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ОглавлениеPRÓLOGO
Universidad de York, 5 de diciembre de 2005
Correr fue mala idea.
Ahora me doy cuenta. No había necesidad de correr. Es un juego del escondite, no la carrera de los cien metros en las Olimpiadas. Además, aún no han comenzado a buscarme. Puedo escucharlos fuera del laberinto contando a gritos hasta cincuenta. Es como un episodio extraño y ruidoso de Barrio Sésamo.
Pude tomarme mi tiempo, andar por ahí sin prisas en busca del escondite perfecto, pero no: la lógica etílica me dice que cincuenta segundos es muy poco tiempo y que la mejor opción sería correr al laberinto del campus y no parar hasta camuflarme. Ahora, al tropezarme en la oscuridad y frenar el paso, puedo sentir las seis pintas, los cuatro chupitos de sambuca y el calzone árabe que compartí con Harv removiéndose ominosamente dentro de mi estómago.
Me detengo un segundo para recuperar el aliento, que revienta de inmediato fuera de mí. Pongo la mano contra la pared para apoyarme, pero recuerdo demasiado tarde que la pared no es una pared de verdad, sino un arbusto. Caigo a través de las matas con la destreza circense del joven Buster Keaton, evitando de milagro que millones de ramas punzantes me dejen ciego o me castren. Intento levantarme, fallo miserablemente, así que decido que este sitio es un buen escondite.
Las hojas se asientan sobre mí. La cuenta ha terminado y puedo sentir cómo el laberinto se agita y cruje debido a la docena de cuerpos borrachos que se tambalean en su interior, gritando:
—¡Vamos a atrapa-a-arte!
Permanezco en silencio, tratando de humedecer mi boca reseca y escuchando el galope de mi corazón en el pecho. Me limpio la frente y mi mano se ensucia con maquillaje y sangre falsa: souvenirs de la puesta en escena estelar de esta noche.
La obra marchó tan bien como puede esperarse de cualquier obra universitaria de primer año, lo que quiere decir que no es probable que nos nominen a los Premios Olivier, pero nadie olvidó sus líneas ni vomitó de nervios sobre la audiencia. Sin embargo, fue más tarde, en el bar, donde todo se puso en movimiento: parloteando a mil por hora sobre lo que queríamos escribir o dirigir o representar próximamente. Tal vez fuera la adrenalina (o, con mayor probabilidad, la sambuca) pero, de pronto, el mundo parecía estar vivo y todo era posible, como si pudiera ver el futuro desplegándose interminable frente a mí, llamándome. Es una locura pensar que puedo hacer lo que quiera con él.
Qué curioso. A pesar de lo rara y brillante que ha sido la noche, había pensado que sería una noche para Alice y para mí. La noche en la que finalmente dejaríamos las cosas entre nosotros en claro, después de pasar todo un trimestre sin lograrlo. En verdad, es culpa mía: nunca he sido muy bueno para «ligar» (de hecho, la palabra ligar me abochorna tanto que mis ojos parecen salirse de las órbitas). A la más leve sospecha de que una chica podría estar interesada en mí, mi cerebro tiende a hacer una lista de razones por las que definitivamente no lo está.
Pero, con Alice, la lista ha sido cada vez más difícil de llenar. En el transcurso de las últimas diez semanas (diez semanas de chistes privados, de tener charlas hasta altas horas de la noche y de compartir comida de microondas) ha dejado bastante claro que le gusto. Y a mí me gusta ella, supongo. Es graciosa y guapa y nos llevamos muy bien; y creo que siempre pensé que esta noche (la noche de la obra, la última antes de las vacaciones navideñas) habría suficiente alcohol y drama y emoción como para sentir el empujón que necesitábamos.
Entonces, Daphne apareció entre bastidores y, en cierto modo, rompió todos mis esquemas.
Suena estúpido cuando la gente dice que conectó con alguien, pero no puedo pensar en otra palabra para lo que sucedió. ¿De qué otra manera podría explicar una conversación tonta, divertida y fluida de una hora con una completa desconocida o esa extraña electricidad que hormigueaba en mi pecho cada vez que la hacía reír?
Así que, después de todo, tal vez no suceda nada entre Alice y yo esta noche. O tal vez sí.
En definitiva, parece como si algo fuera a suceder esta noche.
Oigo el rumor de unos cuchicheos cerca de donde me escondo: son dos personas que chocan una contra otra en la oscuridad y que han formado una alianza momentánea para encontrarme. Entonces oigo la risa de chillido de foca alegre que inmediatamente identifica a uno de ellos como Harv.
Me escondo más adentro de los arbustos, pero de alguna manera sé que él no me va a atrapar. Llamémoslo intuición o sexto sentido o simplemente estar un poco borracho y caliente, pero sé que o Daphne o Alice me encontrarán antes que nadie.
Cuando salimos del bar, después de que Marek gritara: «¡Juguemos al escondite!», vi que ambas me sonreían. «Ben debería esconderse», dijo Alice, y Daphne apoyó su propuesta: «Ajá. A Ben parece que le gusta esconderse». Guardé esa declaración para examinarla más tarde, cuando estuviera menos ebrio, y salí corriendo hacia el laberinto.
En este momento, la mera idea de estar aquí oculto con alguna de ellas me parece sumamente, ridículamente, excitante.
De hecho, mientras intento mantenerme quieto y mi corazón late sin cesar, no logro decidir cuál de ellas me gustaría que me encontrara primero.