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2 EL PRIMER EXPLORADOR DE HATEG
ОглавлениеLa historia de cómo supimos de la existencia de Hateg y de sus criaturas es tan asombrosa como la isla misma. En 1895, mientras el novelista irlandés Bram Stoker escribía Drácula, un noble real de Transilvania, Franz Nopcsa von Felső-Szilvás, barón de Sacel, estaba en su castillo, obsesionado no con la sangre, sino con los huesos. Los huesos en cuestión habían sido un regalo de su hermana Llona, que los había encontrado durante un paseo a lo largo de una ribera en la propiedad de la familia Nopcsa. Claramente eran muy, muy viejos. En la actualidad, el castillo de la familia Nopcsa en Sacel está en ruinas, pero en 1895 era una elegante mansión de dos pisos con muebles de nogal, una gran biblioteca y un enorme salón de entretenimiento cuyo majestuoso interior aún puede ser apreciado a través de sus ventanas rotas. Aunque modesto para los estándares europeos, la propiedad generaba suficientes ingresos para permitirle al joven Nopcsa continuar con su pasión por los huesos antiguos.
Nopcsa llegaría a ser uno de los más extraordinarios paleontólogos que jamás hayan existido y, sin embargo, ha sido olvidado. Su aventura intelectual comenzó cuando, huesos en mano, dejó su castillo y se inscribió en una carrera científica en la Universidad de Viena. Trabajando principalmente solo, pronto estableció que los huesos que su hermana había encontrado pertenecían al cráneo de un pequeño y primitivo tipo de dinosaurio pico de pato.[A] Fascinado, el conde se embarcó en el trabajo de su vida: revivir a los muertos de Hateg.
Polímata, solitario y excéntrico, Nopcsa vio muchas cosas con mayor claridad que los demás, aunque decía de sí mismo que tenía «los nervios destrozados». En 1992 el doctor Eugene Gaffney, autoridad incontestable en tortugas fósiles, señaló que Nopcsa «en sus períodos de lucidez dirigía su mente a investigar los dinosaurios y otros reptiles fósiles», pero que entre esos momentos de brillantez existían períodos de oscuridad y excentricidad.[B] Hoy en día, lo más probable es que Nopcsa hubiese sido diagnosticado con un desorden bipolar. Cualquiera que haya sido su enfermedad, lo despojó de todo sentido de la etiqueta. De hecho, con demasiada frecuencia, desplegaba «un colosal talento para la grosería».[C]
Un ejemplo revelador fue proporcionado por aquella pionera en investigación de cerebros fósiles, la doctora Tilly Edinger, que realizó un estudio sobre Nopcsa en los años cincuenta. Durante su primer año en la universidad, Nopcsa publicó una descripción de su cráneo de dinosaurio; un logro considerable. Y, cuando conoció al más eminente paleontólogo de su época, Louis Dollo —quien también era un aristócrata—, el conde exclamó: «¿No es maravilloso que yo, siendo tan joven, haya escrito un artículo tan excelente?».[D] Más tarde, Dollo le dedicaría un ambiguo cumplido al describirlo como: «Un cometa que viaja encarrilado por los cielos de la paleontología, dejando tras de sí una luz algo difusa».[E]
Al parecer, en la Universidad de Viena no supervisaron demasiado a Nopcsa. Aislado de sus colegas, su independencia lo llevó incluso a inventar un pegamento para reparar sus fósiles. No obstante, tuvo un compañero, el profesor Othenio Abel, que compartía su interés por la paleobiología. Abel era un fascista que fundó un grupo secreto de dieciocho profesores que trabajaba para destruir las carreras de investigación de «comunistas, socialdemócratas y judíos». Estuvo a punto de ser asesinado cuando un colega, el profesor K. C. Schneider, intentó dispararle. Cuando los nazis llegaron al poder, Abel emigró a Alemania. Al visitar Viena después de la Anschluss, en 1939, vio la bandera nazi ondeando en la universidad y proclamó aquel como el día más feliz de su vida. Nopcsa tenía su propia manera de lidiar con Abel. Cuando Nopcsa se sentía enfermo llamaba a Abel a su apartamento y le ordenaba, como a un plebeyo (aun siendo uno de los más grandes paleontólogos de Europa), que llevase un desgastado par de guantes y un abrigo a su amante (de Nopcsa).[F]
