Читать книгу E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020 - Varias Autoras - Страница 22
Capítulo Cuatro
ОглавлениеChantaje. Engaño. Seducción.
Al atardecer, Julia se dejó caer en el sofá de la suite y le dio un sorbo a la copa de merlot. Tenía los nervios de punta y le temblaba todo el cuerpo. Pensó en Trent y en todas las molestias que se había tomado para atarla al Tempest West.
Sus mentiras y manipulación la habían hecho quedar como una idiota, pero nada le dolía tanto como saber que había sucumbido a sus encantos. Se había dejado llevar en sus brazos. Él se había presentado en su puerta y había anulado su sentido común en un instante. Hipnotizada por un amante maravilloso, no había sido capaz de ver la verdad. Quizá habría podido darse cuenta de todo si no hubiera estado tan ciega.
Si tan solo hubiera sospechado algo…
Pero aquel apuesto texano la había hecho caer en sus redes. Sin embargo, sí tenía razón en una cosa: por mucho que quisiera hacerlo, no podía abandonar el puesto. Necesitaba un buen contrato para mejorar el currículum y no tenía ningún proyecto de futuro. Tendría que quedarse y hacer funcionar ese hotel. Ella no era de las que abandonaban, a pesar de las circunstancias. Una profesional de verdad tenía que ceñirse a las condiciones del contrato firmado. Además, debía pensar en Evan y en Laney. Ellos eran sus amigos, y no quería provocar un conflicto acusando a Trent y perjudicando al hotel.
La respuesta era simple: debía hacer su trabajo y mantenerse alejada de Trent a toda costa. Pensó en sabotearlo, pero ella no era así. Iba a quedarse y a dar lo mejor de sí misma. Estaban en juego su carrera y su reputación, y también las de Trent.
Una hora más tarde, tras haber organizado sus pensamientos, buscó el móvil y llamó a Laney. Se conocían desde el colegio y nada la hacía más feliz que charlar un rato con su mejor amiga.
Julia se calmó un poco en cuanto oyó la voz de Laney.
–¿Señora Tyler? ¡Usted es la ganadora de un maravilloso bebé! Se le hará entrega del premio dentro de tres meses.
La risa de Laney inundó el auricular de Julia.
–¡Hola! Creo que preferiría recoger el premio ahora. ¿Puede ser?
–Oh, ojalá pudiera. ¿Tienes un mal día?
–No. Lo de siempre. Estoy un poco cansada esta noche, y Evan me mima mucho.
–Es un cielo.
–Mmm. Sí que lo es. Es cierto que tengo la barriga tan grande como una pelota de baloncesto, pero no soy una inválida. He leído que se trata del síndrome del padre primerizo. No estoy acostumbrada a verlo revolotear a mi alrededor. Se le ponen los ojos como platos cuando siente al bebé en la tripa.
–Ojalá estuviera ahí para verlo.
–¿Para ver los ojos de Evan, o mi barriga?
–Los dos. Te echo de menos, Laney. Echo de menos Los Ángeles.
–Oh, Julia. Pensaba que estabas muy contenta con el trabajo en el Tempest West. Y, bueno, después de lo que me dijiste sobre Trent y tú, pensé que…
–Tenemos una relación profesional, Laney.
Julia no estaba preparada para decirle a su amiga que la habían manipulado. En realidad, no se lo diría jamás. Evan y Trent estaban muy unidos y lo último que Laney necesitaba en ese momento era un conflicto familiar. Acababa de recuperarse de unos terribles ataques de náuseas y no quería arruinarle la alegría del embarazo. Tendría que lidiar con Trent por sí sola, cumplir con el contrato de seis meses y salir de Arizona para siempre.
–Me gusta el reto de trabajar aquí. Es un lugar… maravilloso.
Eso era cierto, pero Trent había destruido sus ilusiones profesionales.
Hubo una breve pausa al otro lado de la línea. Julia nunca le había hablado de aquella aventura después de la boda, pero Laney sí sabía lo mucho que la había impresionado la inesperada llegada de Trent con una oferta de trabajo unas semanas antes.
Laney siempre había sido muy receptiva con las cosas del corazón.
–¿Por qué no te creo?
–Es un sitio precioso –dijo, esquivando el tema–. Pero tenemos que ponernos manos a la obra. Voy a darte una fiesta premamá dentro de seis semanas. ¿Recuerdas? ¿Puedes mandarme la lista de invitados por correo electrónico, cariño? He reservado en Maggiano’s –dijo, mintiendo–. Y espero estar de vuelta para el fin de semana.
