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INTRODUCCIÓN
ОглавлениеLa historia natural abarca tanto el medio natural como el humano. Busca contestar tres grandes preguntas: ¿cómo se formó Europa?, ¿cómo se descubrió su extraordinaria historia? ¿y por qué llegó a ser tan importante en el mundo? Para aquellos que como yo buscan respuestas, es una suerte que Europa cuente con tal abundancia de huesos —enterrados, capa sobre capa, en rocas y sedimentos que se extienden hasta el origen de los animales vertebrados—. Los europeos han dejado asimismo un tesoro excepcionalmente rico de observaciones de la historia natural: desde los trabajos de Heródoto y Plinio hasta los de los naturalistas ingleses Robert Plot y Gilbert White. Europa es también el lugar donde se inició la investigación del pasado más lejano. El primer mapa geológico, los primeros estudios paleobiológicos y las primeras reconstrucciones de dinosaurios fueron hechas en Europa. A lo largo de los últimos años, una revolución en la investigación, conducida por nuevos y poderosos estudios de ADN, junto con asombrosos descubrimientos en paleontología, ha permitido una profunda reinterpretación del pasado del continente.
Esta historia comienza hace unos cien millones de años, en el momento de la concepción de Europa —el momento en que evolucionaron los primeros organismos característicamente europeos—. La corteza terrestre está compuesta de placas tectónicas que se mueven lenta e imperceptiblemente a lo largo del globo y sobre las cuales cabalgan los continentes. La mayoría de los continentes se originaron con la división de los antiguos supercontinentes. Pero Europa comenzó siendo un archipiélago de islas y su concepción involucró la interacción geológica de tres «padres» continentales: Asia, Norteamérica y África. Juntos, estos continentes comprenden alrededor de dos terceras partes de la masa de la Tierra, y puesto que Europa ha sido un puente entre esas masas terrestres, ha funcionado como el lugar de intercambio más significativo en la historia de nuestro planeta.1
Europa es un lugar donde la evolución se sucede rápidamente, un lugar a la vanguardia del cambio global. Ahora bien, incluso en plena era de los dinosaurios, Europa tenía características especiales que modelaban la evolución de sus habitantes. Algunas de esas características siguen ejerciendo su influencia en la actualidad. De hecho, algunos de los dilemas humanos contemporáneos de Europa son resultado de dichas características.
Definir Europa es una tarea arriesgada. Su diversidad, historia evolutiva y fronteras cambiantes la convierten en un lugar casi proteico. Aun así, paradójicamente, es reconocible de inmediato; con sus característicos paisajes humanos, sus bosques, que alguna vez fueron grandiosos, sus costas mediterráneas y sus panoramas alpinos —todos reconocemos Europa cuando la vemos—. Y los mismos europeos, con sus castillos, sus pueblos y su inconfundible música, son instantáneamente identificables. Más aún, es importante reconocer que los europeos comparten una época dorada de gran influencia: los antiguos mundos de Grecia y Roma. Incluso los europeos cuyos antepasados nunca fueron parte de ese mundo clásico lo reclaman como propio, buscando en él conocimiento e inspiración.
Entonces ¿qué es Europa y qué significa ser europeo? La Europa contemporánea no es un continente en un sentido puramente geográfico.2 Más bien, es un apéndice, una península rodeada de islas que se proyecta hacia el Atlántico desde la parte occidental de Eurasia. En una historia natural, la mejor manera de definir Europa la encontramos en la historia de sus rocas. Concebida de este modo, Europa se extiende desde Irlanda, en el oeste, hasta el Cáucaso, en el este, y desde Svalbard, en el norte, hasta Gibraltar y Siria, en el sur.3 Así definida, Turquía sería parte de Europa, mas no Israel: las rocas de Turquía comparten una historia común con el resto de Europa, mientras que las rocas de Israel se originaron en África.
