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I DESTINO EUROPA
ОглавлениеAl pilotar una máquina del tiempo debemos programar dos coordenadas: tiempo y espacio. Algunas partes de Europa son inimaginablemente antiguas, así que hay muchas opciones. Las rocas que yacen debajo de los países bálticos son unas de las más antiguas de la Tierra, pues datan de hace más de 3000 millones de años. En aquel entonces, la vida consistía en organismos unicelulares simples y la atmósfera no contenía oxígeno libre. Si nos adelantamos 2500 millones de años, ya estamos en un mundo con vida compleja, aunque la superficie de la Tierra sigue siendo estéril. Hace aproximadamente 300 millones de años, la Tierra ya había sido colonizada por plantas y animales, pero ninguno de los continentes se había separado de la gran masa terrestre conocida como Pangea. Incluso después de que la Pangea se partiera en dos para formar Gondwana, el supercontinente del sur, y Eurasia, su contraparte del norte, Europa no se había convertido aún en una entidad definida. De hecho, no es sino hasta hace unos cien millones de años, durante la última fase de la era de los dinosaurios (el período Cretácico), cuando una región zoogeográfica europea comienza a surgir.
Hace cien millones de años, los niveles del mar eran mucho más altos que los de la actualidad, y un gran canal marítimo llamado Tetis (que se formó cuando los supercontinentes de Eurasia y Gondwana se separaron) se extendía desde Europa hasta Australia. Un brazo del Tetis, conocido como el estrecho de Turgai, constituyó una importante barrera zoogeográfica entre Asia y Europa. El océano Atlántico, donde se encontraba, era muy angosto. Delimitando al norte había un puente de tierra que conectaba Norteamérica y Groenlandia con Europa. Conocido como el corredor De Geer, este puente terrestre pasaba cerca del Polo Norte, por lo que la oscuridad estacional y el frío limitaban las especies que podían cruzar. África delimitaba el Tetis al sur, y un mar poco profundo se extendía sobre gran parte de lo que hoy es el Sahara central. Las fuerzas geológicas que con el tiempo separarían a Arabia de la costa este de África y abrirían el Gran Valle del Rift (ensanchando de este modo el continente africano), aún no habían comenzado a trabajar.
El archipiélago europeo de hace cien millones de años estaba ubicado donde se encuentra Europa actualmente: al este de Groenlandia, oeste de Asia y centrado en una región entre los 30 y los 50 grados de latitud al norte del ecuador. El lugar obvio para aterrizar nuestra máquina del tiempo sería la isla de Bal (que en la actualidad forma parte de la región báltica). Por mucho, la isla más grande y más vieja del archipiélago europeo, Bal debe haber jugado un papel vital en el modelado de la fauna y la flora primigenias de Europa. Sin embargo, para nuestra frustración, ni un solo fósil de la última etapa de la era de los dinosaurios ha sido encontrado en toda la masa terrestre, así que todo lo que conocemos sobre la vida en Bal viene de unos pocos fragmentos de plantas y animales que fueron arrastrados hacia el mar y preservados en los sedimentos marinos que hoy afloran en Suecia y en el sur de Rusia. Sería inútil aterrizar nuestra máquina del tiempo en tan terrible vacío.[A]
Es importante saber, sin embargo, que los terribles vacíos son la norma en paleontología. Para explicar su profunda influencia debo presentarles a Signor-Lipps; no se trata de ningún italiano parlanchín,1 sino de un par de doctos profesores. Philip Signor y Jere Lipps unieron esfuerzos en 1982 para postular un importante principio en paleontología: «Puesto que el registro fósil de organismos nunca está completo, ni el primero ni el último organismo de un taxón dado serán registrados como fósiles».[B] Así como los antiguos cubrieron con un velo de recato el momento crítico en la historia de Europa y el toro, así, según nos informa Signor-Lipps, la geología ha velado el momento de la concepción zoogeográfica de Europa, no dejándonos otra opción que programar nuestra máquina del tiempo entre 86 y 65 millones de años atrás, cuando un despliegue excepcionalmente diverso de depósitos fósiles preserva la evidencia de una vigorosa niña Europa. Los depósitos formaron el archipiélago de Modac, al sur de Bal. Modac fue incorporado hace mucho tiempo a una región que abarca partes de casi una docena de países de Europa oriental; desde Macedonia en el oeste hasta Ucrania en el este. En tiempos de los romanos, este gran pedazo de tierra se encontraba entre las dos extensas provincias de Moesia y Dacia, de las cuales se deriva su nombre.
