Читать книгу E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020 - Varias Autoras - Страница 10
Capítulo Cinco
ОглавлениеDespués de cenar, Flynn dejó a su amiga en casa, poniendo como pretexto que tenía mucho trabajo, y volvió a su mansión en Cullen Bay. Y estuvo horas sentado en el balcón del dormitorio. Una tormenta eléctrica había estallado a última hora de la tarde y su jardín estaba espléndidamente iluminado por la luna.
Había descubierto una cosa: prefería pasar una tarde discutiendo con Danielle que soportar las zalamerías de cien mujeres guapas.
¿Qué tenía Danielle Ford que la hacía inolvidable?
Aunque no quería volver a ver nunca a esa mujer que era lo menos parecido a un ángel, seguía deseándola. Era un deseo que no parecía capaz de controlar. No podía tenerla, no debería… pero se atormentaba a sí mismo de todas maneras.
Cada vez que la miraba a los ojos la determinación de decirle adiós se desvanecía. Y aquella tarde… no podía dejar de pensar en lo que había pasado en su casa. Supuestamente era una mujer que usaba su cuerpo para conseguir lo que quería, según le había contado su difunto marido, pero se había mostrado increíblemente inocente. Claro que todo podía ser teatro.
Sin embargo, había algo que no cuadraba. Danielle parecía ser una mezcla de verdades y mentiras. De inocencia y culpabilidad. De independencia y miedos.
Y, al final, tenía un trabajo de verdad. No le había mentido sobre eso.
Había llegado el momento de hacer una investigación exhaustiva, decidió Flynn; una investigación personal esta vez, no solo financiera. Quería saberlo todo sobre ella.
Al final, el coche había sido un regalo oportuno, pero pasar su cumpleaños con su fría e insoportable suegra no era precisamente la mejor forma de celebrarlo.
Danielle se merecía algo mejor.
Y también se merecía un Oscar, se dijo a sí mismo al día siguiente mientras subía al Mercedes. Aunque, a pesar de todo, había decidido cenar con ella esa noche.
Estaba a punto de arrancar cuando una figura se interpuso en su camino. Flynn soltó una palabrota mientras ponía el freno de mano.
Y entonces vio quién era.
Monica Ford.
Evidentemente había estado esperando que saliera de su casa, aunque no podía imaginar cómo había averiguado dónde vivía.
–¿Monica?
–Señora Ford para usted, Donovan.
–Ah, muy bien. Ya entiendo.
–¿De verdad?
–¿Qué hace usted aquí?
–Quiero que se aleje de Danielle. O lo lamentará.
–No me gustan las amenazas, señora Ford.
–Danielle y el niño eran de Robert. No pienso dejar que se quede con ninguno de los dos.
Flynn arrugó el ceño.
–¿Esto es una broma?
–Mi hijo no era ninguna broma, señor Donovan. Danielle lo quería y él la quería a ella.
–Su hijo ha muerto, señora Ford –murmuró Flynn, preguntándose si Monica estaría loca.
–¿Cómo se atreve a decir eso?
–Mire, creo que necesita ayuda…
–¡Aléjese de Danielle! Esa es toda la ayuda que necesitamos.
¿Necesitamos?
–No voy a dejar que dirija la vida de Danielle…
–Y yo no voy a dejar que… consiga lo que quiera conseguir de ella, señor Donovan.
Luego se dio la vuelta y se dirigió hacia un coche aparcado un poco más abajo.
Flynn esperó hasta que Monica Ford desapareció, con una horrible sensación en la boca del estómago. Aquella mujer no estaba bien de la cabeza. Y prefería con mucho la frialdad del día anterior al odio enfermizo que acababa de demostrarle.
Seguía sintiéndose enfermo cuando llegó a casa de Danielle, pero más por ella que por él mismo. Él podía lidiar con alguien como Monica Ford, pero no sabía si Danielle tenía controlada la situación. Aunque no creía que Monica se atreviese a hacerle daño.