Yo no soy europeo, al menos en un sentido político. Nací en las antípodas —el opuesto de Europa—, como los europeos llamaron alguna vez a Australia. Pero físicamente soy tan europeo como la reina de Inglaterra (quien, por cierto, es étnicamente alemana). La historia de las guerras y los monarcas europeos se me repitió hasta la saciedad cuando era niño. En cambio, no me enseñaron casi nada sobre los árboles y los paisajes australianos. Quizá esta contradicción disparó mi curiosidad. Sea como sea, mi búsqueda de Europa comenzó hace mucho, antes siquiera de haber pisado suelo europeo.
Cuando viajé por primera vez a Europa como estudiante en 1983 estaba emocionado y seguro de que me dirigía al centro del mundo. No obstante, conforme nos acercábamos a Heathrow, el piloto del jet de British Airways hizo un anuncio que jamás olvidaría: «Nos aproximamos a una isla más bien pequeña y neblinosa del mar del Norte». Nunca en mi vida había pensado en Gran Bretaña de ese modo. Cuando aterrizamos quedé sorprendido por la agradable calidad del aire. Incluso el aroma de la brisa parecía reconfortante, con ese fuerte olor a eucalipto, del cual ni siquiera fui consciente hasta que desapareció. Y el sol. ¿Dónde estaba el sol? Por su fuerza y penetración, se parecía más a una luna austral que a la ardiente esfera que abrasaba mi país de origen.
La naturaleza europea me tenía reservadas más sorpresas. Quedé maravillado ante el prodigioso tamaño de sus palomas y la abundancia de venados en las márgenes de la Inglaterra urbana. La vegetación era tan verde y agradable en aquel aire húmedo y suave que su tono brillante parecía irreal. Había muy pocas espinas y varas ásperas, a diferencia de los polvorientos y rasposos matorrales de mi tierra. Al cabo de unos días de mirar esos cielos neblinosos y esos horizontes de suaves bordes, comencé a sentir que estaba envuelto en algodón.
Realicé esa primera visita para estudiar la colección del Museo de Historia Natural de Londres. Poco tiempo después me volví curador de mamíferos en el Museo Australiano de Sídney, donde debía convertirme en experto en mastozoología mundial. Así que cuando Redmond O’Hanlon, el editor de historia natural del Times Literary Supplement, me pidió reseñar un libro sobre los mamíferos en el Reino Unido, acepté el reto de mala gana. El trabajo me dejó perplejo porque no encontré mención alguna a dos especies —vacas y humanos— que tenían un largo pedigrí en el Reino Unido.
Después de recibir mi reseña, Redmon me invitó a visitarlo en su casa en Oxfordshire. Temí que aquello fuera una manera amable de decirme que mi trabajo no estaba a la altura. En lugar de eso recibí una cálida bienvenida y conversamos animadamente sobre historia natural. Bien entrada la noche, después de una suntuosa cena acompañada por varias copas de Bordeaux, me pidió, misteriosamente, que lo acompañara al jardín, donde señaló hacia un estanque. Nos aproximamos al borde mientras Redmond me ordenaba silencio con una seña. Entonces me entregó una linterna, y entre las elodeas, descubrí una figura pálida.
¡Un tritón! Era la primera vez que veía uno. Como Redmond bien sabía, en Australia no hay anfibios con cola. Estaba tan impresionado como la maravillosa creación de P. G. Wodehouse de las novelas de Jeeves, el Cara de Pescado Gussie Fink-Nottle, quien «se sumergió en el campo y se entregó por completo al estudio de los tritones, manteniendo a esos pequeños amiguitos en un tanque de vidrio donde observaba sus hábitos con ojo diligente».[A] Los tritones son criaturas tan primitivas que observarlas es como asomarse en el tiempo.
