Читать книгу El ruso - Sebastián Borensztein - Страница 20

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París no había sido jamás un objetivo en la vida del Ruso; sin embargo, ahí estaba, admirado ante la imponencia de la Torre Eiffel, que se dejó ver apenas se alejaron de la puerta del hotel Copernic donde se hospedaron, situado en la calle del mismo nombre.

Will les había dicho que pasaría al día siguiente para llevarlos a conocer Le Petit Carillon, donde se presentarían apenas dos días después. Era un miércoles y debutaban el viernes. Les dejó unos francos y los animó para que salieran a comer.

—Negro, ¿alguna vez te imaginaste que ibas a estar acá? —preguntó el Ruso con cierta nostalgia.

Flores estaba tan emocionado que su primera respuesta fue un suspiro lanzado sin sacar la vista del imponente monumento.

—Nunca, Ruso. Nunca en la puta vida, hermano…

Y lo mismo les pasaba a los Estrada.

Caminaron maravillados por la avenida de los Campos Elíseos en dirección al Arco del Triunfo y, a juzgar por sus rostros, los cuatro debían estar pensando lo mismo: que alguien estaría soñando que ellos caminaban por París y que, ni bien esa persona despertara, ellos desaparecerían. La noche los agarró cruzando el Campo de Marte y decidieron terminar el paseo en un bar que se veía interesante. El ambiente les resultó mágico: risas, gente elegante, humo. Se quedaron en ese lugar casi cuatro horas imaginándose el futuro mucho más allá de lo razonable. Fantasearon, incluso, con la idea de que ellos eran los responsables de continuar la carrera que el incendio del avión en Medellín le había truncado a Gardel. Bien entrada la noche y habiendo comido un suculento cassoulet, el Ruso, el Negro y los Estrada regresaron al hotel exhaustos. Se acostaron a dormir en una cama que, por primera vez en veintiún días, no se movía, aunque a ellos les parecía que sí.

El ruso

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