Читать книгу El ruso - Sebastián Borensztein - Страница 25
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ОглавлениеSe habían hecho habitués del pintoresco bar en el que trabajaba la camarera con la que noviaban los Estrada. A media tarde y después de comunicarle su decisión a Will, el Ruso invitó a sus compañeros de cuarteto a tomar un rico vino en aquel lugar. Ni bien llegaron, José Estrada se encerró en el baño con la camarera, así que en la mesa quedaron el Ruso, el Negro y Juan. A juzgar por la demora, José estaba muy entretenido. El Ruso decidió no esperarlo y lanzar ahí mismo la noticia.
—Muchachos, la semana que viene nos vamos por dos días a Berlín. Nos contrataron para presentarnos en una gran fiesta que da la baronesa de no sé qué carajo, y nos pagan una fortuna para cantar media hora ante unos millonarios que vienen de todas partes.
Inmediatamente, el Negro Flores levantó su copa y propuso un brindis por un nuevo viaje. Cuando Juan Estrada volvió a la mesa, vio la euforia de sus compañeros, que rápidamente lo pusieron al tanto de las novedades, no sin antes llenarle la copa de vino y pedirle que se subiera el cierre de la bragueta. Hicieron bromas, pidieron otra botella, quesos varios, y se quedaron hasta que el bar cerró y la camarera partió, esta vez con el otro Estrada, como habían acordado entre los hermanos. El Ruso, el Negro y José caminaron por la ciudad para despejarse y ventear un poco el alcohol que habían bebido.
Se sentían en la plenitud total, la suerte se había dado vuelta para todos y la vida les regalaba un sueño impensado, que sin duda se acrecentaba con este viaje a Berlín. Cantaron a capela algunos tangos, a los que les iban cambiando la letra como payadores para hacer referencia a las anécdotas que venían viviendo. Los tres se alejaron por Montmartre hasta que la oscuridad de la calle solo permitió que se los escuchara reír y cantar estrofas apócrifas, que se volvían cada vez más soeces, pero entonadas con gran dedicación.