A la par que Nopcsa estudiaba sus dinosaurios, una segunda pasión crecía en su pecho. Cuando recorría el campo de Transilvania conoció y se enamoró del conde Drašković. Dos años mayor que Nopcsa, Drašković había sido un aventurero en Albania, un lugar que, a un siglo de la visita de Byron, seguía siendo exótico, oscuro y tribal. Influenciado por las historias de su querido, Nopcsa realizó con fondos privados algunos viajes a Albania, donde vivió entre las tribus y aprendió su idioma y tradiciones e incluso se involucró en sus disputas. Una fotografía lo muestra en toda su fastuosidad, armado y vestido con el traje de gala de un guerrero shqiptar. Aunque era salvajemente romántico, Nopcsa también era profundamente inquisitivo y un documentalista meticuloso que pronto fue reconocido como el máximo experto europeo de la historia, idioma y cultura de Albania.
En 1906, mientras viajaba por Albania, Nopcsa conoció a Bajazid Elmaz Doda, un pastor que vivía en las cumbres de las montañas Malditas. Nopcsa contrató a Doda como su secretario y sobre él escribió en su diario que era la única persona desde el conde Drašković que realmente le había amado.[G] Su relación con Doda duró casi treinta años, y en 1923 Nopcsa le rindió homenaje al nombrar a un extraño fósil de tortuga en su honor: Kallokibotion bajazidi, «el hermoso y redondo Bajazid».
Se encontraron huesos de tortuga junto a los de dinosaurio en la propiedad de la familia. De medio metro de longitud, la Kallokibotion era una criatura anfibia de tamaño mediano, más o menos similar en apariencia a la tortuga de estanque que vemos hoy en día en Europa. Sin embargo, la anatomía ósea de la Kallokibotion mostraba que era muy diferente a cualquier otra especie viva de la actualidad, pues pertenecía a un antiguo y ahora extinto grupo de tortugas primitivas, cuyos últimos representantes fueron los increíbles meiolaniformes.
Los meiolánidos sobrevivieron en Australia hasta la llegada de los primeros aborígenes, hace unos 45 000 años. Los últimos eran unas enormes criaturas terrestres del tamaño de un coche pequeño cuyas colas se habían vuelto porras huesudas, en tanto que sus cabezas soportaban unos cuernos grandes y curvados, como los del ganado bovino. Es probable que los primeros australianos hayan visto al casi último descendiente de la «hermosa y redonda» tortuga de Bajazid. No obstante, algunos se habían desplazado por el mar hacia las cálidas, húmedas y tectónicamente activas islas de Vanuatu. Aislados en su reino de ermitaños, los meiolánidos sobrevivieron hasta que a su territorio le tocó el turno de ser descubierto, esta vez por los ancestros de los ni-vanuatu, la gente que habita Vanuatu en la actualidad. Una densa capa de huesos descuartizados y cocinados de tortugas meiolánidas de hace unos 3000 años marca la llegada de los humanos. Y así se perdió el último rastro de las tierras de Modac; casi el eco final, de hecho, de aquel archipiélago desaparecido.
Bajazid, Albania y los fósiles fueron la gran constante en la vida de Nopcsa. Y, de los tres, solamente se desenamoraría de uno. Su involucramiento con Albania alcanzó su clímax justo antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, cuando concibió un audaz plan, condenado al fracaso, para invadir el país y convertirse en su primer monarca.1 A pesar de la distracción, Nopcsa siguió metido hasta los codos en su paleontología, y en 1914 publicó un trabajo sobre el estilo de vida de los dinosaurios de Transilvania que revolucionó nuestra comprensión de la temprana Europa.[H] Lo que distingue a su ciencia es que él analizó los fósiles en restos de criaturas vivientes que existieron en un hábitat específico y que respondieron a limitaciones ambientales. En realidad, Nopcsa fue el primer paleobiólogo del mundo.
