Читать книгу El ruso - Sebastián Borensztein - Страница 19
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ОглавлениеAl bajar del barco, luego de tres semanas de navegación, el Ruso sentía que el piso seguía moviéndose bajo sus pies. Nadie les había advertido ni a él ni a los muchachos acerca del mareo de tierra, algo que afectó particularmente al Negro Flores. Los hermanos Estrada eran a prueba de todo, estaban adaptados a comer lo que hubiese y a dormir donde fuese, pero el Negro era delicado y, además, hipocondríaco: pensó que nunca más recobraría el equilibrio. Como la llegada a Nantes fue al amanecer, tuvieron que esperar tres horas en la estación para abordar el tren que los llevaría a París. Will anotaba cosas en un pequeño cuaderno, mientras el Ruso recorría el andén de punta a punta admirando todo lo que veía. Estaba en Europa y eso le parecía mágico. Solo se escuchaba hablar francés, pero le llamó la atención oír de tanto en tanto alguna voz en español castizo. Eran refugiados españoles que llegaron a Nantes escapando de la guerra en su país, explicó Will.
—Todo el mundo escapa de algo en algún momento de su vida. O por lo menos, lo intenta —fue el comentario que le devolvió el Ruso, y no pudo dejar de asociarlo a la imagen de sus padres. Unos instantes después, un guarda de uniforme azul y dorado empezó a recorrer el andén invitando a los pasajeros a abordar el tren con destino a París.