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7 LA GRAN CATÁSTROFE
ОглавлениеEn una gruesa capa de arenisca en la cuenca de Tremp, en los Pirineos del sur, una fantasmal sombra de los últimos dinosaurios de Europa puede ser observada en forma de pisadas.1 Puesto que las rocas que las preservan han sido levantadas, plegadas y erosionadas desde abajo, muchas de esas huellas se han conservado en los techos de las salientes, así que lo que vemos es una gran réplica en piedra del pie de un dinosaurio que nos pisa desde arriba.[A] Las impresiones fueron hechas en su mayoría por saurópodos de largo cuello y hadrosaurios bípedos que habían migrado al archipiélago provenientes de Asia y Norteamérica hacia el fin de la era de los dinosaurios. A dónde se dirigían y de dónde venían ese día en particular nadie lo sabe. Pero lo que sí sabemos es que 300 000 años después de imprimir tales huellas, los descendientes de estas criaturas fueron borrados de la faz de la Tierra. Una rara evidencia del cataclismo que los destruyó se encuentra preservada entre las rocas de la cuenca de Tremp, donde una sucesión de sedimentos se acumuló sin interrupción durante un largo período, antes y después de la extinción.
La causa de la extinción de los dinosaurios ha sido debatida durante largo tiempo. Algunos paleontólogos argumentan que los cambios climáticos o geológicos interrumpieron el suministro de alimento para los dinosaurios. Sin embargo, nadie podía explicar convincentemente lo que había sucedido hasta que, en 1980, un equipo de investigadores —liderado por el físico Louis Álvarez y su hijo geólogo Walter— sugirió que un asteroide había chocado contra la Tierra, provocando un invierno nuclear lo suficientemente severo como para detonar un evento de extinción masiva. El equipo anunció que había evidencias de este acontecimiento —en forma de capas sedimentarias ricas en iridio derivadas del asteroide— en rocas repartidas por todo el mundo. Basándose en este trabajo pionero, en 2013, un equipo liderado por el profesor Paul Renne, del Berkeley Geochronology Center, utilizó la datación por argón para señalar el momento del impacto: hace 66 038 000 años, más o menos, 11 000 años.[B]
Algunos paleontólogos se sintieron indignados ante la teoría del bólido o, más exactamente, ante el hecho de que una persona externa a su disciplina se atreviera a entrometerse en sus asuntos. Argumentaban que los dinosaurios siguieron existiendo durante milenios después del impacto o que, de cualquier forma, en el momento del desastre ya se encontraban en una lenta decadencia. Otros negaban que el impacto de un asteroide pudiera tener un efecto tan catastrófico.[C] A pesar de los contraargumentos, hoy en día es aceptado que algún tipo de cuerpo celeste (un bólido) chocó contra la Tierra y provocó la extinción. Los científicos están cada vez más convencidos de que el objeto en cuestión era un meteorito o un cometa de tamaño similar a la isla de Manhattan.
Pero ¿tan malo podía ser el impacto de un asteroide? Una respuesta proviene del hecho de que se requiere muchísima presión para quebrar el cuarzo. De hecho, hasta hace muy poco no se pensaba que su resistencia a la meteorización era absoluta. Entonces, los científicos examinaron algunos granos de arena de las proximidades de una prueba nuclear subterránea. El poder de la explosión había sido suficiente para deformar la estructura de cristal del cuarzo, que se mostraba como unas líneas microscópicas en los granos. Se requiere de más de dos gigapascales (2000 millones de pascales) de presión para quebrar el cuarzo de esta manera (en comparación, la atmósfera al nivel del mar ejerce un poco más de 100 000 pascales de presión). Los volcanes, por cierto, no chocan el cuarzo. Incluso si pueden generar la presión requerida, para el choque se requiere que la temperatura se mantenga relativamente baja, y los volcanes son demasiado calientes. El bólido que exterminó a los dinosaurios liberó dos millones de veces más energía que la prueba nuclear más grande jamás realizada, creando el mayor volumen de cuarzo chocado en la historia de nuestro planeta: dicho elemento se encuentra por todos lados en las rocas que se formaron en esa época.
