Читать книгу Europa - Tim Flannery - Страница 13

4 LAS ISLAS QUE UNEN EL MUNDO

Оглавление

La fauna de la isla de Hateg en la era de los dinosaurios es la más característica que se conoce. Pero Hateg es solo una parte de la historia de la Europa de la época de los saurios. Para completar todo el cuadro debemos viajar un poco más. Volando hacia el sur de la costa de Hateg cruzaremos la gran extensión tropical del mar de Tetis. En sus aguas poco profundas, almejas hoy extintas, conocidas como rudistas, formaban amplios lechos. También abundaban los caracoles marinos llamados acteonélidos, el más grande de los cuales, con forma de proyectil de artillería, apenas cabría en una mano. La concha de estos caracoles depredadores era excesivamente gruesa. Florecieron sobre los arrecifes de rudistas y, donde los sedimentos lo permitían, escarbaban sus madrigueras. Había tantos que, hoy por hoy, en Rumanía existen colinas enteras —conocidas como colinas de caracoles— hechas de sus fósiles. Junto con los amonites y los grandes reptiles marinos, como los plesiosaurios, las tortugas marinas y los tiburones, también fueron abundantes en el Tetis.

Al norte del archipiélago existía un océano muy diferente. Casi no compartía especies con el cálido Tetis. Sus amonites, por ejemplo, eran de un tipo totalmente distinto. El mar Boreal no era tropical ni sus aguas eran claras y agradables. Estaba lleno de una especie de alga planctónica marrón dorada conocida como cocolitóforo, cuyos esqueletos formarían la caliza que en la actualidad yace debajo de algunas partes de Gran Bretaña, Bélgica y Francia. La mayoría de los restos de cocolitóforos que forman la caliza han sido pulverizados —deben haber sido ingeridos y desechados por algún depredador aún no identificado.[A]

Si los cocolitóforos que abundaban en el mar Boreal eran parecidos a los Emiliania huxleyi (Ehux); el cocolitóforo más abundante que existe hoy, entonces podemos conocer bastante sobre la apariencia del mar Boreal. Donde los afloramientos u otras fuentes de nutrientes se lo permiten al Ehux, este puede proliferar al punto de que la superficie del océano se vuelve lechosa. El Ehux también refleja la luz, concentra el calor en la capa superior del océano y produce sulfuro de dimetilo, un compuesto que ayuda a la formación de las nubes. Es probable que el mar Boreal haya sido un lugar fantásticamente productivo, con sus aguas de superficie lechosa llenas de organismos devorando plancton, mientras los cielos nublados los habrían protegido del sobrecalentamiento y de la nociva radiación ultravioleta.

Es difícil exagerar sobre lo inusual que era Europa hacia el fin de la era de los dinosaurios. Era un arco de islas geológicamente complejo y dinámico cuyas masas de tierra individuales estaban formadas por antiguos fragmentos continentales, por segmentos emergidos de placas oceánicas y por tierra recién creada gracias a la actividad volcánica. Incluso en esta etapa temprana, Europa estaba ejerciendo una influencia desproporcionada sobre el resto del mundo, parte de la cual provino del adelgazamiento de la placa que tenía debajo. Conforme el calor ascendía a la superficie, el suelo marino se fue levantando para formar crestas entre las islas. Y el hecho de que estas aguas se volvieran más someras, reforzado por la creación de crestas a mitad del océano debido a la separación de los supercontinentes, provocó que los océanos del mundo se desbordaran, cambiando el contorno de los continentes, pero también hundiendo algunas de las islas europeas.[B] La tendencia a largo plazo, sin embargo, favoreció la creación de más tierra en lo que habría de convertirse en Europa.