En el momento de nuestra llegada, grandes partes de Modac están siendo empujadas por encima de las olas del océano por los primeros movimientos de las fuerzas tectónicas y con el tiempo formarán los Alpes europeos, mientras que otras están resbalando hacia el mar. En medio de esta vorágine de actividad tectónica yace la isla de Hateg, un lugar rodeado de volcanes submarinos que intermitentemente rompen la superficie para regar cenizas sobre la tierra. Esto ha acontecido durante millones de años cuando tiene lugar nuestra visita y ha permitido que se desarrollen unas fauna y flora únicas. De unos 80 000 kilómetros cuadrados de área, más o menos el tamaño de la isla caribeña La Española, Hateg está aislada, a 27 grados al norte del ecuador y a 200 o 300 kilómetros de puro océano de su vecino más cercano, Bomas (el macizo de Bohemia). Hoy, Hateg es parte de Transilvania, en Rumanía, y los fósiles que se encuentran ahí son de los más abundantes y diversos de la última parte de la era de los dinosaurios en toda Europa.
Abramos la puerta de nuestra máquina del tiempo y descendamos a Hateg, tierra de dragones. Hemos llegado al final de un glorioso otoño. El sol brilla reconfortante, pero a esta latitud el cielo está bastante bajo. El aire es tibio como en el trópico y la blanca y fina arena de una brillante playa cruje bajo nuestros pies. La vegetación más próxima es una mezcla de pequeños arbustos en flor, pero más allá se yerguen arboledas de palmas y helechos, y sobre ellos, grandes ginkgos de dorado follaje, maduro y listo para caer con las primeras borrascas del apacible invierno que se aproxima.[C] También vemos señales, en forma de largos y erosionados valles originados en las cumbres lejanas, de que la lluvia es altamente estacional.
Sobre la seca cresta de una montaña, espiamos a gigantes del bosque que se asemejan a cedros del Líbano. Pertenecientes al hoy extinto género Cunninghamites, son en realidad un tipo de ciprés desaparecido hace tiempo. Mucho más cerca, una poza rodeada de helechos resplandece con nenúfares y árboles que guardan un sorprendente parecido con el célebre plátano de sombra (género Platanus). Nenúfares y plátanos son antiguos supervivientes, y Europa ha conservado una asombrosa cantidad de estos «dinosaurios vegetales».[D]
Nuestros ojos dejan la tierra y se mueven al cerúleo mar, cuya orilla está sembrada de lo que a primera vista parecen opalescentes llantas de camión, con sus neumáticos corrugados y todo. Brillan con una extraña belleza bajo el sol tropical. En el mar, en algún lugar lejano, una tormenta habrá matado un banco de amonites —criaturas parecidas a nautilos cuyas conchas pueden exceder un metro de diámetro—, y las olas, el viento y las corrientes han traído los caparazones a las playas de Hateg.
Mientras caminamos sobre la reluciente arena detectamos un hedor. Delante se ve un gran bulto cubierto de bálanos, encallado por la marea que ahora desciende. Es una bestia que no se parece a nada que esté vivo hoy en día: un plesiosaurio. Las cuatro poderosas aletas que alguna vez lo impulsaron yacen ahora planas e inmóviles sobre la arena. De su cuerpo parecido a un barril surge un cuello desmesuradamente largo, al final del cual una diminuta cabeza aún se mece entre las olas.
Tres gigantes con forma de vampiro y envueltos en mantos de cuero, altos como jirafas, surgen del bosque. De mirada maligna e inmensamente musculosos, los tres rodean el cadáver, que es decapitado sin ningún esfuerzo por el más grande de ellos con su pico de tres metros de largo. Los carroñeros forman un círculo, y a base de salvajes mordidas, terminan de consumir el cuerpo. Intimidados por el espectáculo, retrocedemos hasta la seguridad de nuestra máquina del tiempo.
Lo que hemos visto nos da una pista del extraño lugar que es Hateg. Las bestias que parecen vampiros son un tipo de pterosaurio gigante conocido como Hatzegopteryx. Ellos, y no algún dinosaurio lleno de dientes, fueron los depredadores más grandes de la isla. Si nos hubiéramos aventurado tierra adentro, podríamos haber encontrado a su presa habitual: una variedad de dinosaurios pigmeos. Hateg es un lugar doblemente extraño: extraño para nosotros porque data de una época en la que los dinosaurios reinaban sobre la Tierra; y extraño incluso para la era de los dinosaurios porque, al igual que el resto del archipiélago europeo, es una tierra aislada, con una ecología y una fauna totalmente inusuales.
Notas
1 Lipps en inglés se pronuncia como lips, que significa «labios». (N. del T.)