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LAS CAUSAS DEL TABÚ

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Habiendo situado la posición del cliente, ya es hora de entrar en las posibles causas por las que al abogado le cuesta pedirle sus honorarios:

1.º El abogado no valora suficientemente su trabajo, le falta autoestima profesional, ya que en su fuero interno, a pesar de que lo niegue, no se siente merecedor de los honorarios en tal o cual cuantía como consecuencia de esa falta de valoración profesional.

2.º Al abogado nadie le ha enseñado a pedir dinero por su trabajo. Socialmente, hemos sido educados en que no hay que intervenir de forma personal con el cliente para que nos paguen, pues o te paga el Estado, o tu empresa, etc., pero no tener que pedir lo que es tuyo. ¿Esto no funcionaba de forma automática?...

3.º El abogado, consciente de que el cliente está pagando por unos servicios que le suponen un sobreesfuerzo añadido al hecho de tener que soportar en sus carnes el problema que le ha llevado a contratarnos, padece algo parecido a un temor a causar dolor, sufre un dolor empático o incluso un miedo a ser culpado por ser tan insensible, materialista, etc. (aquí entra el bien conocido chantaje emocional del cliente). La razón de esto es que nadie nos ha enseñado a gestionar estas situaciones emocionales en las que no sabemos cómo actuar, comunicar y reaccionar. Es tal la dificultad, que algunos abogados postergan la petición de sus honorarios indefinidamente....

4.º Otra de las razones, que no hace sino esconder nuestra incapacidad para solicitar los honorarios, reside en el temor a perder al cliente si al comenzar la relación le pedimos los mismos, sabedores de que esto le va a contrariar y en dicha fase de la relación es mejor asegurar al cliente y demorar la petición para otro momento posterior en el que esté más dispuesto.

5.º Finalmente, y siguiendo de nuevo a Santiago Sinópoli2), existen razones vinculadas a la biografía psicológica de cada abogado, ya que cuando venimos desde la «temprana edad» con una inclinación a tenernos poca confianza en la construcción de los vínculos humanos, sin duda ello va a pesar en la relación profesional-cliente (que es en definitiva vínculo humano) y por supuesto en la conducta que se despliegue para el cobro de honorarios.

Igualmente, el mismo autor señala (transcribimos literalmente) que en estos casos entramos en una suerte de confusión en la que participa el ideal de la función social de la abogacía con la gratuidad de la tarea, empujado este pensar y sentir, por el cliente que por su lado supone que es un honor para el abogado servirlo en tan noble causa de la lucha por la justicia. La consecuencia de estas creencias que se cruzan, es que en el profesional se va «envenenando» la relación con el cliente, y se siente frustrado, desvalorizado y de una manera inconsciente con encono con el otro que pidió su intervención.

El Abogado y los Honorarios Profesionales: Una visión práctica

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