Cuando Danielle abrió la puerta, Flynn decidió olvidarse del asunto.
No la había visto desde el día anterior… desde que se derritió entre sus brazos. Y era tan sexy. El top de color salmón con escote halter y los pantalones vaqueros cortos le daban el aspecto de una niña. Una niña increíblemente seductora.
–Flynn, tenemos que hablar. No quiero que creas que… ayer las cosas se nos fueron de las manos.
–En todos los sentidos, sí –asintió él.
–Lo de ayer fue un error. No estoy preparada para mantener una aventura. Voy a tener un hijo.
Flynn apretó los labios. Si no estuviera embarazada no estarían hablando sino haciendo el amor. Estaría dentro de ella, conociéndola íntimamente.
Solo pensar en ello lo excitaba como nunca. Y no tenía nada que ver con haber estado solo durante los últimos meses. Tenía que ver con Danielle.
–¿Has llamado al administrador para que venga a arreglar la cerradura?
–Vendrá el lunes.
–Pues entonces asegúrate de que cierras bien la puerta –dijo Flynn, pensando en Monica.
–¿Por qué has venido?
–Porque no te felicité ayer.
–Podrías haberme enviado flores.
–Pero entonces no habría tenido oportunidad de convencerte para que cenaras conmigo esta noche.
–¿Qué?
–Vendré a buscarte a las siete.
–Pero… ¡espera!
Algo en su tono hizo que Flynn se detuviera.
–No creo que debamos…
–Danielle, me debes una.
–Ya te he dicho que te pagaré ese préstamo…
–No estoy hablando del préstamo, estoy hablando de la cerradura.
–Pero si no la arreglaste.
–No, pero estuve a punto –sonrió Flynn, disfrutando del doble sentido.
Danielle se puso colorada.
–Sé que has sido más que generoso, pero creo que debería quedarme en casa esta noche.
–¿Sola? –preguntó él, sintiendo una punzada de celos. Y eso estaba pasando demasiado a menudo. Ninguna otra mujer lo había hecho sentir celos. Nunca.
–Sí.
–A las siete –insistió Flynn, mientras llamaba al ascensor.
Y no esperó respuesta.
Danielle se pasó el día entero enfadada con Flynn por su «autoridad», pero sospechando que detrás de esa fachada de frialdad había un corazón amable.
Robert solo la llevaba a cenar el día de su cumpleaños y eso cuando eran novios. Después de casarse, Monica y él preferían cenar en casa en las ocasiones especiales.
Fue ese recordatorio del pasado lo que hizo que cambiase de opinión. Ahora era una mujer libre y haría lo que le apeteciera y saldría con quien le diese la gana.
Pero que ese alguien fuera precisamente Flynn Donovan…
Cuando sonó el timbre, exactamente a las siete, Danielle se pasó una mano por el elegante moño francés que le sujetaba el pelo. Llevaba un vestido negro por encima de la rodilla con chaqueta a juego y zapatos de tacón. Había elegido ese vestido porque era bonito y discreto. No quería que Flynn pensara… lo que no debía.
Pero al abrir la puerta tuvo que hacer un esfuerzo para disimular la emoción. Flynn estaba guapísimo con un traje oscuro que destacaba la anchura de sus hombros y una camisa blanca que contrastaba con lo bronceado de su piel.
–Estás más guapa cada vez que te veo –murmuró él, con voz ronca.
–Gracias. No sabía dónde íbamos, así que me he puesto esto…
–Estás perfecta.
Su corazón dio un vuelco al ver el brillo de sus ojos.
–Bueno, voy a… buscar el bolso.
Danielle respiró un poco mejor cuando puso cierta distancia entre los dos. Pero cuando se volvió Flynn había entrado en el apartamento y cerrado la puerta.
–Esto es para ti –dijo, ofreciéndole un paquetito envuelto en papel de regalo.
