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CAPÍTULO 6 EL SAPO PARTERO
ОглавлениеUn sapo yace en el corazón de la antigua Europa, aunque este hecho parezca más bien un cuento de hadas.1 Actualmente, el sapo partero común puede encontrarse desde las regiones bajas del sur de Bélgica hasta los arenosos páramos de España. Se convierte así en el miembro más exitoso y ampliamente distribuido de la familia vertebrada más antigua que sobrevive en Europa: los alítidos, un grupo que incluye a los sapos parteros, las ranas lengua de disco, las ranas vientre de fuego y las ranas pintadas.2 Mirar a un sapo partero a los ojos es mirar a un europeo cuyos ancestros contemplaron al terrible Hatzegopteryx, uno que ha sobrevivido a todas las catástrofes que han conmocionado al mundo en los últimos cien millones de años. Más venerables y más característicamente europeos que cualquier otra criatura, los alítidos son fósiles vivientes que deberían ser considerados como la esencia de la naturaleza.
Algunos alítidos son padres diligentes —cosa que sin duda ha contribuido a su supervivencia—. Cuando los sapos parteros se aparean, el macho recolecta los huevos y los envuelve en hebras alrededor de sus piernas. Como se puede aparear hasta tres veces por temporada, algunos individuos cargan tres camadas de esta manera. Durante ocho semanas, el macho atiende cuidadosamente los huevos, llevándolos a donde quiera que va, mojándolos si están en peligro de secarse y secretando por su piel antibióticos naturales para protegerlos de alguna infección. Cuando siente que están por eclosionar, busca un estanque fresco y tranquilo donde los renacuajos puedan crecer.
Existen cinco especies de sapo partero: la ampliamente extendida especie nominotípica, tres especies restringidas a España y sus islas, y una más que llegó a Marruecos proveniente de España en el pasado geológico reciente. El sapo partero de Mallorca tiene la particularidad de ser una especie lázaro, y fue descrita por primera vez a partir de los fósiles.3 Se extendió por Mallorca antes de la llegada de los humanos, pero, cuando ratones, ratas y otros depredadores llegaron a la isla, los sapos desaparecieron. Unos pocos sobrevivieron sin ser detectados en los valles profundos de la sierra de Tramontana y, después de su descubrimiento en la década de los ochenta, fueron reintroducidos en varias partes de la isla donde, con un poco de protección, están reproduciéndose nuevamente con éxito.[A]
Los sapos parteros jugaron un papel crucial en un debate científico casi olvidado de principios del siglo XX entre el estadístico y biólogo inglés William Bateson —el hombre que acuñó el término genética— y el profesor Richard Semon y sus colegas, quienes argumentaban a favor de una herencia no genética por medio de una forma lamarckiana de «memoria» celular.[B]
Richard Semon era de un intelecto formidable. Nacido en Berlín en 1859, pasó buena parte de su juventud en las tierras salvajes de la Australia colonial, recolectando especímenes biológicos y viviendo con los aborígenes australianos. Al volver a Alemania estudió cómo las ideas y los rasgos se transmiten de un individuo a otro. Su libro Die Mneme, publicado en 1904, fue un trabajo fundacional en la materia y su influencia estaba destinada a sentirse mucho más allá de la biología. Comienza con la siguiente observación:
El intento por descubrir analogías entre varios fenómenos orgánicos de reproducción no es de ninguna manera nuevo. Sería extraño que los filósofos y los naturalistas no hubieran quedado sorprendidos ante la similitud existente entre la reproducción en la descendencia de la forma y de otras características de los organismos parentales, y esa otra forma de reproducción que llamamos memoria.
Para tratar de explicar su concepto, Semon recuerda:
Estábamos una vez en la bahía de Nápoles y veíamos la isla de Capri frente a nosotros; muy cerca un organillero tocaba un gran organito; un peculiar olor a aceite nos llegaba desde alguna trattoria; el sol pegaba sin piedad sobre nuestras espaldas; y nuestras botas, con las que habíamos estado caminando por horas, nos molestaban. Muchos años después, un olor a aceite similar ecforizó [trajo a la mente] con gran vividez el engrama [memoria] óptico de Capri. La melodía del organito, el calor del sol, la incomodidad de las botas, nada de eso fue ecforizado ni por el olor del aceite ni por la renovada visión de Capri.�Esta propiedad mnémica puede ser considerada desde un punto de vista puramente fisiológico si consideramos que se origina por el efecto de los estímulos aplicados a la sustancia orgánica sensible.[C]
Esto era verdad, según Semon, sin importar si mneme era una memoria o un aspecto corporal heredado, como el color de los ojos.
La rivalidad entre alemanes e ingleses y los horrores de la Primera Guerra Mundial significaron que el libro de Semon no fuera traducido al inglés hasta 1921, demasiado tarde para su autor. Como el gran nacionalista que era, sufrió la derrota y la vergüenza de la rendición con tal intensidad que se envolvió en la bandera alemana y se pegó un tiro. Hoy, Semon no está del todo olvidado. Un eslizón viviente descubierto en la isla de Nueva Guinea lleva su nombre. El atributo más característico del Prasinohaema semoni es su sangre verde brillante.