–Uh, Maggiano’s. ¡Yo me comería dos platos de esa comida italiana! Te mandaré la lista hoy mismo, Julia. Te lo agradezco mucho. Sé lo ocupada que estás.
–Lo estoy deseando, Laney. Quiero que mi futuro sobrino tenga muchos regalos cuando llegue.
–Es tan emocionante… Sé que me quedan varios meses, pero no veo el momento de que nazca.
Terminaron la conversación con alegría y Julia se sirvió otra copa de vino. Entonces alguien llamó a su puerta.
Era Trent.
–¿Estás vigilando tu inversión? –le preguntó ella, apoyándose contra el marco de la puerta; tenía la copa de vino en la mano.
–Algo así. No volviste al trabajo hoy.
–Me tomé la tarde libre –le dijo ella con frialdad–. No te preocupes. Estaré en pie al amanecer y trabajaré sin cesar para que tus sueños se hagan realidad.
Trent se armó de paciencia y dio un paso adelante.
–A lo mejor estaba preocupado por ti.
–A lo mejor nieva en el desierto de Arizona.
Él dejó escapar un suspiro exagerado.
–Sabes que no tiene por qué ser así.
–Oh, yo creo que sí. De hecho, es la única forma –dijo ella. Él se merecía todo su desprecio.
–De acuerdo, Julia. Te quiero en mi oficina a primera hora de la mañana. Tenemos asuntos que tratar.
Dio media vuelta y se alejó antes de que ella le pudiera cerrar la puerta en las narices.
Al día siguiente tendría que hablarle de la fiesta de premamá de Laney y no tendría más remedio que trabajar con él codo con codo.
Pero esa noche podía olvidar a Trent Tyler durante un rato.
Trent nunca había conocido a una mujer a la que deseara más que a Julia Lowell. Ella estaba sentada frente a su escritorio, con la cabeza baja. Juntos trabajaban en proyectos para mejorar el Tempest West.
Se fijó en sus rizadas pestañas negras, en su boca suave y carnosa, en su cuello… Su larga melena le acariciaba los hombros y tocaba el cuello del traje de chaqueta rojo que llevaba puesto.
Ese color le sentaba de maravilla, y esas sandalias… Se las había puesto a propósito para atormentarlo.
Esa mañana Julia Lowell había entrado en su despacho con la cabeza alta y la mirada decidida. Había asumido una actitud estrictamente profesional y Trent no podía sino admirar sus agallas y su belleza radiante.
–Estos son mis planes preliminares. ¿Qué te parece? –le preguntó de sopetón, mirándolo a los ojos.
Trent asintió.
–Me parece que ya sabes lo que hay que cambiar aquí –dijo.
–El Tempest West es especial. No es solo un destino turístico. De esos hay un montón. Tenemos que darle una experiencia inolvidable a nuestra clientela, algo que no puedan conseguir en ningún otro lado. Va a ser exclusivo. Al principio, solo por invitación. Eso es un riesgo, Trent. ¿Estás dispuesto a asumirlo?
Julia era muy lista. Trent se había dado cuenta de ello la primera vez que le había hecho el amor. Sin embargo, bien podía estar llevando a la ruina al hotel. Había puesto toda su confianza en ella, pero las cosas habían dado un giro. ¿Estaría ella dispuesta a darlo todo por el hotel aun sabiendo la verdad?
Trent arrugó el ceño.
–¿Es el mismo proyecto en el que estabas trabajando antes de la conversación de ayer?
Julia no se molestó al oír la pregunta. Se puso erguida y esbozó una sonrisa artificial.
–Lo pasamos muy bien en la cama, Trent. Me usaste profesionalmente. Estoy furiosa contigo, pero nunca traicionaría mis principios. Creo en el juego limpio. Así que si me estás preguntando si te arrojaría a los lobos por venganza, la respuesta es «no». Es el mismo proyecto que empecé a mi llegada.
–Tenía que preguntar.
–De acuerdo. ¿Y ahora qué te parecen mis ideas?
Trent se frotó la mandíbula. La barba de un día le arañó los dedos. Unos días antes Julia se había sentado sobre sus piernas mientras le afeitaba la cara con movimientos suaves y cuidadosos hasta hacerle perder el control. Ese día la había sentado sobre el mueble del baño y le había hecho el amor con frenesí.
Trent suspiró.
–Estoy dispuesto a asumir el riesgo. Es una idea brillante.
Julia esbozó una sonrisa cristalina. Sus ojos refulgían.