–¿Ah, sí?
Ya le había hecho demasiados favores. Sí, bueno, era rico y podía permitírselo, pero invitarla a cenar era más que suficiente.
–Lo siento, no puedo aceptar un regalo. Apenas te conozco.
–Sí me conoces, Danielle. Soy el hombre que te hizo suspirar ayer.
–Flynn…
–¿Te acuerdas?
¿Cómo podía olvidarlo? ¿Cómo podía olvidar lo que la había hecho sentir?
–Sí, claro que me acuerdo. Pero de todas formas…
–Pero de todas formas aún no has visto el regalo –bromeó Flynn.
–No, pero…
–No es una joya, si eso es lo que te preocupa.
Los dos sabían que eso no era lo que la preocupaba. Era la atracción que había entre ellos. La tensión sexual que amenazaba con hacerlos perder el control.
Temblando, Danielle le dio su bolso.
–Sujétame esto, por favor.
Cuanto antes acabase con aquello, mejor. Y sí, la verdad era que estaba emocionada con el regalo.
Nerviosa, rasgó el papel de regalo y descubrió un frasco de un perfume carísimo que llevaba años queriendo comprar. Ahora no tenía dinero y cuando estaba casada con Robert… entonces no había querido usarlo para él.
–Me encanta.
–Allure –murmuró él–. Yo creo que es muy apropiado, ¿no te parece?
–Gracias –sonrió Danielle–. Es justo lo que quería.
–Y esto es lo que yo quiero –dijo Flynn entonces, levantando su barbilla con un dedo.
Ocurrió tan repentinamente que no tuvo tiempo de reaccionar como debería haberlo hecho. O quizá habría dado igual. Quizá su reacción habría sido la misma. Porque Danielle entreabrió los labios, temblando, incluso antes de que sus bocas se rozaran.
Fue un beso apasionado, asombroso, uno que la devolvió al día anterior, cuando estaba entre sus brazos. Danielle dejó escapar un gemido cuando Flynn empezó a acariciar con su lengua la húmeda caverna de su boca, suave pero exigente.
Y luego, despacio, se apartó.
–Feliz cumpleaños, Danielle.
–Sí, yo… gracias.
Sonriendo, Flynn le quitó el perfume de las manos y le devolvió su bolso.
–Vámonos de aquí. Antes de que vuelva a besarte.
Ella dejó que la llevase a la puerta, el roce de su mano quemando a través de la tela de la chaqueta, su aroma mareándola mientras bajaban en el ascensor.
Sin decir una palabra salieron del edificio y entraron en su coche. Danielle intentaba aclarar su cabeza, pero era imposible teniéndolo tan cerca.
Y no fue mejor dentro del Mercedes. Estaba tan cerca que casi se rozaban. Solo tendría que alargar una mano, atraerla hacia él…
Danielle tragó saliva. Si no fuera una cobardía habría saltado del coche, le habría dado las gracias por el regalo y habría vuelto corriendo a su casa. Una noche viendo la televisión sería mejor que… que enfrentarse a aquello que sentía.
–Solo ha sido un beso –dijo él, como si hubiera leído sus pensamientos.
–Lo sé.
–Entonces no me mires así.
–¿Así cómo? –preguntó Danielle.
–Como si fuera a devorarte en cualquier momento.
¿Devorarla? sí, era como un tigre haciendo círculos a su alrededor, dispuesto a saltar sobre ella para hacerle el amor a la primera señal de debilidad.
–Te prometo que solo salto sobre la gente cuando hay luna llena. Y esta noche no hay luna llena.
Lo absurdo del comentario la hizo sonreír.
–Me alegro.
–Relájate, Danielle.
Ella arqueó una elegante ceja.
–Eso es pedir demasiado.
Afortunadamente para ella fueron durante un par de kilómetros por el borde de la costa en un clima más distendido. El asombroso cielo naranja con el sol escondiéndose tras el horizonte la calmó un poco.