Nopcsa demostró que Hateg estuvo habitado por tan solo diez especies de criaturas grandes. Entre ellas se incluye un pequeño dinosaurio carnívoro conocido por sus dos dientes (que posteriormente perdió), al que Nopcsa llamó Megalosaurus hungaricus. Megalosaurus es un tipo de dinosaurio carnívoro cuyos fósiles son en realidad muy comunes por toda Europa, pero en rocas más antiguas. Su presencia en Hateg parecía anómala y pronto se demostró que el Megalosaurus hungaricus fue un raro error del joven paleontólogo.
Es un hecho extraño, digno de una pequeña digresión, que el primer nombre científico del Megalosaurus fuera Scrotum. La historia comienza con el primer fósil de dinosaurio descrito y dibujado por el reverendo Robert Plot, en 1677.[I] Se puede decir que su The Natural History of Oxfordshire fue la primera historia natural moderna en inglés. Muy al estilo de la época, abarcaba todo: desde las plantas, animales y rocas de Oxfordshire hasta sus notables edificios e incluso los famosos sermones que se daban en sus iglesias. Plot identificó correctamente al fósil en cuestión como el extremo de un fémur. Reflexionó que, tal vez, podría pertenecer a un elefante traído a Gran Bretaña durante la supuesta visita del emperador Claudius a Gloucester, cuando (según Plot) reconstruyó la ciudad «en memoria del matrimonio de su hermosa hija Genissa con Arviragus, entonces rey de Gran Bretaña, donde es posible que tuviera algunos de sus elefantes con él». Pero, desgraciadamente, Plot no pudo encontrar registros de elefantes más cerca de Gloucester que de Marsella.2
Después de una larga y sesuda disertación, Plot concluyó que el hueso que se encontró cerca de un cementerio podría haber pertenecido a un gigante. Como muchos de sus contemporáneos, Plot creía que la obra del siglo XII de Geoffrey de Monmouth, The History of the Kings of Britain, relataba hechos reales.[J] Y tan grande es la fuerza del ensueño europeo que Geoffrey de Monmouth comenzó su historia con una variación de Virgilio, en la cual Brutus, un descendiente del troyano Eneas, llega a las costas de Albión para mezclarse con los habitantes originarios, los «gigantes de Albión», y fundar así la raza de los britones.
Plot no le dio a la reliquia un nombre científico y así quedaron las cosas hasta 1673, cuando Richard Brookes reprodujo la ilustración de Plot en su propio libro, A New and Accurate System of Natural History. Brookes, que al parecer también creía a Geoffrey de Monmouth,3 no pensaba que lo que Plot había ilustrado fuera parte de un hueso. En su lugar, lo identificó como un par de prodigiosos testículos humanos. Con los gigantes de Albión en mente, y quizá sobrecogido ante la idea de haber descubierto los mismísimos testículos que engendraron a la primera reina de Gran Bretaña, Brookes nombró al fósil el Scrotum humanum. Puesto que siguió el sistema de Linneo, el nombre sigue siendo científicamente válido. Y la identificación de Brookes fue a todas luces convincente: el filósofo francés Jean-Baptiste Robinet aseguraba que podía distinguir la musculatura de los testículos, e incluso restos de uretra, en la masa fosilizada.