–Me pondré a trabajar en el nuevo eslogan del hotel. Necesitamos algo llamativo, acorde con la temática del Tempest West. Habrá que pensar un poco en ello.
–Dime qué necesitas.
Julia le miró los labios un instante, y Trent se preguntó cuánto le duraría el enfado.
–Yo trabajo mejor sola, Trent. Cuando se me ocurra algo, te lo haré saber.
Él asintió y reparó en el generoso escote que dejaba ver parte de sus pechos.
–Muy bien.
Se miraron durante unos momentos.
–No vas a disculparte por lo que me hiciste, ¿verdad?
Lo habría hecho si hubiera sido suficiente para tenerla en su cama esa noche.
–No.
Ella asintió con la cabeza, resignada. La expresión de sus ojos dejaba ver un ligero desprecio.
–Tenemos que hablar de la fiesta de Evan y Laney. Laney cree que va a ser dentro de seis semanas.
Trent consultó su agenda.
–Tengo reuniones durante todo el día. Nos vemos a la hora de cenar y hablamos del tema.
Ella sacudió la cabeza.
–No puedo. Hazme un hueco a otra hora.
–¿No puedes o no quieres?
–No quiero. Además, tengo planes para esta noche.
Trent cerró la agenda de golpe.
–No estoy disponible para ti fuera de las horas de trabajo –le dijo ella, sonriendo–. Que te quede claro desde ahora.
Trent captó el mensaje alto y claro. Sin embargo, nada lo estimulaba tanto como que le llevaran la contraria.
Ella guardó los documentos en su maletín y se puso en pie. Estaba a medio camino de la puerta cuando se dio la vuelta.
–Dime una cosa, Trent. ¿Es que llevo un mensaje escrito en la frente que dice «aprovechaos de mí»?
Trent se levantó y rodeó el escritorio, sosteniéndole la mirada.
–Todo lo que yo veo es una mujer irresistible con cerebro y talento.
Julia bajó la vista, rehuyendo su mirada.
–Me temo que es muy tarde para esto, Trent –le dijo, y salió del despacho.
Él no pudo evitar preguntarse con quién había quedado esa noche.
Julia se montó en la yegua. Pete le había dicho que era el caballo más dócil de todos. El vaquero la acompañó hasta el acantilado más lejano de Crimson Canyon.
–Hay algunos lugares muy hermosos que nuestros huéspedes nunca llegan a conocer.
–Eso es lo que Tre… eh, el señor Tyler me dijo. ¿Y por qué ocurre eso?
Pete se encogió de hombros.
–Es un lugar recóndito. Algunas zonas son más peligrosas que otras. Cuando los llevamos en una visita guiada, seguimos rutas establecidas por seguridad.
–Eso es propio de Trent Tyler. Él quiere que todo el mundo conozca esta tierra.
–No fue idea suya. Tuvimos un problema al poco tiempo de abrir –Pete sacudió la cabeza–. Hay gente que cree saber montar a caballo. A un hombre se le ocurrió subir a Shadow Ridge. Quería ver el cañón a vista de pájaro. Emprendió el ascenso a lomos del caballo y llegó hasta la mitad del camino, pero un halcón de alas rojas se precipitó sobre él y asustó al caballo. El huésped acabó en el suelo. No le pasó nada grave, pero le echó la culpa a la dirección del hotel por no poner señales de peligro. Amenazó con demandarnos por negligencia. El señor Tyler trató de calmarlo y logró disuadirlo. Desde entonces solo se permiten visitas guiadas por los caminos seguros.
–Qué pena –dijo Julia, admirando la belleza de Shadow Ridge, la majestuosa cumbre de Crimson Canyon.
–Es la tierra más hermosa que existe.
–No podría imaginar un lugar mejor.
–Puede estar segura de ello.
–Me gustaría verlo –dijo Julia con una sonrisa–. Lléveme allí.
Pete la miró.
–El sol ya se va a poner, señorita Lowell.
–Llámame Julia. Lo sé y es por eso que quiero ir. Quiero verlo antes de que anochezca.
Pete asintió y espoleó al potro.
Una hora más tarde, estaban de vuelta en el hotel. Bajaron de los caballos frente a los establos y Julia le dio las riendas de la yegua.
–Gracias, Pete. He disfrutado mucho del paseo. Me has enseñado mucho sobre este lugar.
Pete esbozó una sonrisa.
–Hacía mucho que no le enseñaba nada a nadie, señorita Low… Julia –dijo finalmente.