Situado en una explanada, el restaurante estaba lleno de gente. El maître saludó a Flynn con reverencia e inmediatamente los llevó a una mesa para dos en una esquina con una vista espectacular del mar ahora de color turquesa.
Pero no podía quedarse mirando el mar toda la noche y, por fin, se volvió.
–Parece que aquí te conocen.
–He venido un par de veces.
¿Con quién?, le habría gustado preguntar.
En ese momento, un hombre alto y atractivo se acercó a ellos.
–¡Flynn, me había parecido que eras tú!
–Hola, Damien –sonrió Flynn, levantándose para darle un abrazo–. ¿Qué haces aquí? Pensé que esta semana estabas en Roma.
–Allí estaba, pero tuve que venir para una reunión en Sídney –contestó Damien–. Hola, soy Damien Trent –dijo después, mirando curioso a Danielle–. Y creo que exhalaré mi último suspiro antes de que mi amigo nos presente.
–Yo soy Danielle Ford.
–Encantado de conocerte –sonrió el joven–. Oye, estoy intentando organizar una partida de póquer para cuando vuelva Brant de su luna de miel.
–No creo que le apetezca jugar al póquer durante un tiempo –rio Flynn.
–No me digas eso. Me moriría si Kia no le deja jugar con nosotros de vez en cuando.
–Sí, seguro que Brant prefiere jugar al póquer con nosotros antes que estar con su mujer.
–Bueno, lo entiendo. Kia es guapísima. Un hombre tendría que estar loco para querer separarse de ella aunque fuera un segundo –Brant miró por encima de su hombro–. Y hablando de dejar sola a una belleza, mi cita me mira con gesto impaciente.
–¿La conozco? –preguntó Flynn.
–No, qué va. Bueno, he de irme. Tenemos entradas para el teatro. Te llamaré la semana que viene para la partida de póquer. Encantado de conocerte, Danielle.
–Lo mismo digo.
Danielle lo observó alejarse hacia una mesa donde lo esperaba una rubia.
–Parece que sois buenos amigos.
–Sí, lo somos.
Y eso fue todo lo que dijo.
Justo entonces el camarero les llevó dos copas, una de agua mineral para ella y un whisky para Flynn.
–Feliz cumpleaños atrasado.
–Gracias –Danielle intentó pensar en algo que decir, algo que no la comprometiera–. Supongo que estabais hablando de Brant Matthews.
Él sonrió, misterioso.
–¿Qué me das si te lo digo?
–Una noche agradable.
–¿Y si no te lo digo?
–Una noche agradable… tú solo.
–Entonces será mejor que conteste –sonrió Flynn–. Sí, estábamos hablando de Brant. Damien, Brant y yo crecimos juntos.
Danielle había leído algo sobre Brant en los periódicos y sabía que, como Flynn, era millonario. Y Damien también parecía un hombre de éxito.
–¿Aquí, en Darwin?
–Sí, en la misma calle. Aunque la zona ahora es un poco más lujosa que cuando éramos pequeños. Entonces era poco más que un barrio de casuchas.
–¿Sigues teniendo familia allí?
–No, mis padres han muerto.
–Ah, lo siento.
–Fue hace mucho tiempo. Mi madre murió cuando yo era pequeño y a mi padre lo mató la bebida.
–Lo siento.
–Pero sobreviví –dijo Flynn, sin mirarla–. Y ahora, cuéntame tu historia.
–Mis padres también han muerto. Los dos se ahogaron en la playa cuando yo tenía trece años.
–Vaya, lo siento.
–Vivíamos en un pueblecito de Queensland hasta que a mi madre se la llevó una ola y mi padre murió intentando salvarla.
–A veces la vida es un asco –murmuró Flynn.
