Читать книгу Todo sobre nosotros - Tom Ellen - Страница 13
ОглавлениеCAPÍTULO OCHO
Esperaba verla, pero de cualquier forma…
Por un momento, me siento completamente desconcertado y no me puedo mover. Daphne se ve obligada a levantar mi mano y colocar la pistola.
—Me dijeron: «Ben es el que no está desnudo» —susurra—. Así que supongo que eres tú.
Asiento. No puedo creer que realmente sea ella. Siento como si el corazón quisiera salirse de mi pecho.
Incluso bajo la casi absoluta oscuridad puedo percibir que su sonrisa brilla en todo su esplendor. Su cabello rizado está recogido hacia atrás con una coleta que desciende por sus hombros y lleva el uniforme reglamentario de bastidores: un top ajustado y mallas negras; un conjunto que la asemeja a una bailarina o a una ladronzuela extrañamente sexy.
Soy bastante consciente de que la estoy mirando fijamente, lo que, probablemente, le debe de resultar muy incómodo. Pero no lo puedo evitar.
Mentiría si dijera que cuando esto sucedió por primera vez hace quince años fue una revelación de amor a primera vista con luces artificiales en el cielo. Estoy seguro de que lo único que pensé cuando me entregó la pistola fue: «hum, la nueva chica encargada del atrezo está buena».
Pero, de alguna forma, ahora estoy ante la chica que sé que se convertirá en mi esposa. Con la que he pasado los últimos quince años de mi vida. La conozco por dentro y por fuera. O, al menos, eso creo. Sea como sea, no tengo ni idea de cómo lograr tratarla como si fuera una total desconocida.
Este trance silencioso y extraño desaparece en el instante en el que siento que el pene de Clem me golpea con suavidad la pierna al acercarse para presentarse.
—Soy Clem —susurra, extendiéndole la mano—. Soy el que está desnudo.
Daphne asiente y le da la mano.
—Vale, desnudo, no desnudo —dice, señalando con el dedo hacia él y luego hacia mí—. Creo que ya lo tengo claro. Yo soy Daphne, por cierto.
Es evidente que a ambos les parece un poco raro que los mire embobado y con la boca medio abierta porque Daphne atenúa su sonrisa y esquiva la mirada mientras Clem comienza a masajear mis hombros.
—Ben está un poco nervioso —le dice—. Aunque solo tiene que recitar tres líneas.
Al oír eso, aterrizo de golpe.
—No sé qué tengo que decir —balbuceo—. No sé cuáles son mis líneas.
Clem se ríe sin sonreír.
—Buena esa, eh.
—En serio… no logro recordarlas.
Ahora Clem me mira como si yo fuera el que tiene la polla al aire en un lugar público. Pero Daphne nada más alza el dedo índice y dice:
—Dame un segundo.
Y desaparece en la oscuridad.
Clem balbucea algo, pero no le presto atención; oigo a Marek, que está sobre el escenario diciéndole al pequeño Tim que se vaya a tomar por culo, cuando en un santiamén Daphne está de regreso sosteniendo el guion y una lamparita.
—Muy bien. ¿Cuál es el nombre de tu personaje? —susurra pasando las páginas.
Le dirijo una mirada perpleja a Clem.
—¿Me estás jodiendo? —dice, bufando—. ¿Te has dado un golpe en la cabeza o algo? —Su actitud relajada de drogata parece haberse evaporado en los últimos treinta segundos—. Se llama Jimmy el Sombrero —le dice a Daphne.
—Jimmy el Sombrero… —repite lentamente. Me alumbra con la lamparita—. ¿No tendrías que llevar un sombrero?
—Marek dice que es un apodo irónico —explica Clem, mascullando—. Como el de Pequeño Juan en Robin Hood.
—Ah, claro. Entiendo. —Daphne asiente—. Justo en la delgada línea que divide lo irónico de… lo confuso.
Pese a que dice esto de una manera tan indiferente, seria y perfectamente inexpresiva, tengo que taparme la boca con la mano para ahogar la risa.
Encuentra la página en cuestión y clava el dedo en el lugar indicado.
—Vale, lo tengo… Jimmy el Sombrero… sales al escenario cuando las luces se apagan. Luego las luces se encienden y dices «Scrooge, grandísimo hijo de puta, ya sabía que te encontraría aquí». —Daphne se vuelve para mirarnos—. ¿No se supone que esto transcurre en la casa de Scrooge? Obviamente, lo va a encontrar ahí.
Esto hace que me ría de nuevo y por un momento me preocupa no poder parar y tener que salir al escenario aún desternillándome de risa como un lunático hasta que los enfermeros lleguen a por mí.
—Este no es el momento para descuartizar el guion —susurra Clem, pero ahora él también sonríe.
—Vale, vale… —Daphne baja la mirada hacia la página—. Scrooge dice: «Jimmy el Sombrero, ¿qué coño quieres?», y tú dices: «¿Dónde está la droga, Scrooge?», y él dice: «¡Que te den por culo, Jimmy!», y tú dices: «¡Que te den a ti, comemierda!». Y entonces le disparas. —Me dirige una mirada de complicidad—. Esto es oro puro. Dickens estaría encantado.
Me inclino sobre la página iluminada por la lamparita, intentando grabar esas palabras en mi cerebro. De repente, las luces del escenario se apagan y noto que Clem me coge de los hombros y me empuja para que salga a escena.
Cuando las luces se encienden de nuevo, siento que el blanco resplandor abrasa mi rostro con intensidad. Miro la cara aburrida de los cuarenta o cincuenta miembros de la audiencia. Dirijo la mirada a Marek, que está recostado sobre la cama con una sonrisa de angustia, sus ojos me suplican que diga algo.
—Eh… Scrooge… grandísimo hijo de puta —farfullo—. Ya sabía que te encontraría aquí.
Ante mi actuación robótica, Marek hace un gesto de reproche, pero inmediatamente regresa a su personaje.
—¡Jimmy el Sombrero! —grita—. ¿Qué coño quieres?
—¿Dónde está la droga, Scrooge? —pregunto, ahora con un poco más de expresión.
Me insulta con el dedo y grita:
—¡Que te den por culo, Jimmy!
—¡Que te den a ti, comemierda! —le contesto.
La sensación de alivio que siento por haber soltado mis tres líneas sin arruinar la obra es tan abrumadora que casi me echo a reír de nuevo.
Pero entonces, no pasa nada.
La audiencia me sigue mirando, perpleja, como si esperara algo más. Me parece ver a Harv en la última fila, aunque no estoy muy seguro, porque se cubre la cara con las manos. Dirijo de nuevo la mirada a Marek, que está rojo como una remolacha y tiembla visiblemente. Por alguna razón, señala con los ojos hacia mi mano. O, más bien, a la pistola que tengo en la mano.
—Ah, sí, es cierto —murmuro. Apunto el revolver hacia él y aprieto el gatillo.
De la cabina de sonido se oye una fuerte detonación y al instante Marek chilla, agonizando de manera exagerada, mientras su pijama blanco se cubre con lo que claramente es kétchup.
Retrocedo torpemente mientras Clem se dirige desnudo hacia el escenario y, al cruzarnos, me susurra:
—Tío, ¿es en serio? ¿Qué coño te ha pasado?
A tientas, me abro paso en la oscuridad, hacia la sonrisa de Daphne que todavía me está esperando. Alza la mano para chocarla y se me acerca tanto que puedo sentir su aliento sobre mi mejilla.
—Y el Oscar es para… —me susurra y ambos nos desternillamos en una risa silenciosa.