Ambos se echaron a reír. En ese momento Trent salió del establo con cara de pocos amigos. Después de echarle una mirada a Pete, se dirigió hacia Julia.
Pete ni se inmutó ante la presencia del jefe.
–Buenas noches, señor Tyler –le dijo, tocándose el sombrero.
–Pete –dijo Trent, sin quitarle ojo a Julia.
Ella reparó en su todoterreno, que estaba aparcado frente a las oficinas.
–¿Por esto no pudiste quedar conmigo a la hora de la cena?
Julia habría querido hacer un gesto irónico, pero prefirió mirarlo fijamente.
–Sí –admitió–. Te dije que tenía planes esta noche.
–Íbamos a entrar para tomar algo después del paseo –dijo Pete, y le dio las riendas de los caballos a un empleado–. ¿Quiere venir con nosotros? –le preguntó, mirándolo a la cara.
Julia admiró el desparpajo de Pete delante del jefe. El vaquero era un hombre sin dobleces ni medias palabras. Era fácil tomarle aprecio, y no era de extrañar que Kimberly estuviera loca por él.
–No, creo que no. Tengo que hablar con Julia. Yo la llevaré de vuelta.
Julia se puso tensa. No quería montar una escena, pero esa era la segunda vez en muy pocos días que Trent ponía a prueba su paciencia.
Pete miró a Julia.
–Puedo traerte la bebida si tienes sed.
Julia se sintió tentada de aceptar. No quería ceder ante Trent, pero tampoco quería causarle problemas a Pete.
–No te molestes, Pete. Se está haciendo tarde. Volveré con el señor Tyler.
Trent dio media vuelta y volvió al coche. Julia contó hasta diez y le mostró una sonrisa a Pete.
–Gracias por dedicarme tu tiempo esta noche, Pete. Lo he pasado muy bien.
–Ha sido un placer –le dijo él, tocándose el sombrero–. El jefe te espera –le dijo con una sonrisa–. No querrás tener problemas nada más llegar.
Julia abrió los ojos. Pete veía demasiado con esos ojos azules.
–No le tienes miedo, ¿verdad?
–¿A Trent? No, claro que no. Soy un buen vaquero y no me gusta meterme en líos. Además, sé que él es un jefe justo y un hombre decente. El respeto es mutuo –dijo, y sonrió otra vez.
–¿Julia? –dijo Trent desde el coche.
«El respeto es mutuo…».
Julia deseó haber conseguido el empleo de la forma convencional, deslumbrando a Trent con sus ideas en una entrevista. De haber sido así, habrían podido compartir ese respeto del que hablaba Pete. Con todo lo que había ocurrido, no podía sino sentir desprecio por él.
Tras darle las gracias a Pete una vez más, subió al coche dando un portazo y con la vista al frente.
–No pierdas el tiempo –le dijo Trent, arrancando el coche.
Julia estaba decidida a no enzarzarse en una discusión, pero aquel comentario cumplió su función.
–No lo hago. No cuando tengo trabajo que hacer.
–¿Me vas a decir que ese paseo tenía algo que ver con el trabajo?
–Mucho –se apoyó en el respaldo del asiento y cerró los ojos–. ¿Me has seguido?
–No, Julia. No te he seguido. Fui a ver a mis caballos.
Ella abrió los ojos y se volvió hacia él.
–¿Tienes caballos aquí?
Él asintió.
–Sí. Duke y Honey Girl. Vengo a verlos siempre que puedo. Monto a caballo cuando tengo tiempo.
–¿Entonces qué era tan urgente como para interrumpir mi conversación con Pete?
Trent no tenía respuesta. Iba hacia las oficinas cuando les había visto frente a los establos, alegres y sonrientes.
–Si vas a consultarme algo, tiene que ser esta noche. Me voy mañana por la mañana. Tengo unas reuniones que no puedo posponer más.
–¿Cuánto tiempo estarás fuera? –le preguntó ella.
–Unos días.
–De acuerdo.
Trent fue a su casa y aparcó el coche en el garaje, que también albergaba un Chevy Silverado y un BMW plateado.
–¿Dónde estamos? –preguntó Julia, sorprendida.
–En mi casa –le dijo él encogiéndose de hombros.
Julia abrió los ojos.
–Pensaba que vivías en el hotel.
–Y así es, la mayor parte del tiempo. Pero me hice esta casa para cuando necesito estar solo. Es pequeña y sencilla, pero con una vista gloriosa del cañón.
–¿Por qué me has traído aquí?