Después de la muerte de Semon, su trabajo fue continuado en la Universidad de Viena por un equipo que incluía al brillante y joven científico Paul Kammerer, que había sido estudiante de música antes de dedicarse a la biología. Sus experimentos parecen extraños bajo los estándares modernos, pero en su época fueron considerados como la cumbre de la elegancia científica. Sus mayores triunfos implicaron manipular la vida amorosa del «sapo obstétrico» (el sapo partero común). Trabajando con gran ahínco en cientos de criaturas verrugosas, las persuadió de renunciar a su predilección por tener sexo en tierra firme.
Finalmente se consiguió la copulación acuática al mantenerlos: «en una habitación a alta temperatura� hasta que fueron inducidos a refrescarse en un bebedero, aquí el macho y la hembra se encontraron». Y, reportó Kammerer, se aparearon a la manera normal de los anuros4 (la hembra suelta los huevos en el agua, donde son fertilizados) en lugar de a la manera de los sapos parteros (el macho ayuda a exprimir los huevos de la hembra, luego los envuelve alrededor de sus extremidades traseras). Esto fue interpretado como que el sapo «recordaba» la forma ancestral de tener sexo. Un rasgo, se aseguraba, que persiste en las generaciones subsecuentes. A los descendientes macho del sapo partero que se apareaban en el agua, decía Kammerer, les crecía incluso una verruga negra especial en las palmas, que usaban para sujetar a la mojada y resbalosa hembra: una característica observada en numerosas ranas y sapos, que se ha perdido, sin embargo, en los sapos parteros.
Incluso después de ofrecer tan asombrosas «pruebas» de la teoría mnémica de Semon, a los anfibios del laboratorio de Kammerer no se les permitió un descanso. En otro experimento, el doctor Hans Spemann obligó al sapo Bombinator (vientre de fuego)5 a desarrollar cristalinos en la nuca. Una característica notable que, sin embargo, fue superada por Gunnar-Ekman, quien indujo a las ranas arborícolas verdes (Hyla arborea) a desarrollar cristalinos en cualquier parte del cuerpo, «con la posible excepción de los oídos y la nariz». Esto probaba, se argumentó, que la piel de las ranas «recordaba» cómo desarrollar cristalinos si era correctamente estimulada. Mientras tanto, Walter Finkler se dedicó a trasplantar cabezas de insectos macho en cuerpos de hembras. Estas criaturas híbridas mostraban señales de vida durante varios días. Pero, y quizá no sea ninguna sorpresa, manifestaban conductas sexuales alteradas.
Para la década de los veinte, el trabajo de Kammerer se encontraba bajo un intenso ataque, pues contradecía a la «ortodoxia neodarwinista», entonces representada por William Bateson, a quien se describía de joven como «esnob, racista e intensamente patriota».[D] Los ataques de Bateson a Kammerer eran, según Arthur Koestler, mordaces y obsesivos. Bateson sospechó un fraude desde el principio, y el fraude, de hecho, fue probado en 1926, cuando se descubrió que las verrugas pigmentadas de las palmas de uno de los sapos parteros de Kammerer habían sido tatuadas. Hoy por hoy se desconoce quién fue el perpetrador del fraude, aunque es posible que fuera un ayudante que era simpatizante nazi y que trató de desacreditar a Kammerer, judío, apasionado pacifista y socialista. El fraude fue exhibido por Bateson como evidencia de que el trabajo de toda una vida de Kammerer era dudoso. Y este, con su reputación hecha pedazos, dio un paseo por el bosque y —como Semon antes que él— se mató de un tiro.
En 2009, el biólogo del desarrollo Alexandre Vargas volvió a examinar los descubrimientos de Kammerer y declaró que, dejando a un lado la palma tatuada del sapo, pudieron no ser fraudulentos, puesto que podían explicarse por medio de la epigenética: cambios provocados por la modificación en la expresión de los genes, más que por la alteración de los genes en sí. Otros investigadores han declarado que a Kammerer se le debería dar crédito como fundador del fenómeno epigenético conocido como efectos de «origen parental», por el cual la impronta genética permite el silenciamiento de ciertos genes. Un siglo después de sus desesperados suicidios, tanto Kammerer como Semon están consiguiendo algo de reconocimiento.
Los sapos parteros tienen un pariente cercano en Europa, los vientres de fuego o sapos Bombinator (las mismas criaturas que Hans Spemann manipuló para que desarrollaran cristalinos en la nuca). Existen ocho especies de estos pequeños y coloridos anfibios, los cuales son los únicos viajeros reales entre los alítidos.6 Hace diez millones de años, estos diminutos vientre de fuego lograron cruzar la enorme amplitud de masa terrestre de Eurasia, y hoy cinco de las ocho especies habitan en montañas y pantanos de China.
