Читать книгу El ruso - Sebastián Borensztein - Страница 14
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ОглавлениеLa imagen era intrigante, tanto para el bandoneonista Indalecio “el Negro” Flores como para los guitarristas Juan y José Estrada. Estaban sentados en la mesa que el Ruso les había indicado. Observaban cómo un personaje extraño para la escena local le hablaba al Ruso, que se veía preocupado y que solo recién al final pareció modular unas palabras, luego de que el sujeto le entregara una tarjeta, que supo guardar con rapidez en un bolsillo. Dado el aspecto del tipo, los Estrada pensaron que era un viejo conocido, alguien relacionado al trabajo en la sedería. El Negro Flores lo descartó de inmediato. Para él se trataba de un policía que andaba indagando sobre algún asunto oscuro. Arrastrado por esa hipótesis, al Negro se le vino una historia a la cabeza. Según la mitología de Barracas, el tano Carlusi, dueño del local y anarquista hasta la médula, había participado en los sucesos trágicos de 1910, cuando anarquistas y nacionalistas se enfrentaron a los tiros a pocos días del festejo del centenario de la Revolución de Mayo. Se rumoreaba que Carlusi había matado a un par de nacionalistas de familias patricias. La conjetura de Flores tenía que ver con ese hecho: con seguridad, los aristócratas habían movido influencias para dar con el asesino. El Negro era un paranoico sofisticado y, como buen maníaco, podía plantear una teoría verosímil distorsionando datos de la realidad: los acontecimientos a los que se refería habían ocurrido hacía tres décadas.
Tras un apretón de manos con el Ruso, los tres músicos vieron al personaje en cuestión alejarse hacia la salida del local, mientras el Ruso, con la cara clausurada por un gesto indescifrable, se acercaba a la mesa en la que ellos lo esperaban. Se desplomó sobre una silla —sus piernas apenas podían sostenerlo por la emoción— y, como consecuencia del brusco movimiento, la ventosidad que lo acechaba logró escurrirse hacia el exterior, pero el aire del lugar estaba tan viciado que pasó completamente desapercibida.
Juan Estrada lo encaró primero:
—¿Qué era lo que nos querías decir?
Y el Negro Flores sumó con ansiedad:
—¿Ese tipo era cana, no?
El Ruso ordenó sus pensamientos, tragó saliva, y le respondió primero a Estrada.
—Lo que tenía para decirles ya no tiene importancia…
Esa reacción llamó la atención del Negro Flores. Ahora no tuvo ninguna duda de que había un problema serio en puertas. El Ruso lo miró de reojo, como desafiándolo. Después se acomodó en la silla, carraspeó y le contestó:
—No, Negro, no es cana. Es nuestro representante… Nos vamos de gira a París.