Como la Galia del César, el archipiélago europeo, hacia el final de la era de los dinosaurios, podía dividirse en tres partes. La gran tierra norteña de Bal y su vecino sureño Modac, comprendían la primera de ellas. Hacia el sur se extendía una región extremadamente diversa y muy cambiante que llamaremos las Islas del Mar, que comprendía los remotos archipiélagos de Póntidas, Pelagonia y Tau. Más de 50 millones de años después quedarían incorporados a las tierras que hoy bordean el Mediterráneo oriental.

Al oeste de estas dos grandes divisiones se extendía una tercera parte. Regado en las longitudes entre Groenlandia y Bal había un complejo de masas terrestres. En ausencia de un nombre ampliamente aceptado llamaremos a esta región Gaelia (derivado de las islas gaélicas y de Iberia). Compuesta por las islas gaélicas (proto-Irlanda, Escocia, Cornualles y Gales) y, hacia el sector africano de Gondwana, por las islas galo-ibéricas (comprendiendo partes de lo que hoy es Francia, España y Portugal), era una región muy diversa. Descendamos, pues, a dos lugares de Gaelia donde existen abundantes registros fósiles.

Nuestra máquina del tiempo acuatiza en un mar de poca profundidad cerca de lo que hoy es Charente, en el occidente de Francia. Nos encontramos en la embocadura de un pequeño río sin corriente debido a una sequía. Una lagartija parecida al eslizón (uno de los primeros escíncidos) se escabulle entre el fuco que bordea la costa y, en un charco de agua estancada y verdosa, observamos que se forman unas ondas. Un hocico como de cerdo emerge a la superficie y de inmediato se vuelve a hundir. Es una tortuga nariz de cerdo; una sola especie sobrevive en la actualidad en los grandes ríos del sur de Nueva Guinea y en la Tierra de Arnhem, Australia.

A medida que escaneamos la costa de Gaelia vemos grandes tortugas cuello de serpiente tomando el sol. Estas peculiares criaturas se llaman así por el hábito que tienen de meter la cabeza en su caparazón doblando el cuello hacia un lado. Hoy, las cuello de serpiente, se encuentran solamente en el hemisferio sur, habitando ríos y estanques de Australia, Sudamérica y Madagascar. En cambio, los fósiles europeos son de una rama más inusual de la familia de los botremídidos. Son las únicas cuello de serpiente de agua salada y estaban prácticamente restringidos a Europa. En los bosques que bordean el río vemos primitivos dinosaurios enanos similares a aquellos de Hateg, aunque de una especie diferente. Un movimiento en la vegetación delata la presencia de un marsupial del tamaño de una rata, muy parecido en apariencia a la zarigüeya actual de los bosques de América del Sur. Es el primer mamífero moderno en haber llegado a Europa.

Los restos de una criatura gaeliana incluso más intrigante —una gigantesca ave no voladora— fueron encontrados en la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, al sur de Francia en 1995. Fue nombrada Gargantuavis philoinos, «ave gigante amante del vino», porque sus huesos fosilizados fueron expuestos entre viñedos cerca del poblado de Fox-Amphoux (mejor conocido, quizá, por ser el lugar de nacimiento del líder revolucionario francés Paul Barras).

En la época en que vivían estas criaturas, la isla que habría de convertirse en el sur de Francia estaba elevándose lentamente sobre las olas. Pero al mismo tiempo, hacia el sur, la isla de Meseta (que comprendía la mayor parte de la península ibérica) se estaba hundiendo. Desde luego que España habría de elevarse nuevamente, en un proceso que produciría los altos Pirineos y la fusión de Iberia con el resto de Europa. Sin embargo, hace 70 millones de años, cerca de la actual Asturias, en el norte de España, existía una laguna costera y, cuando la tierra se hundió, el mar la inundó en una subida de marea, y los huesos de aligátores, pterosaurios y titanosaurios enanos (dinosaurios saurópodos de cuello largo) quedaron enterrados en los sedimentos. Fósiles de otras partes de Meseta nos dicen que había salamandras en los bosques de esa isla que se hundía.

Europa

Подняться наверх