Los alítidos son una de las tres antiguas familias del orden Archaeobatrachia; las ranas y sapos más primitivos que sobreviven en la actualidad. Las otras dos son las ranas de Nueva Zelanda y las ranas con cola de las montañas Rocosas de Norteamérica. Juntas, estas dos familias contienen únicamente cinco especies, mientras que los alítidos incluyen unas veinte especies vivas, de las cuales más de la mitad habitan en Europa. Los alítidos incluyen seis especies de ranas lengua de disco, dos de las cuales han llegado al norte de África, y las ranas pintadas (Latonia), de las que solamente existe una especie viva. Hace entre treinta millones y un millón de años, las ranas pintadas abundaban en Europa, pero luego se extinguieron. En 1940, biólogos recolectaron dos ranas adultas y dos renacuajos en las proximidades del lago Hula, en lo que hoy es Israel. Para sorpresa de todos, se trataba de ranas pintadas. La más grande de las dos no tardó en comerse a su compañera más pequeña y en 1943 la caníbal —para entonces encurtida en líquido conservante en una colección universitaria— fue declarada como una nueva especie, la rana pintada de Hula.
Otra rana pintada fue encontrada en 1955, pero, después de aquello, las criaturas desaparecieron y, para 1996, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza consideró que estaba extinta. Israel, sin embargo, siguió incluyéndola en la lista de especies en peligro de extinción. Su fe obtuvo recompensa en 2011 cuando el guardabosque Yoram Malka localizó una rana pintada viva en la Reserva Natural de Hula, en el norte de Israel, donde sobrevive una población de varios cientos. La rana pintada de Hula (o sapillo pintojo de Israel) es el máximo taxón lázaro: considerada extinta hace un millón de años, fue descubierta aferrándose a la vida en un pantano de la periferia de Europa.
Hasta hace medio millón de años, los alítidos compartían Europa con otro grupo de anfibios, los paleobatrácidos.[E] Las ranas, por lo general, no dejan buenos fósiles, pero los paleobatrácidos son una excepción y se puede ver en sus restos exquisitamente preservados en las exhibiciones de varios museos europeos. En hábitos y forma corporal, los paleobatrácidos se parecían a la grotesca rana de uñas africana y al sapo de Surinam, de Sudamérica; y, al igual que ellos, parecen haber pasado toda su vida bajo el agua, con una preferencia por los lagos, incluyendo los más profundos y tranquilos, donde las posibilidades de conservarse como fósil son mucho mejores que para aquellos que viven en pantanos o en tierra firme. Nos perdimos observar estas ranas en carne y hueso por un pelo de tiempo geológico.
Esta Europa de «en un principio» puede sonar como un lugar muy lejano, más parecido a, digamos, Australasia que a la Europa de hoy. Pero incluso en estas primeras épocas hay algunos hilos que la unen con la Europa de tiempos más recientes. Uno de ellos es su naturaleza extremadamente diversa. En un principio fueron los grandes reptiles que se movían pesadamente por las islas europeas. Hoy son los diferentes idiomas y culturas humanas que existen a lo largo de numerosas fronteras. De todas maneras, cabe destacar que Europa ha sido, tanto antes como ahora, una tierra de excepcional dinamismo e inmigración a gran escala de especies que llegan y encuentran un lugar entre los habitantes que ya existen ahí, de forma que se adaptan a las condiciones locales y ayudan reiteradamente a rehacer Europa.
Notas
1 Estrictamente hablando, el término sapo debería restringirse a los miembros de la familia Bufonidae, de la cual el sapo europeo común y el sapo corredor son buenos ejemplos. Pero en el habla corriente, el nombre se aplica a cualquier anfibio verrugoso sin cola.
2 Es frustrante que tanto los tritones asiáticos como los sapos asiáticos sean conocidos como vientre de fuego. Aunque ambos vientre de fuego nos llevan a hacernos una interesante pregunta evolutiva: ¿por qué los colonizadores europeos de Asia tuvieron que desarrollar una parte inferior tan espectacularmente colorida?
3 El término especie lázaro fue acuñado por el paleontólogo David Jablonski para describir un taxón que se pensaba que había desaparecido durante un evento de extinción masiva, y se descubre que sigue existiendo millones de años más tarde.
4 Los anuros son anfibios que carecen de cola: las ranas y los sapos.
5 Bombinator se refiere al abejorro (bumble bee), cuyo zumbido al volar se parece supuestamente al croar de este inusual sapo. Su llamada, por cierto, es producida por un flujo de aire hacia dentro, a diferencia del flujo hacia fuera usado por la mayoría de los demás sapos y ranas.
6 Su posición en la familia Alytidae aún está en discusión, pues algunos investigadores los colocan en su propia familia, los Bombinatoridae. Nadie pone en duda, sin embargo, que son parientes cercanos de los alítidos.