–Sí, es verdad –asintió ella–. Cuando ocurrió pensé que jamás volvería a sonreír, que nunca podría ser feliz. Pero la vida sigue. Me vine a vivir con una tía mayor aquí en Darwin. Me trataba como a una hija, pero murió unos años después y yo decidí quedarme. No tenía ningún sitio al que volver.
–Eras demasiado joven para vivir sola.
–Pero sobreviví –dijo Danielle, repitiendo sus palabras.
–¿Cuánto tiempo estuviste casada?
–Tres años.
–¿Y fuiste feliz con Robert?
–No –contestó ella. Robert la había asfixiado. Por supuesto, él no lo entendería. Flynn pensaba que estaban hechos el uno para el otro.
–¿No?
–No. Bueno, supongo que eso no es del todo cierto. Durante el primer año, Robert y yo fuimos felices.
–¿Y qué pasó después?
Danielle dejó escapar un suspiro.
–No lo sé. Estábamos enamorados y, de repente… el amor se acabó. Quizá si Robert y yo hubiéramos vivido solos habría sido diferente. Pero con Monica…
–¿Monica vivía con vosotros? –preguntó Flynn, sorprendido.
–Sí. Robert no quería dejarla sola y yo lo entendí. Su marido había muerto años antes y hasta que llegué yo solo tenía a su hijo.
–Seguramente su marido no está muerto. Estará escondido en alguna parte.
Danielle disimuló una sonrisa.
–Sí, a veces yo he pensado lo mismo.
Flynn la observó, interesado.
–Pero por fin te has deshecho de ella. Supongo que no debió ser fácil con alguien como Monica.
–No, no ha sido fácil.
–¿Es por eso por lo que ser independiente es tan importante para ti?
–Sí. Después de tener a alguien como Monica detrás de mi todo el día, agradezco mucho vivir sola.
–¿Te da miedo?
–Ya me lo preguntaste anoche y te dije que no.
–¿Seguro que es la verdad?
–¿Por qué lo preguntas?
Flynn se encogió de hombros.
–No, por nada. Bueno, háblame de tu trabajo.
Danielle vaciló, confundida.
–¿Qué quieres saber?
–Ayer me dijiste que Monica pensaría que estabas en tu trabajo. ¿A qué te dedicas?
–Trabajo en una boutique… bueno, solo cuatro días a la semana. Es de mi amiga Angie.
–¿Llevas mucho tiempo?
–El suficiente como para saber que no me gusta trabajar en una tienda –contestó Danielle–. Me gustaría ser diseñadora de interiores.
Cuando el camarero les llevó la carta, una mujer empezó a tocar el piano en el escenario. Cenaron con la música de fondo, hablando en voz baja. Y eso la calmó un poco.
–¿No tienes hambre?
–Está muy rico, pero últimamente no tengo mucho apetito –contestó Danielle.
–Entonces, tomarás algo de postre.
–No, gracias.
–Pero tienes que tomar algo especial por tu cumpleaños. ¿Qué tal un pastel de chocolate caliente?
Danielle puso cara de asco.
–No, por favor, chocolate no. Ayer a las tres de la mañana estaba tomando galletas de chocolate… no puedo ni pensar en eso ahora.
–Deberías hacer otras cosas a las tres de la mañana –murmuró Flynn, levantándose–. Venga, baila conmigo.
Varias parejas se habían animado a bailar, pero a Danielle se le puso el corazón en la garganta cuando Flynn la tomó entre sus brazos. Aun así, se dejó llevar sin protestar, disfrutando el momento. Olía tan bien, era tan agradable estar a su lado. La sujetaba con fuerza, como si no quisiera dejarla ir nunca.
Bailaron despacio, pegados el uno al otro, Flynn con un brillo posesivo en los ojos que la excitaba y la turbaba al mismo tiempo.
–¿Sabías que tus ojos se vuelven grises a veces?
–¿Cuándo estoy enfadada?
–Cuando algo te gusta. Cuando te apasionas.
Danielle tragó saliva.
