vocación, pues son elementos completamente distintos. Mientras la vocación es la llamada interior, las aptitudes no son más que las condiciones intelectuales, físicas, morales, etc., indispensables para poder desarrollar con la capacidad necesaria una determinada actividad. Y si bien la diferencia es clara, lo cierto es que suelen confundirse ambos conceptos, aunque es indudable que existe una enorme interconexión entre ambos. Si cuando niños se nos da bien la pintura o somos buenos contando cuentos tendremos habilidades para ser pintores o escritores respectivamente, pero esto no significará que tengamos esa vocación, aunque, insisto, estas habilidades influirán poderosamente en nuestra llamada vocacional. Esta reflexión es muy importante pues, como veremos más adelante, se darán casos, muy penosos, de profesionales con habilidades pero sin vocación.

La vocación, definitivamente, juega un papel esencial en la profesión de abogado. Sin vocación, la abogacía se convierte, como nos dice Torré9) en un poso de amargura:

«(...), aquellos que desempeñen una labor por la que no sientan atracción alguna, llevarán siempre consigo un sedimento de amargura y, más aún, de derrota, al par que no reportarán a la sociedad, la utilidad que hubieran producido en otra actividad que armonice con su vocación.»

Y es que nuestra profesión, que es compleja, difícil y exigente debido a que el conflicto jurídico en el que interviene el abogado, oculta un drama en el que los adversarios disputan sobre bienes, valores y derechos, conflictos éstos que tienen como centro un enfrentamiento humano en el que la persona constituye el principio y fin del derecho, que tiene como objeto la realización de la justicia10). Si a ese trasfondo humano añadimos que nuestra vida profesional se desarrolla en unas condiciones muy especiales (los retrasos de la justicia, el sometimiento al criterio aplicativo de los jueces en un mundo en el que prevalece la dinámica victoria-derrota, etc.), es natural afirmar que los abogados estamos sometidos a un desgaste personal y profesional permanente, que va a requerir ineludiblemente de nuestra vocación o lo que es lo mismo, de nuestra entrega total y absoluta, amando lo que estamos haciendo.

Vale la pena traer a colación las palabras de Víctor Manuel Pérez Valera11), quien nos comenta en su libro Deontología Jurídica, la ética en el ser y quehacer del abogado, que «la vocación del abogado, es muy semejante a la del médico, ya que el Doctor ve por la salud del ser humano, cura algunas veces, alivia frecuentemente y consuela siempre, algo semejante se dice del abogado; algunas veces logrará que triunfe completamente la justicia, otras veces parcialmente, pero aunque no logre el éxito siempre mostrará el aspecto humano de resignación ante las fallas de la justicia humana».

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