Para el siglo XXI, la creencia en la veracidad de Geoffrey de Monmouth había disminuido y la investigación científica sobre los dinosaurios había comenzado. En 1842, el anatomista sir Richard Owen, un hombre celoso de los logros científicos ajenos y proclive a ignorar los nombres previos de fósiles interesantes, acuñó el término «Dinosauria». No queda claro si tenía conocimiento del Scrotum, pero fue tal el jaleo que provocó el «descubrimiento» de Owen que la descripción de Brookes se perdió por más de un siglo. Incluso el hueso mismo desapareció. Pero el dibujo de Plot permitió identificarlo con certeza como perteneciente al dinosaurio carnívoro Megalosaurus, cuyos restos no son raros en los sedimentos jurásicos de Gran Bretaña.
La ciencia de la taxonomía construye sobre su propia historia y, en términos de los nombres científicos válidos, la pérdida de un espécimen no tiene la menor importancia. En el corazón de esta ciencia hay un pequeño libro conocido como el Código internacional de nomenclatura zoológica.[K] Al igual que las leyes de sucesión, la taxonomía es gobernada por la regla de la primogenitura que dice que el primer nombre científico legítimamente acuñado tiene preponderancia sobre los demás.4 Para desgracia de aquellos a quienes no les gusta la idea de llamar escrotos a los dinosaurios, el código no prohíbe la utilización de partes del cuerpo. De hecho, el mismo Linneo llamó Clitorea a una flor tropical debido a la forma de sus brillantes flores azules. Sin embargo, una cláusula del reglamento del código dice que, si un nombre no ha sido usado desde 1899, puede considerarse como un nomen oblitum o nombre olvidado, y ser descartado. Su uso, no obstante, se permite de manera discrecional.5
Cuando en 1970 el paleontólogo Lambert Beverly Halstead señaló que Scrotum era un nombre científicamente válido y el primero que se propuso para un dinosaurio, un escalofrío recorrió a la habitualmente impasible comunidad taxonómica. No ayudó el hecho de que Halstead pareciera obsesionado con el sexo de los dinosaurios. Su trabajo más memorable es un compendio ilustrado de posiciones copulatorias dinosaurianas —una especie de Kamasutra reptiliano— que incluye una maniobra de «pierna por arriba» para los saurópodos, los dinosaurios más grandes de todos, aunque muchos consideran esta posición más que improbable. En al menos dos ocasiones, Halstead subió al escenario donde, junto con su esposa, demostró algunas de las posturas más arcaicas.6
Al término de la Primera Guerra Mundial, Transilvania fue cedida por el Imperio austrohúngaro a Rumanía, y el barón Nopcsa perdió su castillo, sus propiedades y su fortuna. A manera de compensación, se le ofreció el puesto de director del magnífico Instituto Geológico de Bucarest. No obstante, la pérdida fue muy grande y pasaba la mayor parte del tiempo cabildeando con el Gobierno para recuperar su feudo. En 1919, el Gobierno accedió, pero, cuando Nopcsa regresó a Sacel, sus antiguos sirvientes le propinaron una severa paliza que le obligó a renunciar, por segunda vez, a su patrimonio.