–No deberías decir esas cosas.
–Somos adultos. Podemos decir lo que queramos. Y hacer lo que queramos.
El corazón de Danielle se aceleró. Había otra conversación subliminal además de la que mantenían… era así desde que se conocieron.
–Yo… necesito un poco de aire fresco. Estoy un poco mareada.
–Vamos a dar un paseo.
–Sí.
Danielle no lo miró mientras pagaba la cena, pero Flynn la tomó por la cintura para salir del restaurante hacia el parque del Bicentenario. Como si fueran una pareja normal.
–¿Mejor? –preguntó él después.
–Sí, gracias. Ahí dentro hacía mucho calor.
Mientras paseaban, Danielle se obligó a sí misma a concentrarse en el parque. Pasaban a su lado parejas de diferentes edades, grupos de chicos y chicas… Desde el mar les llegaban las luces de los barcos.
Y nada de aquello podía hacerla olvidar al hombre con el que estaba, ni el roce de su mano en la cintura.
De repente, delante de ellos, Danielle vio una escena que la conmovió. Un hombre mayor estaba sentado en el suelo, llorando. Y un chico joven intentaba hacer que se levantase.
–Vamos, papá. Tengo el coche aquí al lado.
–No quiero irme a casa. Quiero quedarme aquí.
–Papá, tienes que venir a casa. Mamá ya está harta de que hagas estas cosas. Ya no puede más.
A Danielle se le encogió el corazón. Evidentemente, el hombre estaba borracho y quiso acercarse para ayudar. Pero Flynn la detuvo.
–Déjalos.
–Pero puede que necesiten ayuda…
–No la necesitan.
–Flynn, no seas tonto…
–Es un alcohólico, Danielle. No puedes hacer nada por él.
–Pero…
–No le robes la dignidad a su hijo.
El joven levantó la mirada y Danielle vio la desesperación y la vergüenza que sentía. Flynn tenía razón. No necesitaba público para aquella escena.
Instintivamente, supo entonces que Flynn había pasado por eso mismo con su padre. Y eso explicaba mucho sobre él. Debía haberse sentido tan dolido, tan humillado… ningún niño debería pasar por eso.
Volvieron al apartamento en completo silencio, sin decir una sola palabra mientras subían en el ascensor. Danielle se sorprendió a sí misma pensando que le gustaría abrazarlo, apoyar la cabeza en su pecho, consolarlo. Pero sabía que ese gesto no sería bienvenido.
Flynn Donovan era un hombre que aguantaba la vida solo, fueran cuales fueran las circunstancias.
–Flynn, sobre lo que ha pasado antes…
–Olvídalo.
–Quiero que sepas que lo entiendo.
–Me alegro.
–Gracias por la cena. Ha sido muy agradable.
–No tan agradable como tú –murmuró él, mirando sus labios.
Danielle sabía lo que quería. Sabía que toda la noche había sido un preparativo para aquel momento.
–Flynn, no…
–¿No?
–No quiero que me hagas el amor.
–¿Porque estás embarazada?
–No. Es que…
–Te deseo más de lo que había deseado nunca a una mujer –la interrumpió él, acariciando sus labios con un dedo–. Estar contigo esta noche, tenerte entre mis brazos… esa idea me está volviendo loco.
–Hay cosas que… no se pueden tener. Yo soy una de ellas.
–Dime que no me deseas –la retó Flynn–. Dame una razón para que me marche y me iré.
A Danielle empezaron a temblarle las piernas.
–No puedo…
–Te quiero en mis brazos esta noche, Danielle. Pero no quiero lamentaciones después.
Ella sabía lo que iba a hacer. Y también sabía que no debía hacerlo. Pero no podía negarse cuando lo deseaba con todas sus fuerzas. Lo único que lamentaría era no haber hecho el amor con él.
–Sin lamentaciones, Flynn –murmuró–. Esta noche, no.
Al día siguiente sería otro día.