Desde el momento en que vi mi primer tritón hasta el hallazgo del origen de los europeos, mi camino de treinta años de investigación sobre la historia natural de Europa ha estado lleno de descubrimientos. Quizá lo que más me asombró, como habitante de la tierra del ornitorrinco, es que en Europa hay criaturas igual de antiguas y primitivas que, a pesar de ser familiares, son poco apreciadas. Otro descubrimiento que me sorprendió fue la cantidad de ecosistemas y especies de importancia global que se crearon en Europa, pero que desaparecieron del continente hace mucho. ¿Quién habría pensado, por ejemplo, que los antiguos mares de Europa jugaron un papel tan importante en la evolución de los modernos arrecifes de coral? ¿O que nuestros primeros ancestros erguidos se desarrollaron en Europa, y no en África? ¿Y quién habría imaginado que mucha de la megafauna europea de la Edad de Hielo sobrevive escondida, como los duendes y las hadas del folclore, en remotos bosques y planicies encantadas, o como genes perpetuamente dormidos en el permafrost?
Mucho de lo que dio forma a nuestro mundo moderno se originó en Europa: los griegos y los romanos, la Ilustración, la Revolución Industrial y los imperios, que para el siglo XIX, se habían repartido el planeta. Y Europa sigue liderando el mundo en tantos aspectos: desde la transición demográfica y la creación de nuevas formas políticas hasta la revigorización de la naturaleza. ¿Quién sabía que Europa, con su población de casi 750 millones de personas, alberga más lobos de los que existen en Estados Unidos, Alaska incluida?
Y quizá, más sorprendente aún, es que algunas de las especies más características del continente, incluyendo los grandes mamíferos salvajes, son híbridas. Para aquellos acostumbrados a pensar en términos de «pura sangre» o «mestizo», los híbridos suelen ser vistos como errores de la naturaleza, como amenazas para la pureza genética. Sin embargo, estudios recientes han demostrado que la hibridación es vital para el éxito evolutivo. Desde los elefantes hasta las cebollas, la hibridación ha permitido el intercambio de genes beneficiosos que habilitan a los organismos para sobrevivir en nuevos y desafiantes entornos.
Algunos híbridos poseen fuerzas y capacidades nunca vistas en sus padres. Incluso, algunas especies bastardas (como a veces se denomina a los híbridos), han sobrevivido por mucho tiempo después de que se extinguieran las especies que los engendraron. Los europeos mismos son híbridos. Se crearon hace aproximadamente 38 000 años, cuando los humanos de piel oscura de África, comenzaron a mezclarse con los neandertales de piel blanca y ojos azules. Casi al instante en que esos primeros híbridos aparecen, surge en Europa una cultura dinámica cuyos logros incluyen la creación del primer arte pictórico y las primeras figurillas humanas, los primeros instrumentos musicales y la primera domesticación de animales. Los primeros europeos, al parecer, eran unos bastardos muy especiales. Pero, mucho antes de eso, la biodiversidad europea habría sido destruida y reconstruida tres veces, mientras las fuerzas celeste y tectónica daban forma a la tierra.
Embarquémonos en un viaje para descubrir la naturaleza de este lugar que tanta influencia ha tenido en el mundo. Para ello necesitaremos de varios inventos europeos: el descubrimiento de James Hutton del tiempo profundo, los principios fundacionales de la geología de Charles Lyell, la elucidación de Charles Darwin del proceso evolutivo y la gran innovación imaginativa de H. G. Wells, la máquina del tiempo. Prepárese para retroceder en el tiempo a ese momento en que Europa desarrolló su primer destello de distinción.
Notas
1 El tamaño, la forma y la localización de estas masas de tierra han cambiado a lo largo del tiempo. África tenía conexiones con Gondwana hace unos cien millones de años. Norteamérica se ha alejado de Europa a lo largo de los últimos treinta millones de años. Los tres millones de kilómetros cuadrados de la India no fueron parte del continente asiático hasta hace unos cincuenta millones de años. En algunas épocas, la subida del nivel del mar ha reducido el área de todas las masas de tierra del planeta, mientras que en otras el agrietamiento ha expandido y fragmentado los distintos territorios (como cuando la península arábica se separó de África).
2 En un sentido geológico es parte de la placa euroasiática.
3 Incluso esta definición no es del todo precisa, pues grandes partes de Europa al sur de los Alpes incluyen fragmentos de África y de la placa oceánica que se han incorporado a la masa de tierra de Europa.