El bólido golpeó cerca del ecuador, en lo que ahora es la península de Yucatán, en México. El impacto desplazó unos 200 000 kilómetros cúbicos de sedimento y las ondas sísmicas habrían hecho vibrar la Tierra como una campana, generando erupciones volcánicas y terremotos alrededor del globo.[D] Se estima que el megatsunami que provocó fue de varios kilómetros de altura —uno de los más grandes en la historia del planeta— y debió haber sido todavía considerable cuando alcanzó el archipiélago europeo. Escombros en llamas llovían del cielo, causando tormentas de fuego que consumían bosques completos y dejaban tras de sí grandes capas de carbón. Dado que entonces los niveles de oxígeno eran más altos, hasta la vegetación húmeda habría sido calcinada.2
Cuando los incendios se apagaron, comenzó un invierno nuclear originado por las partículas que, lanzadas a la atmósfera, oscurecieron el sol. Y, por si este efecto destructivo fuera poco, el bólido aterrizó sobre un lecho de mineral de yeso, lo que generó enormes cantidades de trióxido de azufre que al mezclarse con el agua produjo ácido sulfúrico, reduciendo la cantidad de luz solar que llegaba a la Tierra hasta en un 20 % y agravando así el invierno nuclear, lo que generó que la temperatura descendiera hasta el congelamiento y que la fotosíntesis no fuera posible durante más o menos una década. Paradójicamente, al invierno nuclear le siguió un calentamiento global provocado por el dióxido de carbono liberado por los incendios y la actividad volcánica. La circulación de los océanos se habría detenido abruptamente, y durante miles de años después es posible que siguiera sufriendo de una severa afectación. La vida marina quedó devastada. Nunca más el mundo volvería a ver al glorioso amonite o al desgarbado plesiosaurio, ni volvería a tener a las almejas rudistas ni a los acteonélidos que parecen proyectiles de artillería.
El sitio del impacto estaba relativamente cerca del archipiélago europeo, así que podemos suponer que en este lugar las consecuencias del fuego y del tsunami fueron graves. Ninguna zona de la Tierra podría haber escapado al invierno nuclear que siguió. Casi todo lo que pesaba más de unos cuantos kilos —incluidos los dinosaurios atrofiados de Europa y la tortuga de Bajazid— se extinguió. Asimismo, desaparecieron muchas criaturas pequeñas, incluyendo a los lagartos cola de látigo, las serpientes Madtsoiidae y algunos mamíferos primitivos. Sic transit gloria mundi!
Las aguas dulces de Europa, sin embargo, proporcionaron un importante refugio. Sus anfibios siguieron existiendo casi indemnes, al igual que algunas de sus tortugas acuáticas. Las aguas profundas amortiguaron el calor y el frío excesivos, y los ecosistemas de agua dulce pudieron sobrevivir por un tiempo sin fotosíntesis porque las bacterias y los hongos que se alimentaban del detritus arrastrado desde la devastada tierra firme proveyeron de una base para la cadena alimenticia. Y, estando en la cima de la cadena, las ranas y las tortugas podían procurarse alimento. Así fue como los ancestros de las delicadas salamandras y sapos parteros sobrevivieron a la catástrofe global.
Para nuestra frustración, casi no contamos con fósiles europeos, de la época en que el bólido impactó, que nos indiquen lo que estaba ocurriendo en tierra firme. Somos más afortunados en lo que a los mares se refiere. En Italia y en Holanda, entre otros lugares, se puede ver —y tocar— en las piedras el momento preciso del impacto. De hecho, fue en Gubbio, en los Apeninos italianos, donde se identificó y estudió por primera vez la capa de iridio, después de quedar espléndidamente expuesta en un corte para construir una carretera. La capa demostró ser rica en pequeñas esferas cristalinas; restos de rocas que se fundieron y salieron disparadas hacia la atmósfera de la Tierra, para luego solidificarse y volver a caer como lluvia.
Tal vez, la extinción marina que más impacto tuvo, al menos en Europa, fue la de los cocolitóforos, cuyos fósiles, depositados por gigatoneladas, formaron la caliza que da nombre al período Cretácico. Desde los blancos acantilados de Dover hasta el horsteno, empleado en la construcción, y las rocas de los túneles de los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial en Bélgica y el norte de Francia, Europa está llena de evidencias de lo abundantes que fueron los cocolitóforos en el pasado. Con la extinción de muchos tipos clave, la creta (caliza) nunca se volvería a formar.3
Aunque la mayoría de nosotros vivimos ajenos a semejante amenaza, el choque de un asteroide sigue siendo una posibilidad. En diciembre de 2016, científicos de la NASA advirtieron que estamos «penosamente mal preparados» para el caso de que un asteroide o cometa choque contra la Tierra.[E] Incluso un impacto muchísimo más pequeño que el que ocurrió hace 66 millones de años podría devastar nuestra civilización.
Notas
1 En geología, una cuenca es una depresión formada por rocas fracturadas o flexionadas que ha acumulado una gruesa capa de sedimentos.
2 El oxígeno cayó a cerca de los niveles actuales después del impacto.
3 Algunos cocolitóforos deben haber sobrevivido, pues la caliza continuó depositándose en unos pocos lugares, como Inglaterra y Dinamarca, durante algunos millones de años después del impacto del bólido.