Nopcsa pasó un tiempo atado a una silla de ruedas y al sentir que su potencia le abandonaba, hizo que le practicaran una steinacherización. La operación, que implicaba una forma extrema de vasectomía unilateral, había sido desarrollada por el doctor Eugen Steinach como una cura contra la fatiga y la baja potencia masculina.7 Si bien Nopcsa se deleitaba con los maravillosos efectos sobre su desempeño sexual, el procedimiento no rejuveneció el resto de su cuerpo, como fue evidente en la reunión de 1928 de la sociedad paleontológica alemana, donde Nopcsa dio un «brillante discurso» sobre la glándula tiroidea de varias criaturas extintas. Tilly Edinger, asistente a la reunión, recuerda: «Pasaba entre nosotros empujado sobre una silla de ruedas, paralizado de la cabeza a los pies� terminó con las palabras: “Con mano débil he intentado descorrer hoy una pesada cortina para mostraros un nuevo amanecer. Tirad más fuerte, particularmente vosotros, los más jóvenes; veréis que la luz de la mañana aumenta y atestiguaréis una nueva salida del sol”».[L]
Incapaz de reformar su instituto, Nopcsa renunció como director y cayó aún más en la pobreza. Vendió su colección de fósiles al British Museum y emprendió un viaje en su motocicleta por Europa, con Bajazid en el asiento trasero. El final llegó cuando Nopcsa estudiaba los terremotos y vivía con Bajazid en un apartamento en la Singerstrasse 12 en Viena. Como lo describió el gran experto en dinosaurios Edwin H. Colbert:
El 25 de abril de 1933, algo se quebró en el interior de Nopcsa. Le dio a su amigo Bajazid una taza de té fuertemente mezclada con polvos para dormir. Entonces asesinó al durmiente Bajazid disparándole en la cabeza con una pistola.[M]
Nopcsa escribió una nota y después se disparó, poniendo fin de esta manera a su noble linaje. La nota explicaba que sufría de un colapso total de su sistema nervioso. Idiosincrásico hasta el final, dejó a la policía instrucciones para que a los «académicos húngaros» se les prohibiera estrictamente llorar por él. Vestido de motociclista, con sus ropas de cuero, su cremación fue digna de un jefe vikingo.[N] Bajazid, en cambio, fue enterrado en la sección musulmana del cementerio local.
Notas
1 Albania se había ido liberando gradualmente del agonizante Imperio otomano, y en 1913 las grandes potencias de Europa organizaron un congreso en Trieste para decidir quién debería ser designado rey. Nopcsa escribió al general en jefe del ejército austrohúngaro en Trieste, solicitando artillería y quinientos soldados vestidos de civil. Él compraría dos pequeños pero veloces barcos de vapor e invadiría Albania para establecer un régimen amigable al Imperio austrohúngaro. La campaña, había dicho Nopcsa al general, sería rápida y culminaría con un desfile triunfal por las calles de la capital Tirana, liderada por Nopcsa en un caballo blanco. No todos sus motivos parecen haber sido honorables, como confesó en su diario: «Una vez que sea un monarca europeo, no tendré dificultad para conseguir los fondos necesarios casándome con alguna rica heredera americana que aspire a la realeza, un paso que bajo otras circunstancias odiaría tener que dar». La British Foreign Office no era del mismo parecer que Nopcsa y solicitó al congreso que escogiera al príncipe William de Wied para ser el primer rey de Albania. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial y Albania rehusó a enviar tropas para apoyar a los austrohúngaros, al rey Willie se le cortó la financiación y fue obligado a huir. Albania permaneció sin rey hasta 1928, cuando el rey indígena Zog I ascendió al trono. El amargamente decepcionado Nopcsa escribió a Smith Woodward, su colega paleontólogo en el British Museum (hoy el Museo de Historia Natural), diciéndole: «Mi Albania ha muerto».
2 Esta intrigante historia es, tristemente, por completo imaginaria.
3 Esto quizá podría perdonarse. Cuestionar el pedigrí real siempre ha sido una empresa arriesgada.
4 Si bien el código dicta que el Megalosaurus debería ser conocido como Scrotum, no dice nada sobre clasificaciones de más alto nivel, como Dinosauria, que se dejan al criterio de los investigadores.
5 En la década de los setenta, dos de mis colegas británicos consideraron seriamente publicar un artículo científico para revivir el Scrotum y renombrar a la Dinosauria como la Scrotalia. Supongo que el hecho de que los profesores se llamaran Bill Ball y Barry Cox no tenía nada que ver con su interés en el tema. [Ball ‘bola’; Cox = cocks ‘penes’. (N. del. T.)]
6 El periodista científico Robyn Williams, que estuvo entre la audiencia durante una presentación, remarcó que Halstead probablemente necesitaba fortificarse, pues ordenó en el bar una pinta de gin tonic.
7 Steinach era famoso por haber trasplantado los testículos de cobayos machos en cobayos hembras, lo que llevó a las hembras a montar a otros cobayos. Fue nominado seis veces al Premio Nobel.