–Necesitas los nombres y los números de teléfono de la familia Tyler, ¿no? Aquí tengo mis archivos personales. Vamos, Julia, no soy el lobo feroz. Busca lo que necesitas, tómate algo y te llevo de vuelta al hotel.
Salió del todoterreno y esperó por ella. Julia vaciló un momento y bajó del vehículo. Él la agarró del brazo y la condujo al interior de la casa.
Trent se había hecho construir la casa a su gusto. El dormitorio principal era enorme y, la cocina, espaciosa. En el salón había un amplio sofá de piel de ante enfrente de la chimenea.
–Esto es todo –le dijo Trent, pensando que debía pasar más tiempo allí.
Julia suavizó su expresión de enojo y miró a su alrededor.
–Es bonito, Trent. No me extraña que vengas aquí con tus conquistas.
En realidad él nunca había llevado a una mujer a su casa. Esa era la primera vez, y lo había hecho sin pensar.
Por suerte, salía de viaje al día siguiente.
–Siéntate –le dijo, señalando el sofá con forma de L–. ¿Qué quieres de beber? ¿Vino, champán, un cóctel? –le preguntó, yendo hacia el minibar, que estaba al lado de la chimenea.
–Agua con hielo, por favor.
Trent la miró y se rio a carcajadas.
–En serio crees que soy el lobo feroz, ¿no es así?
–Digamos que te has quitado el disfraz. Ya sé con quién estoy tratando.
–Eso me ha dolido –dijo él, mirándola de arriba abajo.
Julia estaba en tensión, con las piernas cruzadas. Sin embargo, estaba igual de preciosa con unos vaqueros azules y unas botas de piel. Se había despeinado un poco durante el viaje y algunos mechones de pelo le caían por las mejillas. Trent le sirvió un vaso de agua con hielo y se puso una copa de whisky.
–Pete es un mujeriego –le dijo, sentándose a su lado.
–¿Y tú quieres prevenirme? –miró el vaso de agua que Trent le había dado–. Qué ironía, viniendo de ti.
Él se inclinó hacia ella y apoyó los codos en los muslos.
–No vas en serio, ¿verdad?
Ella sacudió la cabeza.
–No, claro que no. No estoy interesada en Pete. Mi único interés en el Tempest West es hacer lo que he venido a hacer y seguir adelante –dijo, y bebió un sorbo de agua.
Trent reparó en su boca. Una gota de agua le humedeció los labios y ella se los lamió sin darse cuenta.
La miró a los ojos y ella titubeó un instante. Aún había una reacción química entre ellos, y ambos se consumían en la combustión.
–¿Cuándo podríamos hacer la fiesta de Laney? –le preguntó ella, cambiando de tema.
–Cuando quieras. Yo pondré a tu disposición el jet de la compañía para recoger a los invitados. Pueden quedarse un par de noches y tendrán acceso a todas las instalaciones.
–Me gustaría hacerlo dentro de un par de semanas, antes de que Laney empiece a sospechar. Tendré que decírselo a Evan para que la traiga. Se me ocurrió usar la excusa de una jornada de puertas abiertas para toda la familia, ya que es verdad en parte.
Trent asintió.
–Me parece bien. Yo te seguiré la corriente. ¿Algo más?
–Los números de teléfono y los nombres. Tengo que regresar.
Terminaron de concretar los planes, y Trent la llevó de vuelta al hotel. Aparcó el coche y se volvió hacia ella.
–Volveré el viernes. Kimberly sabe cómo ponerse en contacto conmigo, si necesitas algo.
–No será necesario.
–Ya me lo has dejado muy claro. Pero estaba hablando de negocios, Julia.
–Bien –ella tragó en seco y asintió con la cabeza–. Cuando regreses habré terminado mi nueva estrategia de marketing.
–Estoy deseando verla.
Se bajó del coche y le abrió la puerta. Ella salió con facilidad y él la acompañó hasta el ascensor de la recepción del hotel.
–Te veo el vier…
Trent dio un paso adelante y la besó antes de que ella pudiera terminar la frase. Apretó su cuerpo contra el de ella y la agarró de la cintura con firmeza.
–Lo necesitaba –le dijo, besándola de nuevo y acariciándole las caderas.
–No lo hagas –dijo Julia en un intento por negar lo que ambos sentían–. Trent, nunca te perdonaré.
–Lo sé, pero no eres tonta. Tú y yo… Nos compenetramos muy bien.
El estremecimiento que recorrió sus suaves curvas fue lo que Trent necesitaba para sobrevivir aquellos días.
–Y estarías mintiéndote a ti misma si pensaras que no necesitabas ese beso tanto como yo.